Capítulo ocho

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Día 5

Llevaba despierto desde hacía un buen rato y aún no notaba movimiento del resto de los migrantes. Felix dormía cómodamente a su lado sumido en una implacable ataraxia que no pensaba interrumpir, y así era mejor, mientras más tiempo tuviera de poner en orden sus ideas, mejor.

Había bajado demasiado la guardia con el rubio, se dijo a sí mismo que no le haría ningún daño a nadie empatizar con él después de los sucesos de los primeros días, no era algo que había tomado en cuenta. Tan sólo quería acercarse, a pesar que desde un principio había dicho lo contrario, tal vez hacerse amigos y dejarlo ahí. No estaba entre sus planes darle miradas prolongadas, preguntarse todo el tiempo que estaría haciendo, buscar excusas para tocarle o abrazarle, ni perder la cabeza por el sonido de su risa. Debía concentrarse en principal objetivo: demostrar a su padre que no necesita una pareja, demostrar que ser un kendoka es su misión y no por ser Alfa necesite de algo más, pero el chico que dormitaba a su lado se la ponía difícil.

Sin siquiera intentarlo, Felix lograba ocasionarle un no-sé-qué que le revolvía las tripas, que le hacía querer verlo por horas aun si no estaba haciendo nada y motivarlo a ver la luz incluso si su propia aura gritaba oscuridad. Debía erradicar ese sentimiento, o él mismo estaría perdido.

Y hablando del rey de Roma, sintió al pequeño muchacho acurrucarse a su hombro, encogiendo sus pies después de que su manta no lo cubriera por completo. Se mantuvo inmóvil, completamente quieto evitando su cercanía, pero se le estaba siendo imposible, con sólo girar un poco la cabeza obtenía una vista exclusiva de su piel acaramelada y el rostro salpicado pecas. Tan sereno y pacífico.

No le huelas el cabello, no le huelas el cabello. ¡Contente, Chang Bin!

¡Oh, lo hiciste!

¿Cómo te atreves?

Removió el cuerpo entumecido hacia un lado estirando todos sus músculos contraídos, era muy temprano todavía, pero el sol ya se hallaba en la cima de sus cabezas haciéndole achicar los ojos. Se talló los párpados con los dedos y se dio la vuelta dispuesto a volver a dormir, tirando de la manta que lo cubría, su nariz olisqueando en busca de un aroma. Abrió los ojos, no había nadie a su lado. Aunque tampoco era como si estuviese buscando al dueño de ese peculiar aroma. Pff...

Se reincorporó con lentitud y pereza soltando un bostezo. Apenas la mitad de sus compañeros se hallaban despiertos tomando el desayuno, pero por ningún lado dio con la cabeza azabache de ese tarado que se hacía llamar su Alfa. Si era su Alfa, ¿por qué estaba solo? Ah, era increíble. Buscó sus zapatos aún con la vista borrosa. 

No muy lejos, distinguió una figura que ya se le estaba haciendo tan familiar escudriñando entre los árboles y la hierba alta. ¿Qué se supone que estaba haciendo allá? Pensaba ir a buscarle, pero pronto se dio cuenta de que aquel Alfa no estaba solo, lo acompañaba una figura más pequeñita, de cuatro patas y pelaje anaranjado. Era un gatito. Vaya, no había visto uno en toda la migración. Se preguntó que estaba haciendo con ese gato. Observó al pelinegro desde su sitio, éste andaba agachada extendiendo la mano hacia el felino, dejando que le olisqueara levemente, fueron algunos intentos los que le tomaron, pero finalmente el gatito se animó a lamerle la mano y dejarse acariciar. Min Ho sonreía como un niño rascando detrás de las orejas del minino, completamente encantado de que el pequeño animal se frotara contra él. No pudo evitar sentirse un poquito enternecido por aquella escena, nunca imaginó que a Min Ho le gustarían tanto los animales. El Alfa le descubrió viéndolo.

No. Voltéate, Ji Sung, deja de hacer eso.

—¡Ji Sung-ah! —le llamó el mayor volviendo hacia él con el gato en brazos— ¿No es lindo? Creo que está enamorado de mí —comentó llegando a su lado y tomó asiento, como si desconociese lo que significaba el espacio personal—. ¿Podemos adoptarlo?

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