15

1.1K 62 32
                                    

15

—Despierta.

Inuyasha ignoró la voz y se volvió sobre el vientre.

—Vamos, despierta. —La voz de la víbora sonó más fuerte.

En el linde de la conciencia y el sueño, Inuyasha estaba atrapado en una espantosa pesadilla. Su esposa se había convertido de alguna manera en su madre, y su cama era tan dura como el suelo.

—Despierta, depravado. —Con el pie, Izaioy empujaba a su hijo desnudo.

Inuyasha se incorporó sobresaltado y miro alrededor con ojos confusos. Entonces recordó que había hecho el amor con su mujer la noche anterior. Alabado sea Alá, sólo había imaginado que su esposa se volvía tan viperina como su madre.

—¿Por qué duermes en el suelo? —pregunto Izaioy.

—¿Me habéis despertado para preguntarme eso? —le espetó Inuyasha, percatándose de pronto de su desnudez y de que tenía el miembro erecto. Avergonzado gruñó—¿Qué queréis?

Izaioy soltó una risilla al verlo tan turbado.

—¿Dónde está esa marrana que tienes por esposa?

Inuyasha escudriñó la expresión de reproche de su madre. Al parecer, ella sabía algo que él ignoraba.

—Si se trata de un juego, me rindo —murmuró—. ¿Dónde está?

—¡La temible Bestia del Sultán no puede controlar a su propia esposa! —se burló Izaioy.

—No estoy de humor para escuchar vuestros insultos —masculló—. Dime lo que quieras decirme y luego márchate.

—Veo que esa pequeña salvaje te está contagiando sus irrespetuosas costumbres —replicó Izaioy.

—Madre... —En la voz de Inuyasha asomó un dejo amenazante.

—Tu esposa y tu hermana van de camino a los establos —le informó Izaioy—. He intentado detenerlas pero...

Olvidando su desnudez, Inuyasha se levantó de un salto. Se puso los pantalones y las botas, cogió una camisa y se precipitó hacia la puerta.

—Si tu esposa estuviera donde tiene que estar —dijo Izaioy, a un metro de él—, esa verga matutina que ostentas como un mástil podría descansar en paz.

El rostro de Inuyasha enrojeció.

—Alá me libre de las mujeres viejas y necias —suspiró, abandonando la alcoba.

Izaioy salió tras él. No quería perderse la escena de su hijo reprendiendo a aquella bastarda inglesa. Con suerte, la azotaría hasta subyugarla.

—¡Kagome! —gritó Inuyasha, entrando precipitadamente en los establos.

De pie junto a una cuadra, Kagome y Kaede se volvieron al oír su voz. Las sonrisas que esbozaron al saludarlo se desvanecieron ante su expresión amenazadora. Kagome vio, detrás de su esposo, a Izaioy, que la miraba con una sonrisa triunfal. Al ver la expresión de su suegra, Kagome dijo:

—Lo que sea que ella te haya dicho, es mentira.

Inuyasha agarró a su mujer por el brazo, apretándola con fuerza hiriente mientras la sacudía—. No te he dado permiso para salir a caballo. ¿Adónde ibas?

Preparada para dar batalla, Kagome se zafo de su presa con un gesto brusco y le espetó:

—No iba a ninguna parte.

—Entonces ¿qué haces aquí? —pregunto Inuyasha.

—He venido con tu hermana a ver a Placer infinito —dijo Kagome.

Esclavizada +18 ιηυуαѕнαWhere stories live. Discover now