XXIX.

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—Vale. Entonces, a ver...

Sabela deja el bol de palomitas en la mesa frente al sofá y regresa a su posición, con las piernas cruzadas. Acomodo de nuevo mi cabeza en su hombro y busco su mano para juguetear trazando líneas imaginarias en su brazo mientras asimila todo lo que le he confesado en cuestión de unos minutos.

—¿Qué tienes pensado hacer?

Me tengo que encoger de hombros porque no tengo ni idea.

—Pero, ¿tú estás segura? ¿Vas a hacerlo?

Levanto un poco mi cara para poder mirarla. Me está mirando con esos ojitos preocupados y respiro profundo. Levanto la mano libre para acariciarle los mofletes y le dedico una pequeña sonrisa agradecida. 

No sabe lo mucho que necesito de esos momentos con ella, así, sin más que estar tiradas en el sofá, hablando, contándonos nuestras miserias o nuestras preocupaciones y poder ayudarnos mutuamente.

—¿Crees que debería no hacerlo? Quizá estoy metiendo la pata, Sabs. 

—No. A ver, la pata la estarías metiendo si estuvieras insistiendo y ella te estuviera diciendo que no... Pero no sé, quiere verte. Y eso es bueno— me dice cogiendo mi mano entre las suyas. —Además... Ir de la mano por el Retiro, cariño, de amiguitas no es. 

El tono empleado junto con ese acento gallego tan marcado me hace soltar unas cuantas carcajadas al aire y acurrucarme más en ella.

—Contigo voy de la mano, tonta.

—Ya. Pero no quieres comerme la boca. 

Eso era verdad y por eso vuelvo a reírme apretando nuestras manos unidas, apreciando y agradeciendo las caricias que sus dedos proporcionan en mis manos frías. 

El silencio reina por unos largos segundos en los que pienso en, realmente, como están dándose las cosas. No quiero cagarla, no ahora. No con Natalia.

Lo que logré saber de ella es que, tras mi marcha, se había metido en una especie de burbuja de la que María consiguió sacarla y por lo que yo, poco a poco, me convencí que hacerme a un lado era lo mejor. Tenía que dejarla ir y que continuara con su vida, que avanzara. Me había podido dar cuenta que juntas, en las circunstancias que teníamos y estábamos, ninguna lo hacía.

Nos hacíamos daño y era un obstáculo.

Luego los azares de la vida propiciaron que no tuviera forma de contactar con ella y lo dejé estar. Como ella, supongo.

No quiero volver a joder de nuevo su vida, ni su rutina, de alguna manera. Me aterra. Tampoco su forma de vida. Porque le está yendo bien. 

Y no merezco volver a convertirme en una piedra en su camino.

No se lo merece.

—¿Qué piensas?

Sabela interrumpe mis pensamientos y coloca un dedo entre mis cejas, deshaciendo la arruga que se ha formado ahí mientras me he quedado enredada en mis desvaríos y recuerdos. Niego con la cabeza, sin muchas ganas de hablar. 

—Alba...

—No quiero interponerme de nuevo en su camino. Convertirnos en... Aquella vez que hablé con María me dijo que...

—Cariño...— me dice con el tono con el que siempre me calma y me obliga a meditar. —Natalia ya aceptó que te fuiste. Y ahora está asimilando que has vuelto y, por lo que me cuentas, tiene tantas ganas de recuperar el tiempo perdido como tú.

Me hace moverme de mi posición para poder cogerme la cara entre sus manos y obligarme a mirarla. 

—Te apartaste una vez sin darle oportunidad a saber el por qué. No lo hagas de nuevo. Deja que ella decida lo que quiere. Tienes una segunda oportunidad. Puedes hacer las cosas bien. Las dos podéis. Estoy segura.

Sí. Es verdad. Tengo una segunda oportunidad. 

La tenemos todavía.

Además, somos una versión mejorada de lo que fuimos, ¿no? Eso tiene que ayudarnos.

El móvil vibra en la mesa, al lado del bol de palomitas y ambas miramos hacia él por unos segundos. Miro a Sabela y la veo sonreírme con el cariño de una hermana mayor.

—Anda, venga. A ver quien es— me dice dándome un toque en la pierna. 

Se levanta cogiendo el bol de palomitas que está completamente vacío y camina hacia la cocina.

—¿Hago más palomitas?

—Vale. ¿Cuál quieres ver ahora? 

—El Diario de Noah— me mira antes de entrar en la cocina y antes de que lo haga, le saco el dedo corazón sacándole la lengua. Ella se parte de risa. —¡Es broma! Podríamos poner esa de los robots de colores, los que se convierten en cosas.

—¿Transformers?— deduzco con el chat de Natalia abierto pero mirando hacia la cocina.

—¡Esa! 

Madre mía. Es que vaya personaje. 

Mi mejor amiga, señoras y señores. 

 

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never really over | albalia.Where stories live. Discover now