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En la playa, el aire matinal estaba impregnado de serenidad. Hacia el este, el sol naciente rasgaba de ámbar el horizonte. Anclado en la bahía, el Saddam se balanceaba sobre las suaves olas, mientras una gaviota silenciosa cruzaba el cielo, planeando como una mansa nube pasajera.

Un bote yacía sobre la arena blanca. Junto a ella, Rashid y un puñado de marineros a las órdenes de Miroku conversaban en voz baja. Inuyasha y Miroku hablaban a solas, a cierta distancia.

—¿Vendrás a Estambul para la subasta? —preguntó Inuyasha, entregándole a su amigo el pantalón que había limpiado su cautiva.

Miroku asintió con la cabeza.

—Envíame un mensaje si me necesitas antes.

—Mi señor —interrumpió Abdul—. Los hombres tienen listos sus pertrechos y están preparados para zarpar.

—Muy bien. Te veré en casa dentro de unos días —le dijo Inuyasha a su ayudante—. Si te necesito en Estambul, te lo haré saber a través de las palomas de Izaioy.

Abdul asintió e hizo una reverencia. Giró sobre sus talones y se encaminó hacia donde aguardaban los hombres del príncipe.

—¿Tienes alguna idea de quién podría desear la muerte de Kouga? —preguntó Miroku.

Inuyasha se encogió de hombros y dijo:

—No me atrevería a hablar de nadie.

Más allá en la playa, Kagome y Sango también se despedían. Ambas iban cubiertas de negro de pies a cabeza.

Kagome abrazó a su prima y susurró.

—Descuida. Volveré y te rescataré.

—No agotes la paciencia del príncipe —le advirtió Sango—. Además, es más apuesto que la comadreja...

—¿Quieres decir que reconoces que Naraku parece una comadreja? —preguntó Kagome, sorprendida por el comentario de su prima.

Sango sonrió tímidamente y se encogió de hombros.

—Si regresamos a Inglaterra, la reina volverá a enviarte a casar con otro —aventuró—. Probablemente un hombre aún más detestable que la comadreja.

—No te preocupes por eso —repuso Kagome con cierta arrogancia—. Tengo un plan.

—¿Un plan?

—No quiero saber nada de los hombres —anunció Kagome—. Mi intención es ingresar en un convento francés y entregar mi vida a Dios.

—¿Tú en un convento? —Sango se echó a reír.

—¿De qué te ríes?

—Oh, Kagome, no discutamos —dijo Sango, poniéndose seria—. Quizá pase mucho tiempo antes de que volvamos a vernos.

Kagome asintió con la cabeza.

—Te echaré de menos.

—Mi señor Miroku tiene una casa en Estambul y ha prometido llevarme a hacerte una visita —le informó Sango.

—Y sus otras mujeres¿qué?

—¿Crees que ellas también querrían visitarte? —repuso Sango, sin comprender el sentido de la pregunta.

—Lo dudo —respondió Kagome, conteniendo una risilla. Bajó la voz y en un susurro, agregó—: Envíame un mensaje cuando llegues, y escaparemos juntas.

De pronto, la mano de un hombre agarró a Kagome por detrás y le dio la vuelta bruscamente. Era Inuyasha, acompañado de Miroku.

—Nunca escaparás de mí —le espetó el príncipe.

Esclavizada +18 ιηυуαѕнαWhere stories live. Discover now