XXIII.

5.2K 294 21
                                    

Son las dos de la mañana y ahí estamos. En mitad de una terraza de un bar, sin perdernos de vista ni un segundo a pesar de tenernos en frente. Está inclinada levemente hacia la mesa y yo con las manos sujetando mi rostro, memorizando su flequillo, sus ojos oscuros intensos, esos labios que no son legales. Lo bonita que es y lo que me reflejan sus ojos. No necesito hablar con ella para saber que sigue siendo ella. Sin más.

Las cervezas medio agotadas en la mesa dicen que llevamos ahí más rato del que alguien pudiera imaginar y apenas hemos hablado.

Lejos de ser incómodo es todo lo contrario. Puede parecer una locura pero no lo es.  

Hacia tanto tiempo que necesitaba esto y he imaginado tantas veces, dormida y despierta, en cómo sería cuando la vida nos volviera a juntar, que aún me cuesta procesar que ésta es la verdadera. 

Que es real.

—No me has reconocido— pronuncio haciéndome la enfadada. 

Su ceño se frunce levemente y apoya sus brazos en la mesa con esa mirada tan suya que no sé siquiera que es todo lo que agita en mi pero que estoy dispuesta a averiguar.

—¿Sabes a cuántas personas he parado durante todo este tiempo creyendo que eras tú?— la sinceridad con la que me habla desde el primer momento me deja sin aliento. —No quería darme otra hostia... 

—Justo con quien tienes que hacerlo y no lo haces. Tú y tus formas de cagar reencuentros— bromeo, sin embargo, guiñándole un ojo.

—Eres idiota.

Trata de camuflar su sonrisa pero consigo ver el movimiento de sus comisuras.

—Gracias— contesto sacando mi lengua. 

La observo beber el final de la cerveza.

—¿Cómo te va todo?— me pregunta, finalmente, con los ojos tan brillantes que me produce una sensación extraña en el pecho.

—Bien. Bastante bien, la verdad— me arreglo un poco el corto flequillo. —Hace poco que volví de estudiar en una academia de arte en Francia. Estoy conociendo estos días Madrid y... no sé, lo que menos esperaba era encontrarme contigo, un sábado por la noche y en un karaoke. 

Nos echamos a reír las dos y es ella quien niega con la cabeza. 

—El otro día...— carraspea, y noto como su cuerpo está algo inquieto. —...me salió un anuncio con uno de tus cuadros, creo. Hablaba de nuevos talentos en el arte. Te mencionaba a ti y una exposición. Casi me da algo.

Abro los ojos, ligeramente, sorprendida. No esperaba eso, y mucho menos, que fuese a decírmelo de forma tan directa. Me muerdo el labio y me inclino lentamente hacia adelante, como si fuera a contarle un secreto.

—¿Y...?

—Y nada. Me preguntaba si...

Sé lo que quiere; sus ojitos me lo están gritando en braille y he pasado demasiado tiempo con ella como para entenderlos.

—¿Quieres venir a ver la exposición? Están todavía con los preparativos porque hay algunos problemas con algunas obras de otros participantes y no puedo dar fechas pero estás invitada.

—¿De verdad?

Su cara brilla igual que cuando era pequeña viendo los regalos debajo del árbol de navidad y que tantas veces vi por los vídeos que grababa su madre. 

—Claro— contesto con una sonrisa. —Bueno, creo que juegas con algo de ventaja... así que, cuéntame qué es de ti. 

—Pues... Me puse a estudiar telecomunicaciones.

never really over | albalia.Where stories live. Discover now