XVII

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Eran ya las siete de la noche, algo así como tres horas atrás en las que Sherlock habría llevado a Adam a casa y desde que había llegado a su habitación de hotel, había bañado y arropado a su pequeña,  y a él mismo, y ahora ambos bebían chocolate caliente mientras veían la televisión, o algo así, porque John en realidad veía a través de la ventana empañada. La tormenta no cedía, el follaje de los árboles cercanos y distantes se agitaba a causa del viento, los vidrios protestaban ante su fuerza también. 

La niebla cubría la mayor parte de la escena, se habría elevado cerca de un metro de altura, algún relámpago ocasional le permitía ver aquella escena desolada, el clima había cambiado de manera drástica, pero era verano, era normal. Sherlock como de costumbre no respondía al teléfono, y no tenía demasiadas opciones más que suponer que había sido invitado a casa de los Young a tomar una taza de té mientras la tormenta pasaba. No había forma, por más intriga que Adam le causara, en que el detective lo expusiera a esa tormenta infernal y a una descarga eléctrica, al frío, la humedad y la oscuridad del bosque, o al menos era lo que se decía para convencerse, sabía que estaba un poco loco, se lo decía, lo repetía para sí, se lo decía a la voz que le hablaba de algún lugar; de cualquier manera, el médico no podía aventurarse a la expedición de adentrarse en el bosque para buscarlos y dejar a la pequeña ahí a su suerte. 

- John, necesito tu ayuda. Sherlock está haciéndole mucho daño a Adam, por favor.- suplicaba Aziraphale. 



- Sé quien eres... - Adam había hablado, o gritado al fin, Sherlock estaba procediendo con demasiada cautela, parecía un psicópata depredador a punto de asesinar, estaba disfrutando el temor que causaba en el chico.  El sonido de la lluvia no ayudaba, a veces el detective movía los labios, pero ningún sonido podía llegar a los oídos de Adam, la escena era aterradora. 

- ¿Ah sí?- Sherlock Holmes sonrió, con crueldad una vez más, se sentía más seguro de sí conforme la oscuridad avanzaba. - ¿Quién soy, Adam?

Adam entrecerró los ojos y volvió a ese día de verano de hacía ya casi una década, la tarde soleada en que su historia había sido escrita, una historia triste, al que había cambiado el final. 

- Sherlock Holmes. El hijo del medio, relación familiar complicada, hermanos distantes. Acoso escolar, pocos amigos, dos amigos en toda una vida... drogas, adicciones... soledad...- Sherlock comenzaba a enfurecer una vez más, e interrumpió al chico antes de que esté pudiera explicar la parte amable de su relato, dónde describiría su inteligencia, su habilidad con el violín y la familia que tenía ahora. 

- Es mi turno- exclamó y Adam calló, el chico quería bajar la mirada pero no podía dejar de verlo y su sonrisa maníaca.- Adam Young. Dieciséis. Abandonado, claro ahora lo veo. Tus padres... no, tu padre te abandonó, no te quería, claro, nunca lo hizo.

Adam pudo al fin bajar la mirada y sus ojos se llenaron de lágrimas. Nunca sería fácil, a pesar de que no quería a su padre biológico, la sensación de ser despreciado por tu propio padre era insuperable. No se sabía si lloraba, la lluvia no permitía saberlo, ni su cabello empapado que caía sobre su rostro tal como el de Sherlock. 

- ¿Quién podría hacerlo, después de todo?- continuó Sherlock disfrutando el sufrimiento ajeno-  te gusta escapar de la realidad por eso creas cosas, patético. Tienes muchos secretos muy oscuros, y a pesar de que tienes amigos, no puedes decírselos, ni a tus padres. Por eso quieres que me vaya, no quieres perderlos, conmovedor. ¿Qué dirían los señores Young al encontrar a su hijo legítimo?

- Alto - Adam masculló

- Serías el niño abandonado de nuevo. Si me dices donde está el otro niño, quizás no te aborrezcan y te permitan quedarte...

- Basta

-... como el hermanito adoptado y te envíen a una universidad lejana con el pretexto de que te prepares, pero será solo para alejarte, los hijos ajenos no son lo mismo a los propios, así son los humanos...

- ¡ALTO!- Adam gritó mirando al cielo y su gritó se hundió ante un rayo que cayó en el mismo instante, sus ojos se enrojecieron como aquella vez, pero solo por un segundo, sus poderes eran demasiado débiles. Cayó al piso. 

- ¿La verdad duele, Adam?- Sherlock se paseó a su alrededor y al fin lo tomó de la muñeca. - debes ir a casa...



- ¿Qué demonios estoy haciendo?- John se había preguntado así mismo ahora que al fin después de horas estaba haciendo el espacio, moviendo el sillón de la recámara ante la mirada expectante de su hija, y quitaba la alfombra, solo por si acaso.- a ver... velas, sal, agua... ¿rito satánico?

- ¡De Dios, John!

Le había costado esas siete horas convencer a John, pero al fin, había logrado hacer que lo escuchara y entendiera... de alguna manera. Y ahora John estaba dibujando esa rara ¿estrella? en la habitación. 

- Párate en el centro- John obedeció a la voz que le había explicado a grandes rasgos la situación y que principalmente Sherlock estaba en peligro, en teoría, esas habían sido las cuatro palabras que lo habían hecho escuchar: Sherlock está en peligro. Fue todo un tema hacerlo entender, pero al final lo hizo, Aziraphale era bueno convenciendo con su dulzura natural de ángel. Además, John debía comprobar que no estuviese perdiendo el poco juicio que le quedaba a causa de sus malas compañías. 

 A continuación, Aziraphale le dictó unas palabras que John recitó justo después de él y una cara gigante y luminosa apareció en la habitación del hotel, por fortuna había cerrado bien todas las cortinas. 

- Es Aziraphale...- comenzó John

- Ah, el traidor... Tiene prohibido comunicarse y solicitar ayuda- respondió la cara

- Si, le ayudan se entregará al final- aseguró John, tal como lo había hecho el ángel en su hombro. 


- Eres tú- Adam lo miró a los ojos, lo supo por el brillo rojo en sus púpilas, porque al fin reconoció la voz que había ecuchado una vez tan solo unos segundos algún tiempo atrás. 


Deducciones Y PresagiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora