CAPITULO XXVIII

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Su tío y ambas tías estaban en el salón cuando Fanny bajó. Con gran interés la observó el primero, que vio con satisfacción la elegancia de su aspecto en general, así como su acentuado atractivo. La distinción y propiedad fue cuanto se permitió alabar delante de ella, pero en cuanto Fanny abandonó de nuevo la habitación poco después, habló de su belleza con decidido elogio.

-Si- dijo lady Bertram-, luce muy bien. Le mandé mi doncella.

-¡Que luce bien! Oh, claro- exclamó tía Norris- tiene motivos para lucir bien, con tantas ventajas; habiéndola formado en el seno de esta familia como se ha hecho, beneficiándose de los ejemplares modales de sus primas. Piensa solo, mi querido Thomas, en lo extraordinarias que han sido las ventajas que tú y yo hemos podido proporcionarle. El mismo traje que le has alabado es el mismo regalo que generosamente le hiciste cuando la boda de nuestra queridísima María. ¿Qué hubiera sido de ella si no la hubiéramos acogido?

Sir Thomas no dijo más; pero cuando se encontraron a la mesa, las miradas de los dos muchachos le dieron la seguridad de que el tema podría ser tocado de nuevo discretamente cuando se retirasen las señoras, con más éxito. Fanny notó que su aspecto merecía la aprobación de los presentes y al notar que producía un buen efecto se sentía aún mejor. Se sentía feliz por diversos motivos, y pronto se sintió más feliz aún, pues al salir de la habitación siguiendo a sus tías, Edmund, que mantenía abierta la puerta, le dijo al pasar junto a él:

-Tendrás que bailar conmigo, Fanny; tienes que reservarme dos bailes...los que tú quieras, excepto los primeros.

Ella no podía desear más. Ni casi había estado nunca tan cerca de la felicidad, en toda su vida. La alegría que tiempo atrás apreciara en sus primas el día de un baile, ya no la sorprendía ahora. Consideró que, realmente, era algo encantador; y a continuación se dedicó a ensayar sus pasos por el salón en cuanto pudo evitar que la observara tía Norris, la cual estuvo al principio entregada por completo a la tarea de arreglar de nuevo, o desbaratar, más bien, el magnífico fuego preparado por el mayordomo.

Trascurrió media hora que, en otras circunstancias, le hubiera parecido, cuando menos, lánguida; pero en su ánimo prevalecía aún la felicidad. Era solo cuestión de pensar que su conversación con Edmund. ¿Y qué importaba el desasosiego de tía Norris? ¿Qué importaban los bostezos de lady Bertram?

Los caballeros se reunieron con ellas; y poco después empezó a reinar como una grata expectación ante la posible llegada de algún coche. Parecía haberse difundido una predisposición general a la alegría y el desenfado, todos estaban de pie hablando y riendo, y cada momento tenía su encanto y aportaba una ilusión. Fanny comprendía que bajo la jovialidad de Edmund tenía que haber lucha, pero era delicioso ver cómo triunfó su esfuerzo.

Cuando en realidad se oyó la llegada de los coches, cuando los invitados empezaron a presentarse en realidad, la alegría de su corazón quedó muy amortiguada; la presencia de tantos extraños hizo que se replegara en si misma; y, además de la gravedad y formalidad del primer gran círculo, que los modales de sir Thomas y lady Bertram no podían contribuir a rebajar, se veía de vez en cuando a soportar algo peor. Su tío la presentaba aquí y allá, poniéndola en el caso de tener que hablar, y hacer cortesías, y hablar de nuevo. Era un pesado deber y nunca se sometía a él sin mirar a William, que se paseaba tranquilamente en último término, ansiando poder estar a su lado.

La entrada de los Grant y los Crawford fue una coyuntura favorable. Pronto cedió el envaramiento de la reunión ante su trato más democrático y sus mayores demostraciones de confianza. Formáronse pequeños grupos y todos se sintieron más a gusto. Fanny acusó la ventaja y, al eludir las fatigas de la cortesía, hubiera sentido nuevamente la más completa dicha de haber podido evitar que sus ojos se posaran alternativamente, ya en Edmund, ya en Mary. Ésta estaba realmente encantadora... ¿y cuál no sería el resultado? Sus meditaciones quedaron interrumpidas al descubrir ante sí a Mr. Crawford, y sus pensamientos se encausaron en otro sentido al pedirle éste, casi al instante, que le reservara los dos primeros bailes. La felicidad que sintió en aquel momento fue muy humana y diversa. Tener asegurada la pareja para el principio siempre era una ventaja de suma importancia, pues el momento de iniciarse el primer baile se acercaba a pasos agigantados; y ella estaba tan lejos de reconocer sus propias prendas como para imaginarse que, de no haberla solicitado Henry, hubiese sido la última que habrían ido a buscar y solo hubiera conseguido pareja a través de una serie de pesquisas, alborotos y meditaciones, lo cual hubiera sido terrible; pero, al mismo tiempo, en el modo de hacer Henry la petición había cierta agudeza que a ella no le gustó; y, además, notó que echaba una ojeada a su gargantilla...con una sonrisa (ella creyó ver una sonrisa) que la hizo enrojecer y sentirse desventurada. Y aunque no hubo una segunda ojeada que la inquietase, aunque la intención de Henry parecía entonces no ser otra que la de hacerse sencillamente agradable, ella no conseguía salir de su azoramiento, que aumentaba al pensar que él se daba cuenta, ni pudo sosegarse hasta ver que él se alejó para hablar con algún invitado. Entonces consiguió elevarse paulatinamente al grado de auténtica satisfacción que le producía el tener pareja, una pareja voluntaria, asegurada antes de que el baile diera comienzo.

Mansfield Park Jane AustenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora