Capítulo 9

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Llegamos a las puertas de aquel moderno hospital, la construcción encajaba perfectamente con el diseño del pueblo. Estábamos a punto de entrar cuando escuché aquel fuerte estruendo.

Ambos nos quedamos en silenció y Harek suspiró pesadamente.

—Tenías razón –me miró– no será nada fácil.

Abrió la puerta y yo entré rápidamente, mi preocupación por Alice era tan grande que sentí mis piernas correr hacia donde provenía aquel ruido.

Ahí estaba ella, tirando todo lo que encontraba en aquella sala, las cosas volaban por sobre las cabezas de los ahí presentes y su mueca de dolor acompañada de sus ojos tan oscuros como la noche me daban a entender que no podía transformarse.

Estaba buscando la forma de defenderse de aquel peligro inexistente que Drack se había encargado de meter en sus entrañas.

Sus ojos me encontraron y lo siguiente que sentí fue sus brazos rodeandome fuertemente.

—Pensé que te habían hecho daño –habló– pensé que estos malditos te habían lastimado.

Sus voz sonaba tan quebrada, podía notar su miedo y la angustia, todo aquello proyectado en su voz. Escondió su rostro en mi pecho y yo  solo la abracé.

Miré hacia atrás y ví a Harek apoyado en el marco de la puerta analizando la escena, hizo un ademán y todos los presentes empezaron a salir de la habitación.

Me sobresalté al escuchar como alguien se acercaba corriendo hacia nosotras, en ese momento entró por la puerta aquel rubio con una mueca de angustia en la cara. Llevaba en su mano una gran jeringa. Alice me alejó de ella agarrando un pedazo de aquella silla de madera destruida y lo apuntó con está.

—Aléjate o partiré esto en tu cabeza –amenazó–

El rubio miró a Harek negando con la cara llena de angustia, en cambio él solo sonrió.

—¿Difícil? –preguntó Harek mirándolo con burla–

—Todo un caso –respondió aquel chico suspirando cansadamente–

Alice no bajaba aquel trozo de madera. Necesitaba tranquilizarla.

—Pueden darnos un minuto, por favor. –miré a Harek–

Él analizó mi rostro unos segundos seriamente y asintió.

Miré a aquel chico y me dí cuenta que lo reconocía, era Dexler, el beta de Harek. Vestía una bata de doctor y un estetoscopio rodeando su cuello.

Dexler me miró confundido y luego miró incrédulo a Harek quien sonrió. su mirada volvió a mí y habló.

—Ten cuidado porque muerde – apuntó a Alice–

Ella por su parte irradiaba odio, su mirada era tan profunda y tan oscura. Ambos salieron de la habitación dejándonos solas.

Ella siguió mirando a la puerta con el pedazo de madera aún en sus manos, me puse enfrente de ella e hice que se sentará con cuidado en la silla que había a su lado. Ella dejó caer la madera y sus ojos empezaron a cristalizarse.

—¿Que hacemos aquí, Rysh? Drack va a matarnos.

Su voz rompió mi corazón, veía las lágrimas salir de sus ojos oscuros, el miedo con el que hablaba me mataba. Me destruia por dentro.

Me arrodillé y puse mis manos en sus piernas.

—Alice –susurré mirándola– Drack no volverá a lastimarte.

Ella quería hablar pero la interrumpí.

—Ellos –miré hacia la puerta– no son malas personas, no nos harán daño. Lo prometo. Solo debes confiar para que puedas sanarte.

Sus heridas tenían algunas vendas que de seguro le habían puesto al caer inconsciente por el dolor, pero el gran hematoma de su costilla seguía ahí cada vez tomando un peor color.

Mi preocupación aumentaba cada vez más.

—Alicé –volví a susurrar– por favor, debes dejar que puedan ayudarte.

Sentía aquel nudo en la garganta y aquellas ganas de llorar pero debía permanecer fuerte por y para ella, necesitaba darle aquella fortaleza en aquel momento.

—Sé que estás asustada –la miré– pero el único que nos lastimaba era Drack, estás personas solo buscan ayudarnos, no nos harán daño. Te lo prometo, debes confiar en mí, Alice.

Trate de que mi voz sonará lo más convincente para poder transmitirle aquella confianza.

Sus ojos me contemplaban atentos a cada palabra que salía de mí boca. Ví como su mirada se empezó a suavizar. Sus ojos cafés volvían a ser ellos, estaban cristalizados. reflejaban el miedo, angustia y desesperación que estaba sintiendo. Todo eso era demasiado para una Niña, lo era para cualquiera.

—No te dejaré sola –hablé– estaré contigo y tú conmigo, tal como lo prometimos cuando empezaste a hablar –sonreí–

Ella esbozó una pequeña sonrisa y yo me levanté, la ayudé a ponerse de pie y volví a ayudarla esta vez a subir a la camilla. Sequé las lágrimas de su rostro y la miré.

—Nadie volverá a hacernos daño, Alice.

Ella asintió y caminé hacia la puerta. Antes de abrirla respiré profundamente y lo hice.

Y ahí estaban ambos apoyados en la pared que había frente a la puerta, sus ojos estaban puestos en mi antes de que yo los mirara.

Miré al rubio y hablé.

—¿Puedes ayudarnos? –pedí–

El asintió y miró a Harek quien hizo un gesto con la cabeza para que el rubio entrara a la habitación.

Me senté junto a Harek en el sofá que estaba en aquel cuarto y no quite mi mirada de Dexler, él camino hacia Alice y ella retrocedió.

—No te haré daño, solo quiero ayudarte –la miró– haré que deje de doler.

Alice finalmente asintió desconfiada. Por la puerta entró una chica con una bandeja llena de cosas.

Dexler volvió a hablarle.

—Ella –la apuntó– va a inyectarte algo para el dolor, no va a doler y verás que te sentirás mejor.

Alice fijó su mirada en mí y yo asentí, entonces aceptó.

La chica preparó la jeringa rápidamente y se acercó a ella para poder inyectar aquello.

Dexler habló con otra enfermera que acaban de entrar dándole indicaciones de lo que necesitaba para comprobar el daño en las costillas de Alice, ella solo asintió y ambas enfermeras se retiraron.

Sus heridas ya tenian puntos, algunas eran algo profundas. Luego de un rato supimos que solo tenía una fractura, Drack no había usado toda su fuerza con ella, si lo hubiera hecho ahora estaría muerta. Al menos me aliviaba saber que su lobo interior la haría sanar rápidamente.

Desde algunas horas solo estábamos yo y alice, Harek debía solucionar algunos asuntos y Dexler ya no podía hacer nada más por nosotras. Le habían asignado una nueva habitación gracias al desastre que había provocado en la anterior, mientras tanto los medicamento iban adueñándose de su cuerpo poco a poco hasta hacerla caer en un profundo sueño.

Caminé hacia ella y la arropé mejor con las cobijas analizando cada centímetro de su rostro hasta que el sonido de la puerta abriéndose llamó mi atención. Ahí asomándose estaba aquél rubio

—Es hora de que tú también descanses –me miró– Harek está esperándote.

HAREKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora