Epílogo

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Cuatro años más tarde

Fluorescentes luminosidades formaron manchas en el interior de sus párpados mientras que el opaco sonido del eco retumbó en sus tímpanos. Las formas y colores en sus sueños crearon imágenes, imágenes que le contaban historias de guerreros a capa y espada, de aves gigantes que se zambullían de manera estruendosa bajo el agua, de ovaciones gritando su nombre, de olores intensos que le hacían arder bajo la epidermis. Sus sueños lo transportaron a una tierra conocida, bastante familiar, un pergamino fue desenrollado y a través de un parlante lo llamaron, lo mandaron a recorrer llanos y praderas peligrosas donde le abrasó la intensidad del calor y le congelaron los huesos las bajas temperaturas de la noche. No iba solo, con él fue manada de hombres grandes y fuertes y mujeres ágiles e inteligentes, tan distintos unos del otros, sin embargo, de entre todos sus miembros había uno que en demasía destacaba, y cuando menos lo pensó al final de su viaje se había unido a él. En su sueño concibió un descendiente, que en alto se encargaría de continuar con el legado que alguna vez forjó Han Ji Sung.

Ma Rong. El eco no dejó de viajar sobre las ondas, intercediendo dentro de su canal auricular. ¡Ma Rong!

Finalmente despertó. Le ardió abrir los ojos, como si estos no estuvieran lo suficientemente lubricados. El techo y las paredes que le cubrían continuaban en penumbras, siendo el interior iluminado única y débilmente por una franja de luz que se colaba por la puertas frente a su futón. Se refregó el rostro escuchando uno más de esos alaridos lastimeros junto con una chillona risita, algo se atravesó por la escotadura que formaban sus puertas, más de una sombra. Retiró las sábanas de su cuerpo hallándose a sí mismo en calzoncillos a pesar de la helada que estaba haciendo afuera y buscó una bata con que cubrirse, arrojada en alguna parte por el suelo.

Ma Rong, era la palabra que se repetía desde distintas direcciones acompañada de la misma risilla. Se preguntó qué estaba pasando ahora. Deslizó las puertas de sus aposentos y, en una ráfaga de energía, un pequeño cuerpecito apareció, aparentemente, correteado por una figura masculina que le triplicaba el tamaño.

—Ven aquí, ven aquí —persuadía el adulto persiguiendo al niño debajo y por encima de los muebles sosteniendo una toalla en manos.

El pequeño, y desnudo, niño le hizo que le siguiera sin dejarse siquiera rozar, gritando y alzando las manitas cada que ese vil monstruo se atrevía a acercarse por un par de centímetros. Su cabello mojado se le pegó en la frente y no se movió de su lugar por mucho que el chiquillo volteaba hacia atrás viendo al hombre en calzoncillos que lo quería encarcelar en una enorme y fibrosa toalla. Se escondió detrás de una pared plegable de tela que fungía como vestidor, esperó en silencio observando aquella sombra incrementar de tamaño con cada diminuto paso que daba. El monstruo apareció rugiendo haciéndolo gritar, no podía dejar que lo atrapasen. En medio de su escape de la temible bestia no se percató de unos brazos atrapándole por la espalda y alzándole para luego ser mordisqueado en las mejillas.

—Aigoo, ¿por qué no estás vestido todavía?

El niño se aferró a su cuerpo, riendo mientras se escondía de ese feo monstruo que quería que se pusiera ropa interior.

—Ji Sung, a nuestro hijo le gusta correr por la casa desnudo —comentó el mayor llegando a ellos.

—Bueno, tal vez no tendría esa costumbre si alguien no se paseara encuerado por la casa.

—Eh, en mi defensa —Le señaló con el índice—, no hemos salido a comprar ropa interior —justificó.

—Ya sé qué le vamos a regalar a tu papá en su cumpleaños —susurró el menor en el oído del chiquito. Ma Rongie rió.

La MigraciónWhere stories live. Discover now