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Tras una noche agitada, Kagome despertó temprano. Estaba sola. Por el aspecto de la cama y la alcoba, supo que Inuyasha no había dormido junto a ella. Puede que por fin entendiera que ella no quería tenerlo cerca. ¿O sí quería?

La imagen del príncipe acudió a su mente. Vio su rostro apuesto acercarse a ella, sintió el calor de su aliento, sus labios sensuales sobre su boca... Un delicioso estremecimiento le recorrió el cuerpo.

¡En nombre de Dios! Kagome bajó de la cama y cruzó la alcoba para mirar por la ventana. El amanecer alumbraba el horizonte por el este. Kagome se dio cuenta, sobresaltada, de que tenía que escapar o perdería su virtud. Las sensaciones desconocidas que el arrogante príncipe despertaba en ella eran demasiado excitantes, tentadoras y fuertes para resistirse por mucho tiempo a ellas.

Kagome decidió huir lo antes posible y encontrar la manera de dar con Sango. Juntas regresarían a Inglaterra. ¡Aunque tuvieran que caminar a lo largo y ancho de toda Europa!

Era muy temprano, por lo que habría poca gente levantada. Aquél era el momento más propicio para escapar. Con la llegada de Abdul y los hombres del príncipe, sería muy difícil hacerlo, si no imposible. ¿Cómo iría¿Por tierra o por mar? La mirada de Kagome vagó hasta la playa desierta. Los dos botes seguían amarrados a la arena. Iría por mar. ¿Cómo se disfrazaría? Viajar como mujer era demasiado peligroso. ¡Ojalá tuviera ropas turcas! Pero no había nada que hacer. Se conformaría con vestirse de mozo de cuadras inglés. Y que Dios, Alá o quien fuera la protegiera.

Cruzó la alcoba a toda prisa y empezó a sacar los vestidos que guardaba en su baúl de viaje. Hurgó hasta el fondo y encontró el traje de mozo de cuadras que usaba para montar. Su madre le había prohibido llevárselo a Francia, así que lo había escondido en el fondo del baúl. Sacó las calzas deshilachadas y la camisa, junto con la gorra y las botas negras de cuero.

Temiendo que le sorprendieran mientras se preparaba, se cambió apresuradamente, se calzó las botas y recogió la azcabache melena bajo la gorra. Cogió todos los vestidos, formó una bola y los llevó a la cama. Ahí compuso una forma que ella confiaba se asemejara a una persona y la cubrió con el edredón. Luego cruzó la alcoba de puntillas, apoyó la oreja contra la puerta y escuchó. En el pasillo no se oía nada. ¿Dónde estarían Inuyasha y Hojo? Respiró hondo y accionó el picaporte. La puerta estaba abierta. Hojo las pasaría negras por eso.

Kagome salió al pasillo poco iluminado. Pegada contra la pared, avanzó de puntillas hasta la escalera. Ojalá se acordara de cómo salir de ese laberinto de piedra...

Tras pasar la noche insomne, Inuyasha había salido con Argos al muro supuestamente encantado que dominaba la bahía. Necesitaba despejarse la cabeza y para ello confiaba en el olor salado del mar y la prodigiosa visión del sol naciente.

Inuyasha se esforzaba en vano por concentrarse en quién querría ver muerto a Kouga. ¿Se trataba de una vil conspiración o de un fanático solitario? Pero cada vez que intentaba pensar en el intento de asesinato, su mente conjuraba la visión de su cautiva, su melena de fuego, sus miradas seductoras, el contoneo de sus caderas y su espíritu intrépido. Nunca había conocido una mujer como ella. Ojalá se hubieran conocido en otras circunstancias, otro tiempo, otro lugar...

¡En nombre de Alá! Ella era la prometida de Naraku y el instrumento de su venganza.

Mirando hacia el mar, Inuyasha advirtió un fugaz movimiento furtivo por el sendero que conducía a la playa. Dio un paso hacia el borde del parapeto y escudriñó aquel punto. Alguien o algo se ocultaba detrás de las rocas que bordeaban el camino.

—Inshallah —murmuró.

Su cautiva intentaba escapar. Girando sobre sus talones, Inuyasha se precipitó hacia la escalera. Argos le seguía de cerca.

Esclavizada +18 ιηυуαѕнαDonde viven las historias. Descúbrelo ahora