Epílogo

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Me apresuré hacia la celda cuyos barrotes estaban oxidados. La pequeña sala olía a crema de mentol y a metal. Había un pequeño ventilador situado frente a la celda, además de un escritorio repleto de papeles desordenados y varias tasas de café desechables.

Entonces, allí estaba él. Su cabello estaba despeinado, vestía la misma ropa de la noche anterior, y olía a ese perfume varonil que tanto me encantaba. Había rayones rojos en su rostro, como si fuera producto de golpes o bofetadas. Debajo de sus ojos se denotaban círculos morados, y sus ojos se cristalizaron cuando me vio. El policía abrió la celda, y bajó sus ojos con vergüenza. Quizá como si supiera lo que ambos sentíamos en este momento.

-Um. Tienen diez minutos -masculló con voz metálica, y se apresuró hacia la puerta.

Corrí a abrazarlo, y él me tomó entre sus brazos fuertes, despegando mis pies del suelo. Lloriqueé en su hombro, sintiendo que iba a desmayarme de un momento a otro. Y me sorprendía que aún quedaran lágrimas dentro de mis ojos enrojecidos. No dudaba la posibilidad de deshidratarme en las próximas veinticuatro horas.

Justin acarició mi cintura, y sentí algo mojado caer sobre mi hombro. ¿Él estaba... llorando?

-No te vayas -le supliqué, como si su destino estuviera en sus manos. Me separé de él, acariciando su rostro. Lágrimas caían por sus mejillas sonrojadas. Su mirada, a pesar de lo cansada que estaba ahora, seguía teniendo ese brillo incondicional.
-Nena -me llamó, mientras yo lloriqueaba incontrolablemente. Él asintió, intentando calmarme.
-Nena... Nena, escúchame -tomó mi rostro entre sus manos. -Escúchame, ¿sí?

Sorbí las lágrimas, intentando bajar el volumen a mis sollozos.

-Te amo, nena. Te amo. Nunca olvides eso, por favor -masculló. Su voz era ronca, y se cortó para emitir un sollozo de niño. Tragué saliva entrecortadamente.
-No. ¡No! -grité. -Tú tienes que luchar. Te sacaré de esto, te lo prometo.
-Nena... Nena, está bien -musitó, con ese... destello de... resignación en sus ojos, y en su voz. Era como si él supiera todo lo que vendría después, y que era la última vez que estaríamos tan cerca.
-Tienes que continuar sin mí, nena. Tienes que seguir con tu vida. Tú... -se ahogó en un sollozo, y volvió a mirarme, con más lagrimas atrapadas en sus ojos. -Tienes que prometerme que vas a seguir adelante.
-No -gruñí. -No voy a hacer nada de eso sin ti.
-Te voy a extrañar -continuó, ignorando mis pataleos. Acarició mi rostro aún más. Mis sollozos se incrementaron. Sentía que estaban clavándome un tenedor a través de mi antebrazo. -Por favor, prométeme que no olvidarás nada de esto. Nuestras risas, nuestras bromas, nuestras conversaciones, nuestros planes, nuestras lágrimas, nuestros recuerdos, nuestras experiencias. Prométeme que no me olvidarás.
-¡Pero tú vas a salir de esto! -grité, y él siguió acariciándome.
-Nena, te amo. Pero no puedo estar contigo.
-¡Sí! ¡Sí puedes! -chillé.
-Escucha. Quizás ésta sea la última vez que te vea. Así que quiero pedirte perdón, nena. Perdóname por esto, perdóname por no haber reído contigo tanto como tú lo necesitaste. Perdona mis ataques de celos, mis agresividades. Perdón, porque nunca podré darte una vida normal, llevarte a la playa, casarme contigo, criar a Jade juntos. Siento tus ataques de asma, son todos mi culpa. Siento por todo lo que tuviste que pasar. Lo siento, nena, perdóname. Nunca pude comprenderte bien, pero ¿sabes? Eres maravillosa. Eres mi tipo de perfección. Nunca quise lastimarte, te lo juro. Y tienes que prometerme, que tú vas a seguir adelante, que vas a enamorarte de nuevo, y que vas a formar una familia.
-Eso es imposible -susurré. Sentía que iba a caerme de un momento a otro. El aire me faltaba. Justin acarició mi mejilla, limpiando mis lágrimas con su dedo. Pero tan pronto como lo hizo, mi rostro volvió a empaparse de llanto.
-No lo es -replicó. Su voz era temblorosa. -Hay muchos chicos allí afuera mejores que yo.
-¡Pero yo te quiero a ti! -chillé. -¿Puedes dejar de hablar como si esto fuera una puta despedida? Tú y yo siempre vamos a estar juntos, y tú vas a salir de aquí en cualquier momento -insistí. Justin me apegó más a él, nuestras narices tocándose.
-Te amo aquí y ahora -susurró. -Vas a salir adelante sin mí.

El policía entró, y abrió la celda, pero yo ni siquiera lo miré.

-No quiero dejarte jamás -musitó. -Por ti aprendí a vivir, ____. Te prometo que siempre estarás a salvo.

Las lágrimas me comían viva, ni siquiera podía respirar con normalidad. Había un nudo en mi garganta del tamaño de una pelota de golf.

-Señorita -me llamó el policía. Lo ignoré.
-Gracias por haber sido parte de mi vida. ¿Y sabes por qué te dejo ir? Porque quiero que seas feliz, porque sé que aunque yo no sea libre, tú lo eres. Porque me importan más tus sentimientos que los míos. Nunca dejaría que nada ni nadie te haga daño. Nunca me había sentido así por nadie. Te quiero.

El policía me jaló hacia atrás, arrancando mis brazos de Justin.

-¡No! -chillé. Y entonces los barrotes volvieron a separarnos.
-Tú eres la chica más fuerte que he conocido. Así que, ¿sabes? Vas a estar bien -musitó.
Y entonces, fuera de la pequeña salita, noté el frío suelo con las rodillas, y me aferré el abdomen con los brazos. Y pensar que la puerta justo detrás de mí, me separaba del amor de mi vida. El único con el cual quería casarme y formar una familia. Él estaba allí dentro. Y yo ya no podría verlo nunca más. Ya no podría disfrutar de cada segundo a su lado. Era imposible volver a tocar su cabello o sentir sus labios sobre los míos.

Noté unos zapatos de tacón rosado resonar sobre el suelo, y luego, unos finos brazos abrazándome en una nube de Chanel No. 5, mezclado con olor a líquido intravenosa.

-Vine tan pronto como supe -la voz de Amanda resonó en mis oídos, y entonces me congelé. Mis ojos aún seguían derramando lágrimas pesadas y calientes.
-Lo siento, nena. Ahora sé que tú en verdad lo amabas -masculló, apretándome. -Perdóname. Fui la peor madre del Universo.

Un millón de emociones pasaban por mi cuerpo. Las temperaturas variaban, las lágrimas caían. Este era el final.

A pesar de todo, los segundos pasan. Las horas siguen transcurriendo, tan dolorosamente como los latidos de la sangre bajo un moretón. El tiempo, a veces, no cura absolutamente nada. Porque en realidad, el tiempo es la misma herida, que consume, que dilata las heridas abiertas, y te golpea de lleno en la cara.

Pero a veces, también, sientes como que una minúscula partícula rota se une de nuevo a la gran masa. Y tú sigues con tu vida, sobrellevando los días, leyendo el periódico y recorriendo la antigua casa del que alguna vez estuvo contigo siempre. Lo recuerdas dulcemente. Todas sus ocurrencias, e incluso, todas sus cicatrices, forman parte de ti ahora. Hay un día, en el cual te levantas, te miras al espejo, hecho un desastre. Tu cabello está en picos sobre tu cabeza. Hay arrugas bajo las bolsas moradas que hay bajo tus ojos inyectados en sangre, y las lágrimas secas en tu rostro que pican. Ese día, en el cual escuchas los ladridos de los perros fuera, la campanilla de la bicicleta que trae los periódicos a tu casa, el concurso de talentos que resuena en la televisión, la música de la niña rebelde que vive al lado de tu casa. Entonces entiendes, y te obligas a comprender, que la vida sigue. Y que el mundo no para de girar. Es ese día, cuando, recordando toda tu vida, y sintiendo que el aire inunda tus pulmones, piensas, "me cansé de sufrir". Hay una pequeña sonrisa en tu rostro, y tocas la cadena de avión plateado sobre tu cuello. "Adiós", piensas decir. Pero te detienes. Porque, aunque el futuro se vea tan incierto ahora, y aunque te sientas tan perdido sobre tu propio eje, te das cuenta, de que entonces todo puede cambiar. Justo como cuando cambió la primera vez.

No es un adiós. Es un "hasta luego". Contra todo, y contra todos.

Lost | Adaptada | Justin Bieber y Túजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें