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Southend-on-Sea, Inglaterra, octubre de 1566

Los resplandecientes rayos de sol bailaban sobre la suave crecida de las olas, que avanzaban casi con languidez hacia la orilla.

Con los brazos apoyados en la barandilla de estribor del buque francés La Belle Beaulieu Kagome Higurashi, una joven de diecisiete años, miraba hacia las lejanas figuras que permanecían en el muelle Escoltada por los hombres de armas de la familia Higurashi, la condesa viuda aguardaba junto al bondadoso sir Henry Bagenal, emisario de la reina Isabel para la familia Higurashi desde la muerte del conde siete años atrasar. Henry era un segundo padre para Kagome, y lo echaría en falta casi tanto como a su madre.

Kagome sabía que su madre se quedaría mirando hasta que el barco desapareciera en el horizonte. Al fin y al cabo, Kagome había estado junto a su madre, despidiéndose de sus hermanas con el brazo en alto cuando la reina las había enviado a casar fuera de Inglaterra. Kagome, la menor, sería la última.

Pese a su reticencia a abandonar Inglaterra y todo lo que más quería, Kagome conocía su deber, y por el bien de su madre, que no tenía voz en el asunto, fingió una sonrisa alegre. Sus hermanas, Ayame y Yuko, tampoco habían querido abandonar Inglaterra, pero encontraron la felicidad junto a sus esposos extranjeros.

Kagome dudaba que ella fuese tan afortunada. La miniatura del conde demostraba que no era ni la mitad de hombre que sus apuestos cuñados. Era una desgracia estar bajo la tutela de la corona, sin duda.

-No es demasiado tarde.

-¿Para qué?

-Para cambiar de opinión sobre lo de exiliarte conmigo -advirtió Kagome, volviéndose hacia Sango, su prima y doncella.

-Casarse con un noble francés no puede considerarse un exilio -replicó la muchacha-. Además, siempre he compartido tus aventuras.

-¡Vaya, prima! -exclamó Kagome, sonriendo con expresión traviesa-. Yo creía que detestabas las aventuras.

-Vivir en Francia es una clase de aventura que me encantará -respondió Sango-. Una aventura segura.

-Nos espera un viaje muy largo -dijo Kagome-. Acaso nos aguarde algo más peligroso.

-¿Por ejemplo?

-¿ Piratas, quizá?

-Dios nos ampare -suplicó Sango, santiguándose con un movimiento rápido-. Aunque estoy segura de que te apetecería un enfrentamiento con piratas.

Kagome y Sango guardaron silencio y se quedaron pensativas. A pesar de que Inglaterra todavía se veía a lo lejos, las dos añoraban ya su país. Señora y doncella componían una imagen fascinante, de pie junto a la barandilla, impregnándose de la última visión de Inglaterra.

De figura pequeña y esbelta, bien torneada, Kagome tenía una belleza arrebatadora de la que no era consciente. Unos ojos enormes de color verde esmeralda brillaban en su rostro ovalado de perfil delicado. Su cutis era sedoso y blanco como el marfil, y su pequeña nariz respingona lucía su única imperfección, una mácula de finas pecas. Su máximo don era la exuberante melena de pelo azcabache.

De cabello y ojos castaños, Sango era de estatura mediana, unos centímetros más alta que su prima. Su atractivo era sencillamente agradable. Y para mayor abatimiento de Kagome, Sango no tenía pecas en el puente de la nariz. Era la viva imagen de su madre, prima segunda del conde fallecido.

-Mademoiselle -llamó el capitán Bankotsu avanzando hacia ellas. Las dos muchachas se giraron y lo miraron mientras se acercaba.

El francés era bajo y robusto, de pelo negro y un bigote de aspecto grasiento. «Un sapo de hombre», pensó Kagome .

Esclavizada +18 ιηυуαѕнαМесто, где живут истории. Откройте их для себя