Introducción

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Hace mucho años, el pueblo de Jagung era más que sólo un pueblo, era una ciudad completa. Una ciudad de relaciones de prestigio, acarreadas exportaciones y monumentales palacios; de maravillas silvestres y frondosos paisajes; de niños alegres recorriendo las calles y comunidades unidas celebrando las fiestas. Jagung era una cuna cálida que abrazaba a todos sus habitantes en su cobijo, hasta que fue liderado por un despiadado tirano.


El reinado de la dinastía fue llevado en la mano de un hombre corrupto, un usurpador de tesoros, un líder brutal. Cegado por su arrogancia y avaricia llevó al pueblo a su misma destrucción.

Las calles de Jagung dejaron de ser seguras, el agua escaseaba, las medicinas eran un deseo que sólo los ricos y afortunados eran merecedores de recibir, los hospitales rebosaban de enfermos y las escuelas no existían.

Los Alfas eran seres violentos y territoriales, dispuestos a tener la sangre corriendo de sus manos de cualquier intruso que se metiera con su manada. Los Betas eran hombres pobres y desafortunados que rezaban por un milagro cada día por mantener su perecedero hogar en pie. Y los Omegas eran esclavos de un sólo propósito, usados y desechados, siendo abandonados en las calles cuyas crías morían a los pocos días de nacer.

La vida en Jagung comenzó a marchitar junto con su flora y su gente.

Cada día era opacada por una densa nube de desesperanza, al menos hasta que un rayo de luz se hizo paso entre ellas.

Park Jin Young, primo del gobernador, decidió tomar cartas en el asunto. Enfrentó de cara al tirano desafiándolo a un duelo de sangre por la corona.

El rey Jin Soo era un hombre de posesión al que no le gustaba perder. Jugaba sucio si de su trono se trataba y dio cada golpe sin piedad demostrando con horror lo que su pueblo debía temer. Sin embargo, Jin Young no se dejó pisotear. Con la sangre drenando de su cuerpo luchó hasta el final, luchó hasta que en un descuido, su espada perforó con ahínco uno de los pulmones del rey. Y lo evocó de su reinado.

Jin Young tomó el poder del pueblo y atravesó mares y tierras por darle vida de nuevo. Y trajo agua, y medicinas, y rebaños. Creó leyes, fundó escuelas, abrió hospitales, y les dio a los ciudadanos un oportunidad más de ponerse en pie.

Los números se empezaron a levantar. Sin embargo, éstos sólo correspondían a los Betas.

Desesperado, buscó por años una solución para reavivar el índice de natalidad entre Alfas y Omegas y estudió la biología entre estos grupos meticulosamente, hasta que hizo un descubrimiento en su investigación. Se percató de que si conjuntaba ambas especies, que mantenían una conexión especial en un lugar aislado, los números aumentaban. Y con ello la población de Alfas y Omegas acrecentó.

Un evento que era festejado con color y entusiasmo por los habitantes del pueblo, con gracia y furor conmemorando a la esperanza, que de generación a generación pasó a convertirse en una tradición.

A este evento le llamaron La Migración, un evento ocurrido cada seis meses en las que Alfas y Omegas eran enviados a las montañas de Sarang-ui Dungji a, nuevamente, traer vida al pueblo.

La MigraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora