IX

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- Debemos hacer algo

- ¿Cómo que?

- Es un milagro que no hayas desaparecido aún

El demonio que ahora parecía una transparencia, se encogió de hombros.

- ¿Fue un milagro tuyo, ángel?

El ángel resopló, Crowley sonrió.

- Sabes que no puedo hacerlos en esta condición.

- No hay nada que hacer, Aziraphale. Me liberaré y liberaré a Sherlock. Antes de que la esquizofrenia le empeore.

-¿Hablas del otro sujeto?

Crowley asintió.
- Debemos encargarnos de él también.

Los meses habían pasado de prisa y los sucesos que marcaron la vida de Sherlock también. Mary Morstan había muerto, John se había vuelto más distante, Sherlock había encontrado a una hermana que no sabía que tenía...
Y todo esto se había dado en medio de situaciones que involucraron poner su vida en peligro debido a armas de fuego, agentes secretos que no querían dejarse descubrir, malentendidos del pasado, usar cantidades excesivas de droga y mucha arrogancia por parte del detective, la cual Crowley no pudo detener a pesar de saber que traería consecuencias fatales (aunque no pudo predecir el nivel de fatalidad); por ende, además de arriesgar su vida, lo cual nunca parecía ser de relevancia para Sherlock Holmes, trajo mucho dolor emocional, que no era capaz de controlar por mucho que presumiera de un temple de acero.

- Lo lamento, Sherlock. De verdad lo siento. - susurraba Aziraphale desesperado mientras John le propiciaba una golpiza a su mejor amigo, mientras el ángel hacia gestos graciosos que emulaban empatía por el que era golpeado hasta sangrar, no había podido detener las acciones compulsivas que John hacia debido al dolor que le quemaba por dentro.

- No, Aziraphale. Lo siento, Sherlock. Tú te lo buscaste- concedió Crowley.

- Dejenlo, yo maté a su esposa- Sherlock musitó en seguida.

Ese era el efecto que la tercera y más reciente voz en su cabeza tenía como efecto. Nunca en su vida había sentido tanta empatía y sentimientos hacia alguien, ni si quiera por él mismo. Ahora, parecía que estaba dispuesto a dar su vida por alguien más y con mayor razón si el nombre de ese alguien era John Watson. Y su cabeza lidiaba con ello, o lo intentaba.

Sherlock se había puesto en peligro tantas veces, había asesinado y hecho un montón de daño a todo el mundo que con lentitud, Crowley, la figura en su hombro por los últimos meses, comenzaba de ser sólida a tener una opacidad menor al 100%. Con cada mala acción que Sherlock hacia, con cada berrinche por la falta de un caso, por cada balazo en la pared, por cada vez que llamaba a alguien "idiota", con cada ida a su palacio mental con ayuda de la cocaína o la morfina (en malos días ambas a la vez), Crowley se volvia un poco más transparente. Y supo que gradualmente desaparecería.
Aziraphale lo sabía también. Si un guardián no cumplía con su trabajo: impedir que el alma de su custodiado fuera arrastrada al infierno a causa de sus malas acciones, este sería retirado y juzgado ante las autoridades correspondientes. En este caso, ¿que pasaría si Crowley llegaba al cielo? Solo un cargo más a su larga lista de acciones que merecían sanciones ejemplares. Y no podían permitir que los atraparan ahora que todo había empeorado.

- Ángel, deja de preocuparte. ¿Que van a hacerme? ¿Desintegrarme con agua bendita? Eso es tan de hace un año.

Pero Aziraphale no pudo sonreír ante su chiste.

- Entonces nos vemos mañana- exclamó John, haciendo un gesto de despedida con la mano, haciendo que Aziraphale, pudiera únicamente dirigir una mirada de preocupación hacia el hombro del detective consultor.

- No necesito que vayas, John. Ya te lo dije, estaré bien.

- Jamás, olvidaré la primera vez que estuvimos en ese sitio. La señora Hudson podrá arreglárselas con la niña. No hay excusa.

Sherlock resopló y finalmente asintió.
- A mediodía, John. Tengo cosas que hacer.
El detective se encerró en su habitación antes de que el doctor se retirara, dejándolo en la sala con su típica expresión de incógnita sorpresa hacia Sherlock Holmes.

-
Sherlock en realidad tenía mucho que hacer. Eran las palabras que había elegido al azar para encubrir las clásicas: "Necesito inyectarme porque la ansiedad me está matando, porque necesito un escape de la realidad, necesito callar a las voces, quiero morir". 

No era la primera vez que pasaba por su mente. Su vida se estaba volviendo monótona y él se estaba hundiendo, no tenía muchos motivos para vivir, además de aquellos que no tuvieran como apellido Watson. Además, pensaba que se estaba volviendo ordinario y sentimentalista.  Lo detestaba.

El líquido disuelto entró en su torrente por segunda vez en una hora. Las cantidades regularmente suministradas tardaban más y más en hacer efecto. 

Al fin, su cabeza sobre el suelo, los ojos rojos, y un Baker Street ligeramente diferente le indicaron que estaba en el sitio. Una cantidad  de energía le hizo sentarse de golpe. Todo parecía igual, el mismo delirio. Pero Jim no estaba ahí.

Extraño, cuando no se sumergía para un caso, Jim siempre aparecía mofándose. Sherlock se alegraba de que no estuviera ahí, no tenía ganas de discutir. Solo quería drogarse hasta que cayera dormido.

- Llegas tarde a la cita, Jim - Sherlock había visto a una sombra cerca de la ventana, proyectada por la luz del exterior. - Estoy demasiado ocupado para ti hoy.

- No soy "Jim"- una voz conocida exclamó. - Escucha, necesitamos hablar.

Sherlock recuperó un poco los sentidos. Intentaba enfocar al rostro en medio de la oscuridad.

- ¿Quién eres tú? - señaló con su dedo. A veces la droga le hacía comportarse más infantil de lo normal.

- Crowley. Soy un demonio, soy tu ángel guardián. 

Sherlock río ante la locura de la situación y la contrariedad de ocupaciones que solo pudo habersele ocurrido a su cerebro con un exceso de sustancias.

- ¡No bromeo! Necesito que escuches. Tu y yo estamos en grave peligro, debes ayudarme.

- La abstinencia no da inmortalidad ni el uso controlado es peligroso. - Sherlock dijo sin darle importancia a la figura que pensó era un reflejo de supervivencia de su adolorido cerebro. - No eres nadie para reprenderme.

- Si, tienes razón, como sea. Solo quiero salir de aquí. Así tú te drogas sin que nadie te diga nada y yo vuelvo a mí vida normal.

- Lo siento, eso está fuera de mis capacidades. Y no me medicaré. Ni dejaré las drogas en caso de que seas resultado de ello.

Crowley se acercó y le tomó la cara.

- Escucha, no tengo mucho tiempo. - recordó que había encerrado a Moriarty en un armario, pero sabía que el tipo era peligroso y saldría de pronto gritando con su vocecilla chillona exclamando blasfemias. - Vas a hacer lo que te diga.

- Nadie me da órdenes. Lo siento- Sherlock dijo, al fin podía ver sus ojos, eran extraños, tenia ojos semejantes a los de un reptil. El detective sacudió su cabeza para deshacerse de la imagen.

- Alguien más posee a John Watson. Si no haces lo que te digo sufrirá mucho y puedo demostrarlo- Crowley aseguró con frialdad incluso si sabía que Aziraphale no lastimaria ni a una mosca, literalmente. - No quieres ver sufrir a John.

- ¿Y que quieres que haga a todo esto? - cuestionó Sherlock después de unos minutos en silencio. Genial, ahora sus amigos imaginarios lo amenazaban.

- Es relacionado a tu trabajo. Debes encontrar a alguien.

- Eso no es muy específico- el detective rodó los ojos- ¿a quien?

- Su nombre es Adam Young.

Deducciones Y PresagiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora