Prólogo: Suicidio

56 14 48
                                    

Una chica se encontraba tranquilamente almorzando al borde de la azotea. Sus piernas colgaban al vacío, pero ella tranquilamente seguía degustando su almuerzo comprado en una tienda de conveniencia; desde ese sitio podía disfrutar de las magníficas vistas de la ciudad y del atardecer sin que nadie la molestara. Ella cogió la lata de soda que había al lado suya y dio un trago; hizo una mueca similar a quien chupa un ácido limón.

- Vaya, hombre. Me la volvieron a dar sin azúcar. Qué asco. Si pido una maldita lata de soda es porque voy buscando azúcar para que mi cerebro siga funcionando. Si no, ¿qué sentido tiene comprar un refresco carbonatado con azúcar? Esta basura, para los "progres" de la vida sana.

Y, mirando a través del rabillo del ojo, ella vio a alguien al lado suya.

Se trataba de un hombre alto y corpulento, de entorno a unos 1,80 metros de altura. Iba vestido con una camisa blanca y pantalones negros; sus ojeras eran no muy diferentes de las de un mapache y su barba desaliñada y sin afeitar indicaba que no se había aseado en condiciones por cerca de unos dos o tres días.

El hombre estaba de pie sobre el borde de la cornisa.

- Um. - ella se llevó a la boca un trozo de tortilla de patata. - ...

- No intentes detenerme; voy a saltar.

Ella siguió comiendo, no respondió; hizo como si aquel hombre, simplemente, no estuviera ahí. Siguió disfrutando de su almuerzo como si ese hombre no existiera ni le hubiera dirigido la palabra.

Viendo que no dijo nada, le habló.

- ¿No vas a impedir que salte?

- ¿Um? Ni pienso hacerlo. Estoy comiendo. No me molestes.

- P-pero...

- Adelante. Salta. Estoy comiendo. No me molestes. - repitió ella sin ninguna expresión.

- ¡Se supone que debes detenerme! ¡Hablarme para ganar tiempo y tratar de convencerme, no de animarme a quitarme la vida!

La bella chica trataba de llevarse, aunque sin éxito alguno, un trozo de tortilla de patata a la boca con unos palillos chinos.

- Ah. Mierda. Se me cayó.

- ¡¿Me estás escuchando?! ¡Eres la peor consejera del mundo!

- ¿Dices? No te estoy prestando atención. Eres muy pesado. Lánzate ya y estréllate contra el suelo.

- Eh...

- Si quieres saber, te digo: no hay nada. Una vez estires la pata, se acabó, fin del juego; no hay botón de reinicio, no irás a un mundo mejor ni cuentos de hadas; mueres y solo será una pantalla en negro. Tranquilo, no sufrirás. Aunque estemos en una cuarta planta. Te reventarás el cráneo de inmediato. Bueno, técnicamente un quinto piso al ser esto la azotea. Disfruta tus últimos momentos contemplando pasar tu estúpida, desgraciada y aburrida vida en blanco y negro, o a color si eres afortunado.

Y, entonces, se comenzaron a oír voces.

- ¡Hay alguien subido ahí arriba!

- ¡¿Se va a tirar?!

- ¡Que alguien llame a Emergencias!

- ¡Hay alguien más!

- ¡¿Es una niña?!

- Tsk. - ella chasqueó molesta su lengua. - Mira qué hiciste. Trajiste a mirones. Si tan indeciso estás, dale la patada al cubo de una maldita vez.

El hombre, estupefacto por su insensibilidad y frialdad, la miró a la cara; ella lo ignoraba por completo y luchaba por coger algún alimento de su almuerzo, almuerzo que consistía en un trozo de tortilla de patata con cebolla y pimientos verdes, ensalada de arroz al vapor con aderezo de atún y dos filetes de pollo a la plancha, todo ello prensado dentro de una fiambrera de plástico.

- ¿P-por qué estás usando palillos chinos para comer?

- Quedé con mis amigas mañana para ir a un restaurante japonés, y no se me da muy bien que digamos usar los palillos; estoy practicando. No me molestes.

- Mmm... ¿Puedo preguntarte por qué estás comiendo al borde de la cornisa? Es peligroso.

El hombre se sentó a su lado.

- Iba a comer con mi novio, pero me dejé las llaves dentro y él todavía no ha vuelto de las clases de apoyo, así que subí aquí arriba a disfrutar de mi almuerzo. La puerta estaba abierta. Las vistas son buenas desde aquí, y no suele venir nadie a molestarme.

Ella especialmente hizo hincapié en eso último aunque su tono era plano y sin altibajos, sin emoción alguna. Pese a que desprovisto de vida, claramente se encontraba molesta.

- ¿Y bien? Me pareces un completo idiota. ¿Por qué te quieres tirar? Déjame adivinar. Profesor de matemáticas. Debes tener una buena razón para ello. De hecho, me acaba de surgir una duda por culpa tuya: ¿quien se suicida es un cobarde por huir de sus responsabilidades, o valiente por haberse quitado la vida?

- Respecto a eso... Mi mujer se fue con mi mejor amigo, ganó la custodia de mis hijos y no me deja verlos, se quedó con la casa y el coche, no he podido pagar el alquiler y me han echado de mi trabajo.

- Um. - ella logró llevarse un trozo de la ensalada de arroz. - Tal vez sí deberías tirarte.

- No ayudas, ¿sabes...?

- Aunque, - ella se llevó un trozo de huevo cocido a la boca. - no te veo tan mal, todavía puedes comenzar de cero. Y ser un sin techo no es tan malo. Puedes hacerte tu propia casa, conocer gente nueva, crear tu propia casa de cartón con cosas de la basura, tener las mascotas que quieras como perros y gatos, y no tienes por qué trabajar duro ni seguir una rutina; y el dinero que ganes no te lo quitan en impuestos. Tampoco hay problema con la comida o la ropa, siempre puedes ir a asociaciones y comedores sociales o pillar las sobras de un restaurante de comida rápida. Pero no soy tú, contando sus desgracias a todo el mundo, armando un pollo y rogando por un poco de atención.

Moviendo el codo, la lata de soda cayó al vacío y chocó contra el frío pavimento.

- Oh. Al menos no le dio a nadie de los que están allí abajo.

- ¿Sabes? Creo que tienes razón. Solo quería llamar la atención. Haré eso. Muchísimas gracias, me has abierto los ojos. No tengo por qué cargar con todo yo solo. Aún puedo pedir ayuda a mis amigos y antiguos compañeros de trabajo.

- ¿Um?

La chica volvió la vista hacia atrás, siguiendo al hombre que abandonaba la azotea; no comprendía el cambio de opinión.

- Pero si no hice nada.

LucyWhere stories live. Discover now