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Sábado, 2 de septiembre de 2019.

13:30 pm.

El salón común se despejó en cuanto le dimos el pésame a los chicos. Todas empezamos a salir y yo me espero en la puerta hasta que mi mejor amiga Saskia se encuentra conmigo.

— Te noto rara. — me dice cuando empezamos a caminar hacia nuestra habitación por el oscuro pasillo rojo. Yo ya he me soltado el pelo, al igual que Saskia, la cual tiene su pelo rubio cayendo en cascada sobre sus hombros.

— Es solo que tengo un mal presentimiento... — admito. Ella arruga las cejas.

— ¿Por qué? Ellos también siguen la religión, se supone que nos respetarán en todo momento. — sus ojos verdes me examinan, esperando una respuesta.

— No lo sé...Esos chicos, los milagrosos... — suspiro. — No me inspiran nada bueno. En especial Kay.

— ¿Crees que caerás en la tentación? — ella abre los ojos preocupada y algo asustada.

— ¿Qué? ¡Claro que no! Nada que ver con eso. — Saskia se relaja y yo me cruzo de brazos. Que exagerada ha sido siempre. — Pienso que van a traer problemas, simplemente. Piénsalo, ellos consumen drogas. Si cayeron una vez en la tentación pueden hacerlo de nuevo.

— Tienes razón... — ella se muerde el labio nerviosa. Nos paramos cuando llegamos a nuestra habitación. — Aún así, nuestro Dios cree en las segundas oportunidades. Quizá ellos también la merezcan. — ambas entramos y yo cierro la puerta detrás de mi. Nuestra otra compañera de habitación, Franziska, está sentada en la cama abriendo un libro. No solemos hablar con ella, pues es una mala influencia ya que no sigue las reglas a rajatabla y ya le han hecho varias marcas y castigos por sus pecados. Su pelo castaño le cae hacia delante, por lo que no puedo verle el rostro, pero estoy segura de que tiene una mueca de asco en él.

— Claro, seguro que sí. — le respondo a Saskia antes de sentarme en mi escritorio a terminar los deberes de historia que debo tener hechos para el lunes.

En el internado, a parte de las múltiples clases religiosas sobre nuestra religión, la hora de confesión cada domingo, y la hora de rezo diario, también nos dan clases sobre asignaturas que cualquier adolescente tiene, como lengua, historia, matemáticas, inglés y educación física, en la cual podemos elegir un deporte para así mantenernos activos y saludables. Cuando llegué al internado con once años, elegí la hípica, así puedo mantenerme en contacto con un ser vivo que no me juzgue por nada. El establo está en el jardín trasero, junto al picadero.

Saska también se pone a hacer los deberes, y así pasa el tiempo hasta que llega la hora de comer. Todas, y ahora también todos, sabemos la hora a la que debemos estar en el comedor. Si nos retrasamos nos quedamos sin almuerzo, la puntualidad es algo primordial para el gobernador y las instructoras.

Al salir al pasillo, Saskia y yo caminamos una al lado de la otra, y las demás chicas hacen lo mismo hasta llegar al comedor. Hacemos fila en la barra con la bandeja en la mano para que nos sirvan la comida, y una vez lo hacemos, nos sentamos en nuestros asientos de siempre.

Estoy tranquila hablando con mi amiga hasta que veo un enorme grupo de chicos entrar al comedor, formando barullo.

¿De verdad van a comer con nosotras?

No está prohibido que nos relacionemos con los chicos, pero pensaba que nos separarían de ellos.

Al ver a los chicos con el colgante recuerdo que me he dejado el mío en la habitación, ya que me lo había quitado para cambiarme de suéter. Si me ven sin él las consecuencias no serán nada buenas.

— Ahora vengo. — le digo a Saskia mientras me levanto. Ella me mira confundida. — Se me ha quedado el colgante en la habitación. — ella asiente y yo salgo del comedor esquivando a los chicos que están entrando en él.

Camino por el pasillo, el cual ya está solitario, hasta llegar a mi habitación. Entro en ella y cojo el colgante plateado que había dejado en mi mesita de noche y me lo pongo. Después salgo de mi habitación y la escena que me encuentro hace que se me corte la respiración, otra vez.

Kay está apoyado en el marco de la puerta enfrente de la mía. Tiene los brazos cruzados y una sonrisa ladeada en su rostro, pero eso no es lo que hace que mi sistema respiratorio colpase, sino su torso desnudo. Abro los ojos por la sorpresa e inconscientemente mi mirada lo recorre. Los músculos de sus brazos y pecho están definidos, al igual que sus abdominales y oblicuos. Me fijo en la cicatriz de la cruz en medio de su pecho. Además, tiene un tatuaje negro que le cubre todo el bíceps derecho. Es una mujer llorando lágrimas negras. Su pelo negro azabache, del mismo color que el mío, está desordenado y sus ojos negros me miran de arriba a bajo una y otra vez, con curiosidad y superioridad. Me aterra.

No me pasa desapercibido como se relame los labios cuando sus ojos se posan en mis pechos. A pesar de que el suéter no muestra nada de mi cuerpo, se ajusta a mi figura, por lo que también a la forma de mis pechos.

Aparto la mirada lo antes que puedo y me giro hacia mi puerta, para perderlo de vista, y también hacer que deje de mirarme, pero por como resopla se que ahora mira a otro sitio que no voy a mencionar. Cierro los ojos y respiro hondo.

— ¿Qué haces así en medio del pasillo? Está prohibido. — le digo, intentando que mi voz sea lo más firme posible, pero fallo en el intento. Puedo escuchar como se ríe.

— "Está prohibido" — me imita con una voz aguda. — Relájate, nunca has visto un cuerpo, ¿o qué? — no respondo. ¿Y él qué? Por la forma en que me miraba parece que el tampoco, aunque realmente, lo dudo muchísimo. — Te daré una pista: todos tenemos uno. — me giro para mirarlo enfadada por tratarme como si fuera estúpida. El sigue desnudo de cintura para arriba y yo me esfuerzo por no desviar mis ojos hacia su cuerpo. Nunca he visto a un chico sin camiseta tan cerca de mí, y menos con un cuerpo tan atlético como el suyo, por lo que la curiosidad me estaba matando.

— Haz lo que quieras. La hora del almuerzo es ya, si no vas te quedarás sin comer. — le aviso. Empiezo a caminar, pero me detengo cuando recuerdo que debo preguntarle algo más. — Por cierto, ¿qué haces en esa puerta?

— Te presento a tu vecino de en frente. — trago saliva. No puedo creer que lo tenga justo en frente. Esto tiene que ser una santa broma.

Decido no contestar. Me giro sobre mi misma para ir al comedor y alejarme cuanto antes de Kay, pero él me agarra el brazo y me gira hacia él, dejándome peligrosamente cerca de su cuerpo. Un aroma a perfume masculino y jabón se cuela por ni nariz. Yo no dudo ni un segundo en zafarme de su agarre, tirando de mi brazo bruscamente y me alejo de él unos pasos. Lo miro con una mueca casi de asco.

— No vuelvas a hacer eso. — le advierto, pero su reacción es una sonrisa de suficiencia. Su dentadura es blanca y perfecta.

—Tranquila, princesita.— responde él.

—Me llamo Liese*, y no soy ninguna princesita. — digo completamente a la defensiva. El vuelve a reír.

— Esto va a ser divertido. — es lo último que dice antes de meterse de nuevo en su habitación y cerrar la puerta.

—Esto va a ser horrible.— corrijo en voz baja antes de seguir mi camino hacia el comedor.

Autora: ¡Holaaa bichillos! ¿Qué les ha parecido el primer capítulo? Yo sinceramente estoy muy emocionada con esta historia. También he de decir que todos los nombres que voy a utilizar son alemanes, para hacerlo más realista. Espero que les haya gustado tanto como a mi!!!

Leise* se pronuncia "Lis".

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PecadoresWhere stories live. Discover now