Capítulo 30

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Me subí encima de su cuerpo, jugueteando con sus cabellos lacios rebeldes y despeinados; estela y prueba de que mis dedos alargados habían estado presentes. Qué lástima que estábamos en mi casa, y no en cualquier otro lugar donde pudiéramos tener privacidad, sin correr el riesgo de que me castigaran por toda mi vida al salir con un asesino en serie. Que Dios me guarde si algún día lograba escapar de mi sometimiento.

Observé y detallé con incredulidad una serie de cicatrices y marcas que envolvían casi la totalidad de los brazos musculosos de mi acompañante, cuyos espacios "sanos", por así decirlo, estaban cubiertos con tatuajes que, por algún motivo, me parecía que tenían una historia infinita escondida; aunque pareciese todo lo contrario.

-¿Qué hay de esas marcas? –inquirí, casi con los labios apretados. Él las observó fingiendo que no sabía de qué estaba hablando. Rodó la mirada hacia mis manos, que descansaban en su pecho, y la subió hacia mi rostro, suspirando.

-¿A qué hora llegan tus padres? –quiso saber.

-¡Agh! –rodé los ojos -. Siempre zanjándome los temas –me quejé, frunciendo el entrecejo con molestia.

-He preguntado algo –arqueó la ceja, gruñendo. Tragué saliva, y no intenté ocultar mi disconformidad, cruzándome los brazos sobre el pecho.

-A las doce –respondí áridamente, mirando hacia la luz cegadora de la lamparita de la mesa de noche. Entonces, en un segundo, me encontré pataleando en los brazos de Justin, sufriendo un vértigo terrible cuando bajamos por las escaleritas de emergencia que conducían hacia el patio. Yo misma las había puesto allí con papá, cuando cumplí los cinco años. Y luego, casi mágicamente, todo quedó a oscuras, y mis manos se encontraron intentando abrir la puerta de un auto negro en movimiento.

-¡¿Qué haces?! –grité. Él, que en otra situación hubiese estado maldiciendo, se echó a reír sonoramente, como un niño pequeño, y apretó su puño alrededor del volante, mientras aceleraba y me hacía sentir que nos perdíamos entre la negrura. La velocidad del auto me hacía querer vomitar, al tiempo que mis oídos me torturaban al escuchar el motor del auto retumbar en ellos.

-¡Justin! –apreté los párpados, y aparté las manos de los seguros cerrados, situándolas en mi estómago. Mierda, mierda, mierda, ____ no vomites, mierda, mierda, _____, contente...

-El miedo es para cobardes, ¿recuerdas? –sonrió. Le lancé una mirada furtiva, apretando los labios, y desvié la vista, situándola en mis piernas, conteniéndome el estofado en la garganta.

-Claro –gruñí, haciéndolo soltar otra risita.

-o-

-Espero que tengas una buena explicación para todo esto –gruñí, caminando detrás de él sin siquiera saber a dónde nos dirigíamos, siendo arrastrada por la fuerza de su cuerpo puesta en su mano, que envolvía la mía con fuerza, y me jalaba hacia él.

-Siempre la tengo –me contestó por encima de su hombro, sonriendo. Su rostro, apenas iluminado por la lúgubre luz de la luna escondida entre polvorientas nubes de tierra. Rodé los ojos, y continué intentando no pisar alguna piedra y morir haciendo el ridículo frente a él. Sí. Eso podría pasar. Porque, una vez, a los once, se me había ocurrido la idea de subir al tejado de la casa para buscar una pelota, y entonces pisé la cola del gato de la señora Hardwick y caí ridículamente en el patio, rompiéndome una pierna y el robusto pasto raspando los moretones de mi espalda. Tuve suerte de que al menos no me había roto la columna. Y así, hay muchísimas otras experiencias traumáticas de mi existencia, tomando en cuenta las ocurrentes ahora mismo.

No paré de quejarme y de gruñir a través de toda la caminata. Pero su paso, sin embargo, continuaba rápido y constante, a través de lo que parecía ser uno de los tantos terrenos baldíos en los que yo había estado últimamente. Pero éste era especial. Solía ser el parque donde mi padre y yo veníamos todos los fines de semana al finalizar el desayuno, y nos quedábamos aquí hasta tarde, hasta que yo dormía en sus brazos y me veía obligada a irme a casa; aunque muchas veces, si mal no recuerdo, había lloriqueado para que me dejara acampar ahí. Ahora sólo quedaban ruinas. No sólo de ese viejo trozo de tierra; sino también de mi vida.

Lost | Adaptada | Justin Bieber y TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora