Prólogo: Los milagrosos.

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Alemania.

Sábado, 2 de septiembre de 2019.

12:47 am.

Todas somos conscientes de la catástrofe ocurrida en el internado masculino. En el salón común, en el cual hay múltiples sofás y mesas negras, unas ventanas gigantes con barrotes y unas cortinas también negras, estanterías de madera con libros sobre nuestra religión y juegos de mesa, todo rodeado de unas altas paredes rojo oscuro, no se habla de otra cosa. Nos comunicaron hace diez horas el derrumbamiento que hubo en el internado masculino y la cantidad de chicos que murieron como consecuencia. De cuatrocientos internos, solo ciento cuarenta sobrevivieron. Una tragedia con todas las letras.

Al parecer las lluvias, los vientos huracanados y las tormentas habían afectado a la estructura de su edificio, y el hecho de que éste tuviera cien años y nunca se hubiera reformado contribuyó a que el techo se viniera abajo, y consigo, el resto del edificio, matando a los chicos que se encontraban dentro. Solo se salvaron los que estaban en el patio exterior y dos chicos que estaban en el sótano, seguramente haciendo cosas impuras, pues el sótano está completamente prohibido. Después se descubrió que ambos estaban consumiendo drogas a escondidas de los gobernadoresdel internado, que son los "elegidos" por nuestro Dios para enseñar la religión y tenerlo todo bajo control. Lograron salvarlos después de pasadas tres horas del derrumbamiento haciendo un túnel por debajo el edificio, y se comenta que fue un milagro de nuestro Dios, pues podrían haberse quedado sepultados. Nadie sabe realmente como pudieron sobrevivir. Esos dos chicos se les conocen como Kay y Derek, los milagrosos.

A pesar de haber estado al borde de la muerte, se les castigó por sus comportamientos indebidos al consumir drogas, haciéndoles una marca con una barra de hierro ardiendo con la forma de una cruz  en la mitad del pecho.

Consumir drogas es la tercera regla prohibida. La segunda es mantener sexo por placer, ya que solo pueden mantenerse para procrear y traer niños al mundo, nada de placer, solo natalidad, y siempre que fuera de forma autorizada por el gobernador. La primera regla prohibida es ser homosexual.

El asesinato ni siquiera entra en la lista. Asesinar a alguien no implica castigo, implica la muerte directa. No hay ninguna oportunidad de supervivencia para un asesino.

Nadie nos ha informado más sobre la catástrofe del internado masculino, pero todas sabemos lo que ocurrirá hoy. Los supervivientes se instalarán con nosotras hasta que puedan volver a su lugar.

Todas están nerviosas, inlcuida yo. Nunca hemos estado cerca de chicos que no fuera el gobernador  y ahora tendríamos a ciento cuarenta chicos caminando entre nosotras, invadiendo nuestros espacios comunes y nuestras aulas.

— Bien, chicas, silencio. — habla la instructora Mathilda a través de un megáfono, la cual lleva puesta su vestimenta completamente negra, que consistía en una falda de tubo negra enorme, un jersey de cuello  alto del mismo color y un pañuelo negro que ocultaba su pelo. Es la jefa de todas las instructoras. Todas nos callamos al instante, cruzamos las manos sobre nuestro abdomen y bajamos la cabeza en signo de respeto. Mi pelo negro cae hacia delante dificultándome la visión, así que aprovecho cuando la instructora Mathilda no me está mirando para hacerme una coleta baja con rapidez. Después vuelvo a mi posición inicial. — Como bien sabéis, hoy llegarán los internos de internado masculino debido a la imposibilidad de permanecer en su anterior institución. — la instructora empieza a caminar de un lado a otro, con sus manos enlazadas en su espalda. Sus ojos azules se pasean por todas nosotras, y su rostro arrugado por la edad está serio, como de costumbre. — Espero que seáis responsables. Que no dejen que esos hombres las desencaminen, las envuelvan y las cambien. El único hombre que debe influenciarlas es nuestro Dios.

Y después de decir eso, nos pide a todas que nos coloquemos en filas, unas detrás de las otras, dejando el mayor espacio posible para los chicos. Ellos tendrán una sala común propia para los chicos, pero el gobernador, el jefe de todo nuestro internado, pensó que sería descortés no darles la bienvenida y el pésame por sus compañeros fallecidos.

 Mathilda abre las enormes puertas negras de la sala, las cuales rechinan por su antigüedad,  y nuestro gobernador entra, posicionándose frente a la puerta, y tras unos segundos, un hombre de unos sesenta años, calvo y con los ojos negros, con una túnica blanca, entra. Supongo que es el gobernador del internado masculino. Es cuestión de segundos que pasos y murmullos se escuchen por todo el pasillo que conduce a esta sala, y todas sabemos perfectamente de quienes se trata.

Entonces los chicos comienzan a entrar. Algunos, rubios, otros morenos, otros pelirrojos, altos, bajos, gordos, delgados, algunos más jóvenes que otros. A pesar de todas las diferencias físicas, todos son similares. Cada uno de ellos lleva un pantalón negro, una camiseta de botones del mismo color y una chaqueta elegante de color rojo oscuro. Es similar a nuestro uniforme, ya que nosotras llevamos una falda suelta por debajo de las rodillas negra y un suéter de mangas largas y cuello alto del mismo color de sus chaquetas. Tanto ellos como nosotras llevamos un colgante con una cruz plateado y fino colgado de nuestros cuellos.

Cuando todos los chicos están ya en la sala, callados y serios, el cura carraspea, llamando nuestra atención. Nuestro cura, de la misma edad que el del internado masculino, saluda al otro asintiendo suavemente con la cabeza, y éste se lo devuelve.

— Bien, chicas. — nuestro cura se gira hacia nosotras. Todas mostramos un enorme respeto hacia él. — Les presento a los internos supervivientes del internado masculino.

Yo paso mis ojos por los chicos, observándolos. Algunos parecen mostrar respeto, pero otros tienen pinta de que van reírse en cualquier momento. Ellos también nos observan y se sonríen entre ellos, algunos devorándonos con la mirada. Está claro que los chicos tienen menos aguante sexual que las mujeres, y seguramente muchos de ellos nunca hayan visto a mujeres de su edad tan cerca, y menos sabiendo que van a convivir con ellas. Me imagino los pensamientos impuros que deben estar teniendo muchos de ellos hacia algunas de nosotras, y eso me pone los pelos de punta.

— Y ahora, es momento de presentarles a los elegidos del señor... — los chicos se apartan hacia los lados, dejando un pasillo en medio de ellos y bajan las cabezas. Y entonces esos dos chicos salen al frente. El primero en el que me fijo es en el rubio. Es alto, con la piel bronceada y los ojos color miel. Su rostro es delicado y su cuerpo parece estar entrenado, y eso comienza a llamar la atención de algunas chicas detrás de mi, pues puedo escuchar sus murmullos y risitas, ya que  a pesar de ser estrictos, hay algunas que siguen sin unirse del todo al rebaño. Pero el que realmente me llama la atención es el segundo chico.

Es algo más alto que el rubio. Su pelo es liso y de un color negro azabache y algunos mechones caen sobre su frente. Su piel es blanca, de un color cremoso, y su rostro está afilado, las facciones definidas y frías, simétricas, pero lo que realmente hace que salten mis alarmas son sus ojos. Son negros e imponentes, rodeados de una gran masa de pestañas largas y negras. Su mirada no desprende amabilidad, sino peligro. Era una mirada fría y oscura.

— Ellos son Kay... — el gobernador señala al pelinegro, el cual parece aburrido de toda esta situación. — Y Derek. — señala al rubio, cuya expresión es neutra. No muestra nada. — Los milagrosos.

Los murmullos comienzan a hacerse notar en toda la sala. Todas hablan menos yo, pues me quedo sin aire cuando los ojos negros de Kay se posan sobre los míos.

En el momento en el que una sonrisa arrogante y aterradora se forma lentamente en sus labios, un escalofrío me recorre la espalda.

Es una advertencia de que los problemas están a punto de empezar.

PecadoresWhere stories live. Discover now