II

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Kay

2 de septiembre de 2019.

21:15 pm.

La llegada al internado femenino fue tal y como la esperaba: aburrida y seria.

Odio estar aquí dentro, rodeado de mujeres y sin poder tener nada con ellas. Al menos por ahora. Ni siquiera tengo opción de fugarme, pues la seguridad de este internado es más compleja que la del internado masculino y solo llevo aquí un día. No me ha dado tiempo de observar el edificio e investigar las formas de escape más sencillas.

Tampoco he bajado a almorzar, y no creo que baje a la cena, la cual es en quince minutos. No me apetece compartir mesa con todas esas chicas aburridas. Al parecer las normas para las mujeres son más estrictas. Ellas siempre han estado más afectadas por la religión que nosotros.

—¿No vas a bajar?— me pregunta Derek, el cual acaba de salir del cuarto de baño de nuestra habitación, secándose el pelo con una toalla.

—Paso.— es mi respuesta. Estoy sentado en la cama jugando con la llama de un mechero, pasándola entre mis dedos. Me han hecho tantas marcas de fuego a lo largo de mi estancia en el internado que ya ni siquiera me inmuto al sentir el calor.

Si me veían con el mechero sumaría una marca más a mi colección de cicatrices.

—Llevas todo el día sin comer nada.— Derek se pone la camiseta de botones negra y después se peina un poco el pelo con sus dedos mirándose al espejo. — ¿No tienes hambre?

—Un poco.— en realidad me muero de hambre, pero no voy a admitirlo.— Si de verdad te preocupa que no coma nada súbeme algo.

—No puedo hacer eso.— me dice mirándome a través del espejo. Yo ruedo los ojos.

—Oh, vamos, ¿es que ahora vas a seguir las reglas?— le pregunto en un tono de molestia.

—No.— arrugo las cejas y el sonríe. — Lo hago para que te dignes a bajar. — se pone su chaqueta.

—¿Sabías que eres un pesado en toda regla?— le digo, resoplando y levantándome de un salto de la cama.

—No soy pesado, soy persistente. — pongo los ojos en blanco.— Te espero abajo.

—Sí, lárgate, no quiero que me veas cambiándome.— el me lanza unos besos ridículos y yo le lanzo la toalla con la que se había secado el pelo a la cara. El me la devuelve y yo me río. Después me deja solo en la habitación.

Yo me cambio lo más rápido que puedo y salgo hacia el condenado comedor, en donde encuentro a Derek sentado en una mesa con Alaric, nuestro otro compañero de habitación.

Agarro una bandeja y me pongo en la cola para que me den la comida. Después de unos pocos minutos veo a Liese entrar y se dirige al carrito donde están las bandejas. Está con una chica rubia algo más baja que ella, y debe de haberle dicho algo gracioso, pues Liese se está riendo.

Vaya, ¿esta chica sonríe?

Las dos se acercan a la cola y cuando están cerca, los ojos verdes de Liese se encuentran con los míos. Su rostro divertido e iluminado se cambia a uno serio y molesto en nanosegundos. Me doy cuenta de que no hay nadie detrás de mi, por lo que no le queda otra que ponerse a mi lado. Lo hace con mala gana y evitándome la mirada.

—¿No vas a saludar a tu vecino de en frente?— le digo al oído, aunque su pelo suelto me dificulta el contacto. Ella se aparta sin ser muy brusca para no llamar la atención.

—No tengo por qué hacerlo. — me responde, sin mirarme. Su amiga está distraída hablando con otra chica.

—Pensaba que las chicas de aquí eran educadas y respetuosas.— vuelvo a decirle, y ambos avanzamos dos pasos en la cola. Me mira.

PecadoresWhere stories live. Discover now