LXIV.

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El silencio inunda aquella oficina y sólo es roto por el sonido de mi respiración, un poco más acompasado que hace un rato. No sé cuánto tiempo llevamos en el suelo, con Natalia rodeándome y no dejándome arrastrar al ataque de ansiedad que estuvo a punto de asomarse para saludar y decir "seguimos aquí, ¿qué te creías?". 

Mis manos se aferran a su sudadera y sigo escondida en su cuello, aunque removiéndome lo justo para poder observar su pecho subir y bajar. Disfrutando de la calidez que desprende su cuerpo. Su mano acariciando mi nuca y la otra recorriendo mi espalda por debajo de la ropa para que pueda sentir su piel directa y conseguir más efecto que ha funcionado casi desde el principio.

No tiene ni idea de cuánto se lo agradezco. 

Cierro los ojos y respiro fuerte por la boca para hinchar más los pulmones de aire, llevándome con la bocanada, su perfume y su propio olor. Esa esencia que siempre ha sido capaz de crear magia con solo su presencia. 

Esa magia que durante tiempo atrás necesité y que, al contrario que en este presente, no lo tuve.

Flashback.

Golpeé con fuerza la puerta de entrada a esa casa que no podía ver como mía, a pesar de estar allí ya una semana. 

Solté la mochila contra la pared, sin importarme donde cayera y si arrastraba algo al suelo a su vez; me daba igual. 

Sentía como aquel líquido grueso y pegajoso seguía cayendo por todas partes. Se me había calado no sólo la ropa interior, también hasta los calcetines así que cuando caminaba escuchaba un "chof chof" que me estaba dando muchísimo asco.

Me detuve en seco, mi culo cayó al suelo de golpe y me saqué las zapatillas de forma brusca. Un montón de pintura verde salió de las zapatillas y las dejé por ahí al tiempo que buscaba la puerta del baño para encerrarme. Golpeé con mi puño la pared antes de alcanzarla y es que estaba enfadada, estaba rabiosa y muy frustrada.

No quería estar ahí, 

yo quería volver a casa. 

Quería volver con mi hermana, 

quería volver con mis amigos,

quería abrazarme a Natalia.

Deseaba poder cerrar los ojos y que cuando los abriese los últimos meses de mi vida fuesen una pesadilla. 

Porque no podía estar pasando esto; no podía ser que todo lo que siempre había considerado mi vida, ya no existiera. 

Me negaba a aceptar mi nueva vida. La perdida que suponía no tener mis pies en Valencia, recorrer el centro, caminar por la Patacona y tirarnos en la arena cuando el sol comenzara a esconderse e iluminar el cielo del cocktail de colores y degradados que lo dejaban ver de una forma tan preciosa que no había captura fotográfica que le hiciera justicia.

—¿Alba?

Lo que me faltaba. 

Mamá estaba en casa. 

Sus pasos acelerados provocaron que los míos también lo hicieran y empujé rápido la puerta, cerrando tras de mi. 

—¡Dios mío!

Debía ver el engorroso recorrido de mis pies desde la puerta de entrada hasta la puerta el baño.

Apoyé mi frente en la puerta, echando el pestillo para que no pudiera entrar. 

No quería que me viera.

No quería encontrarme con el reflejo de lo que eran mis ojos porque entonces lo pagaría con ella y echar más leña al fuego en la relación que teníamos por entonces era lo peor que podía suceder. 

never really over | albalia.Where stories live. Discover now