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Al despertar, Kagome se sintió desorientada, pero al enfocar la vista en su entorno, le asaltó el humillante recuerdo de la noche anterior. Los ruidos matinales le llegaban del exterior mientras los hombres del príncipe se preparaban para un nuevo día. En una breve oración, Kagome agradeció que estaba sola. Pero ¿dónde estaba la bestia?

Parecía una oportunidad perfecta para escapar. Tenía que huir del campamento y rescatar a Sango. ¿Estaría todavía su prima a bordo del barco¿O se la habría llevado el pirata? Era igual, decidió Kagome, buscaría primero en el barco. Pero ¿cómo? «Vamos poco a poco», se dijo.

Se levantó de la cama. Sabía que necesitaba comida y ropa.

La imagen del desayuno de su captor sobre la mesa le hizo crujir el estómago. Había pan de hojaldre, mermelada, miel, queso de oveja y olivas negras.

Kagome cogió un panecillo y lo partió en dos. En una mitad puso mermelada y la engulló, luego mojó la otra en la miel y también la comió. Ignoró las olivas, pero cogió un buen trozo de queso y otro pan para comérselo mientras buscaba algo que ponerse.

De pronto se oyeron voces en la antecámara de la tienda. De un salto, Kagome se tumbó en la cama y fingió dormir.

Mirando a hurtadillas con las pestañas entrecerradas, Kagome vio a dos sirvientes entrar en la alcoba de la tienda. Sin echar ni una ojeada hacia ella, recogieron la mesa y se marcharon.

Kagome esperó unos minutos antes de incorporarse. Y entonces lo oyó... su voz montando en cólera, riñendo a alguien fuera de la tienda.

Haciendo acopio de valor, Kagome decidió levantarse y buscar algo de ropa, pero de nuevo oyó pasos en la antecámara y fingió dormir. Abriendo apenas las pestañas, Kagome vio que su captor se acercaba a ella. Pese a que el corazón le latía con frenesí, se obligó a respirar ligero, fingiendo estar dormida.

Inuyasha permaneció de pie junto a la cama y miró la belleza sobrecogedora de su cautiva. Al parecer, sus hombres no le habían molestado. Aunque sabía que al final la victoria sería para él, Inuyasha estaba deseando que ella despertara para reanudar la batalla entre ambos. Dio media vuelta y salió de la tienda.

Kagome abrió los ojos. ¿Qué debía hacer? La huida era ahora o nunca. Saltó de la cama y se abalanzó sobre las prendas que su captor había llevado la noche anterior. Se puso la camisa blanca de algodón por encima de la cabeza. La prenda le llegaba a las rodillas, como un camisón corto. Luego se puso los pantalones, y se metió la camisa por dentro. Al soltarlo, los pantalones cayeron hasta los tobillos. De sus labios brotó una maldición silenciosa, se volvió a subir los bombachos y cogió una tira de cuero. Después de ceñírsela a la cintura, dobló los pantalones por abajo para acortarlos.

Kagome pensó en coger las botas pero imaginó que le quedarían demasiado grandes y eso le entorpecería en su huida. «Mejor ir descalza que dejarse atrapar», decidió.

Kagome corrió hacia el fondo de la tienda y pegó el oído a la tela; escuchó el silencio y rezó para que no hubiera nadie afuera. Levantó la lona apenas un poco, luego se arrastró de bruces y salió al exterior.

Frente a ella estaba la suntuosa casa de Miroku, y detrás el centro del campamento de Inuyasha. La playa y el barco quedaban del otro lado. Con la intención de rodear el perímetro del campamento y de allí dirigirse a la playa, Kagome se escabulló por detrás de las tiendas y consiguió alejarse una buena distancia.

Entretanto, Inuyasha esperaba a la entrada de su tienda la llegada de Miroku. Sonrió y levantó la mano a modo de saludo.

—Te he oído gritar desde mi terraza —dijo Miroku, y luego miró hacia la tienda—. ¿Cómo está ella?

Esclavizada +18 ιηυуαѕнαWhere stories live. Discover now