Capítulo 8

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El desayuno real, una mesa repleta de bocadillos en el jardín, la mañana estaba soleada y las aves cantaban hermosas melodías. Tía Erika estaba sentada al lado de como era de esperarse su odioso esposo.

— ¡Buenos Días a todos! —saludo Esteban a mis familiares y cuando chocamos la mirada solo sonrió e hizo un gesto extraño.

Cuando todos nos hubimos acomodado en la mesa para tomar el tan esperado desayuno real matutino.

Mi tía Erika habló.

—Cariño, ¿Qué opinas sobre traer a la familia a vivir en el palacio?

Esteban abrió los ojos como plato y casi se atora con su suflé de Fresa esta vez sin aceite de bacalao

Mi abuelita Jana muy sorprendida contestó:

—No quiero dejar mi casa, ya me he acostumbrado a vivir allí y quiero pasar mis últimos días al lado de mis queridas nietas que viven en los alrededores.

Efectivamente hablaba de Bequi, Marie, Johanny y Naomi quienes Vivian cerca de la casa de abuelita Jana. Yo, por el contrario, vivía a Kilómetros lejos de allí.

—Entiendo señora Jana, y estoy de acuerdo con usted. —Dijo Esteban. —La vida en el palacio es muy complicada para una anciana como usted.

— ¿A quién le llamas anciana? —dijo sobresaltada Jana.

—Permítame disculparme, señora Jana, pero usted esta subida en años y en otras cosas más, pero el punto es que no le caería nada bien vivir aquí, así que apoyo su opinión de quedarse en su cómoda casa cerca del Bosque. —habló Esteban

Tía Erika no replicó nada.

Y eso no era muy común en ella, puesto que siempre quería que la escucharan, pero esta vez fue diferente solo se limitó a observar y aceptar.

Los carruajes llegaron y llegó con ellos la hora de irnos, partir del palacio. La única que extrañaría todo aquello que vivimos era Johanny. En casi todo el camino se la pasó hablando de lo hermoso que sería vivir en el palacio, pasear por los jardines, comer frambuesas. Por mi parte, extrañaba a Nieve, estaba sola en casa y quien sabe cuánto nos habrá echado de menos.

Hace poco, en nuestra casa había sido invadida por ratones y papá colocó venenos estratégicos para los ratones, aunque eso me daba una mala espina. Al llegar por fin a la tranquilidad de mi casa, Nieve no salió a saludarnos como era su costumbre. Corrí dentro de la casa en su búsqueda, pero, ella no estaba.

De pronto, papá oyó gemidos desde la parte trasera de la casa.

¡Era Nieve!

Nieve tenía la boca llena de espuma y temblaba como una gelatina. Papá trajo vinagre y agua para hacerla vomitar, pero era tarde. Lo único que necesitábamos era un médico. Un médico de animales.

Veterinario los llaman.

No había ninguna por nuestra zona, a excepción de la ciudad que quedaba a 30 kilómetros de mi casa.

Papá subió a Nieve al auto y emprendimos un viaje de 15 min. Llegamos a una casa donde había un cartel: Veterinario 24 horas

En el mostrador había muchos animales, como: conejos, pollitos, gatitos, aves, etc. Al entrar, una señora nos recibió y llamó al doctor.

Como siempre pensaría que era un médico, tenía expectativas de que fuera mayor, alto, delgado y con acento francés.

En realidad, cuando salió el veterinario era alto, muy delgado y no tenía acento francés, mucho menos era mayor. Podría echarle un par años más que yo.

Caperucita en el Bosque Prohibido.Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz