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Kagome nadaba en las oscuras profundidades de la inconsciencia, pero no conseguía subir a la superficie.

«¿Estoy muerta? —se preguntó en los recovecos más hondos de su mente—. ¿O es una pesadilla?»

Como si le llegara de una enorme distancia, un murmullo de voces apagadas hablaba de bebés y de sangre. En algún lugar se cerró una puerta y luego todo quedó sumido en el silencio.

Kagome abrió los ojos e intentó enfocarlos en la alcoba. ¿Soñaba o estaba muerta? Intentó incorporarse y supo que estaba dolorosamente viva. Sentía el cuerpo como un único dolor punzante.

Unas manos fuertes la reclinaron suavemente contra las almohadas.

—Descansa tranquila, mi amor.

Kagome abrió los ojos. Su esposo estaba de pie junto a ella, con expresión angustiada.

Inuyasha se sentó lentamente en el borde de la cama y le acarició la mejilla.

—Estás levemente herida... —dijo.

—Me siento herida de muerte.

Una sonrisa asomó a los labios del príncipe.

—En unos días ya estarás subiéndote a los árboles —le prometió.

«¿Qué herida tengo?», se preguntó Kagome. En su mente danzaban imágenes de puñales, espadas y cimitarras, pero no conseguía recordar qué herida le habían hecho.

—Tu destreza con el puñal me salvó la vida —murmuró Inuyasha—. Estuviste magnífica al acabar tan certeramente con aquel canalla.

Kagome sonrió con tristeza.

—Probablemente le apunté a la espalda pero le di en la nuca.

—Alá guió tu mano—dijo Inuyasha. Se agachó y cogió una copa de agua de rosas—. Incorpórate y bebe esto.

—No tengo sed.

—Hazlo, cariño.

Inuyasha la ayudó a levantarse. Todos los músculos del cuerpo, sobre todo los del vientre, protestaron por el movimiento. Y con el dolor volvió la espantosa pregunta sobre su herida.

—¿Mi hijo está bien? —preguntó.

—Bebe —insistió Inuyasha, llevándole la copa a los labios.

Kagome obedeció y bebió hasta la última gota del agua mezclada con una pócima especial. Luego volvió a preguntar con voz angustiada:

—¿Mi bebé está bien?

Inuyasha la cogió entre sus brazos con dulzura.

—El médico ha dicho que podrás alumbrar docenas de niños sanos.

—¿Y éste? —preguntó ella al borde de la desesperación.

—No podrás tenerlo...

Kagome hundió el rostro contra el pecho de Inuyasha y lloró su desgracia.

—Sufres por haberme salvado la vida —susurró él—. La culpa es sólo mía.

Inuyasha la abrazó, acariciándole la espalda, pero Kagome no se dejó consolar. Al cabo de un rato sus sollozos remitieron. El somnífero y sus lágrimas acabaron por agotarla hasta convertirla en un peso inerte en los brazos de su amado.

Con toda la suavidad de que era capaz, Inuyasha la reclinó sobre las almohadas y se puso en pie. Contempló el rostro de Kagome largo rato y luego se inclinó para besarla suavemente.

Esclavizada +18 ιηυуαѕнαWhere stories live. Discover now