5.ENIO

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3 de julio de 453 a.C, Esparta
Amanecía un caluroso día de verano. En Esparta, la ciudad entre montañas, la gente comenzó a despertarse, mientras que allá arriba, en las montañas, los pastores llevaban horas despiertos.
En medio de la ciudad las estatuas y los santuarios se teñían de color dorado por la naciente luz del sol y mientras tanto, Alba se despertaba.
No acertaba a pensar dónde estaba. Tenía en cuerpo dolorido, sobre todo el cuello, y le pesaban los párpados, como si no hubiera dormido nada.
Estaba tumbada en un tosco camino de tierra, que serpenteaba entre montañas, llenas de encinas.
¿Acaso estaba en Valencia? Esa vegetación le resultaba realmente familiar. Todavía estaba situándose en el entorno que la rodeaba cuando detrás suya escucho el ruido de un grupo de ovejas. Asustada y viendo que no tenían intención de pararse se levantó de un salto. Aquello no era Valencia. En Valencia no habían ovejas.
Cuando ya pasaron de largo Alba intento seguir adivinando donde estaba.
Tenía la ropa llena de arena y le dolía todo el cuerpo, pero no podía quedarse allí.
Comenzó a andar por el camino, buscando un lugar que le resultara conocido. No recordaba casi nada y eso resultaba frustrante, pero dos grandes ideas rondaban por su mente. La primera era que su ciudad natal era Valencia y la segunda que tenía un amigo llamado Miki. Sin embargo, no recordaba absolutamente nada más.
Al cabo de un rato andando el sol ya estaba bien alto. Tenía calor y sed y su cuerpo no aguantó. Cayó al suelo como un fardo y allí permaneció, hasta que alguien, una joven de largo cabello castaño apareció.
La miró de arriba a abajo.
"Parece cansada"—pensó. "Voy a ayudarla".
Se quitó la cantimplora y se agachó al lado de Alba. Esta al principio intento resistirse, pero estaba tan débil que al final solo pudo obedecer a la castaña. Tras haber bebido pudo hablar y moverse. Lo primero que preguntó fue:
—¡¿Dónde estoy?!¡¿Dónde está Miki?!
La joven espartana intentó tranquilizar a Alba:
—Tranquilizate. Estás en Esparta y no tengo ni idea de quién de quién es Miki, pero estoy segura de que lo encontraremos. Pareces provenir de tierras lejanas. Estoy segura de que mi marido y yo te guiaremos en estos lares. Tan solo si quieres. Pareces...pérdida.
Alba se quedó mirando fijamente a la chica, abrumada por tanta información.
—Cla-Claro.
—¡Entonces está decidido! Por cierto, me llamo Julia.
—Yo Alba-contestó sonriendo.
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Alba y Julia llevaban caminando por el serpenteante camino entre las montañas. De golpe se abrió un amplio valle ante ellas. Un río, de aguas tranquilas y transparentes, mojaba aquellas tierras y en su orilla había un pequeño corral y una choza de madera.
—¡Ya hemos llegado!-gritó Julia- En realidad mi marido y yo no vivimos siempre aquí, sino que permanecemos aquí durante el día y al atardecer volvemos a la ciudad.
Alba agudizó la vista. Unos quilómetros allá el valle se abría todavía más y daba paso a una planicie, en la cuál se extendía una esplendorosa ciudad, Esparta.
—¿No está muy lejos para ir al atardecer?-preguntó Alba.
—No lo creas. El camino es más corto de lo que parece de primeras-contestó Julia, mientras abría la puerta de la choza
—Pasa—le dijo a Alba cuando ya estuvo abierta.
Alba entró. Era una única estancia circular. El suelo era de tierra viva y el único mueble a destacar era una mesa con dos sillas. Una única ventana, que daba al corral, iluminaba la estancia. Estaba orientada hacia el sur.
Julia indicó a Alba que se sentara. Cuando ya estuvieron ambas sentadas allí Julia comenzó a preguntar a Alba.
—¿Tú que haces en estos lares?
Alba intentó recordar, pero no tenía ninguna idea clara en mente. Sin embargo, como un haz de luz, la imagen de la isla apareció en su cabeza.
—Estaba en una isla, al sur de la península, cuando caí al mar. Creía que iba a morir. La verdad... Es que no sé cómo he acabo aquí.
Julia la miraba sorprendida:
—¿Estabas en las islas? ¿De verdad? Son lugares peligrosos y allí las tormentas son frecuentes. A pesar de haber pasado ya más de un milenio en las mentes de nuestra gente todavía queda recuento de la increíble civilización que vivió en Creta y que fue engullida por el mar que durante tanto tiempo los había protegido... Aunque si que hay una posibilidad... ¿Tú en qué Dios crees?
Alba se quedó pensativa. Era atea, pero no era prudente decir que no creía en ningún Dios. Igualmente había empezado a dudar de sus creencias, porque la explicación más factible de porque se encontraba allí era que había viajado en el espacio y el tiempo.
—Soy judía. Creo en Yavhé.
Julia ladeó la cabeza, mirando a Alba con ojos curiosos.
—Eres una persona realmente curiosa. Los judíos siempre vienen con grandes ropajes, perfectas para protegerse de la arena y del viento pero tú... Tú no pareces venir de allí. Tus ropajes y tú aspecto no encajan con ninguna cultura del mundo.
—Quizás porque no pertenezco a este tiempo. Tengo la sensación de que... Vengo del futuro.
Alba estaba realmente aterrada. Sentía que lo más probable que podía pasar era que la tomará por loca y la mandará fuera de su casa. Sin embargo, Julia la mira seria y con voz profunda susurró:
—Hay que ir al templo. La única persona capaz de saber lo que pasa contigo es una sacerdotisa. Ahora lo único que podemos hacer es rezarle a los dioses, porqué si estás aquí, es porque ellos lo han decidido así.
Después de esa oscura confesión volvió a retomar el tono jovial de antes y preguntó:
—¿Exactamente de cuando procedes?

ℚ𝕌𝕀𝕄𝔼ℝ𝔸//𝕆𝕋Where stories live. Discover now