CAPITULO XIX

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¿Cómo vamos a describir la consternación de todos? Para la mayoría fue un momento de verdadero terror. ¡Sir Thomas en casa! Todos cedieron a una instantánea convicción. Nadie abrigó alguna esperanza de engaño u error. El semblante de Julia evidenciaba el hecho de tal modo, que lo hacía indiscutible, y después de los primeros respingos y exclamaciones no se oyó una palabra por espacio de medio minuto; se miraban los unos a los otros con cara de espanto y casi todos recibieron la noticia como la más desagradable, inoportuna y abrumadora de las sorpresas. Mr. Yates pudo considerar que aquello no era más que una enfadosa interrupción del ensayo por aquella noche, y Mr. Rushworth pudo imaginar que era una bendición del cielo; pero todos los demás se sentían oprimidos en mayor o menor grado bajo el peso de la auto recriminación o de un indefinido temor. Todos los demás se preguntaban: "¿Qué será de nosotros? ¿Qué podemos hacer ahora?" Fue una pausa llena de terror; y terribles a todos los oídos fueron los corroborantes ruidos de puertas que se abrían y pasos que se aproximaban.

Julia fue la primera en ponerse de nuevo en movimiento y hablar. Celos y amargura habían quedado en suspenso, se había diluido el egoísmo en aras de la causa común; pero, en el momento en que se abrió la puerta, Frederick estaba escuchando, arrobado, el relato de Agatha, mientras oprimía la mano de ésta contra su corazón; y en cuanto Julia se dio cuenta de ello y vio que, a despecho de la impresión que causaron sus palabras, él seguía manteniendo la misma actitud y retenía la mano de su hermana, su corazón herido se inflamó nuevamente de rencor; y poniéndose tan intensamente colorada como pálida había aparecido unos momentos antes, dióse vuelta para alejarse diciendo:

-Yo no tengo por qué asustarme de comparecer ante él.

Su marcha fustigó a los demás; y en el mismo instante se adelantaron los dos hermanos, sintiendo la necesidad de hacer algo. Unas pocas palabras cruzadas entre los dos fueron suficientes. El caso no admitía divergencias de opinión: debían acudir al salón inmediatamente. María se unió a ellos con el mismo propósito, sintiéndose en aquél momento la más fuerte de los tres; pues el mismo motivo que había empujado a Julia a salir era el más dulce soporte para ella. Que Henry Crawford hubiera retenido su mano en aquel momento (un momento de prueba e importancia tan singulares) valía por años de duda y ansiedad. Ella lo interpretó como un signo de la más formal de las determinaciones, cosa que le daba ánimos para enfrentarse con su padre. Los tres salieron, sin prestar la mayor atención a la repetida pregunta de Mr. Rushworth, de "¿debo ir también yo? ¿No será mejor que fuera yo también? ¿No estaría bien que yo les acompañara?" Pero, apenas hubieron traspasado el umbral de la puerta, Henry Crawford se encargó de contestar a la impaciente pregunta; y, alentándole por todos los medios a que presentase sus respetos a sir Thomas sin más demora, lo empujó en pos de los otros y el hombre salió, encantado, sin pensarlo más.

Fanny quedó solamente con los Crawford y Mr. Yates. Sus primos no se habían acordado siquiera de ella; y como opinaba que el derecho que tenía a contar con el afecto de sir Thomas ara demasiado humilde para clasificarse al lado de sus hijos, estuvo contenta de quedar atrás y tener tiempo para un respiro. Su agitación y alarma excedían de cuanto pudieran sufrir los demás, por razón de un carácter al que ni siquiera la inocencia podía evitar el sufrimiento. Estuvo a punto de desmayarse; todo el temor habitual de su tío la estaba invadiendo de nuevo, junto con un sentimiento de compasión por él y por casi todos los componentes del grupo que ante él deberían justificarse, más una ansiedad indescriptible por cuenta de Edmund. Había encontrado un asiento, donde con incontenible temor estaba soportando todos esos espantosos pensamientos, mientras los otros tres, libres ya de toda cohibición, desahogaban su enojo lamentando la imprevista, prematura llegada con el más funesto acontecimiento y deseando, con toda desconsideración, que el pobre sir Thomas hubiera tardado el doble en su travesía o se encontrara todavía en la Antigua.

Mansfield Park Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora