CAPITULO XXX

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Miss Crawford se sintió muy aliviada con esta conversación, y regresó a la rectoría con el ánimo de resistir casi toda otra semana en círculo tan reducido y con el mismo mal tiempo, de haberse tenido que someter a esta prueba; pero como aquella misma tarde volvió de Londres su hermano con su completa, o más que completa jovialidad habitual, no tuvo ella necesidad de medir su resistencia. El hecho de que él siguiera negándose a contarle por qué había ido a Londres fue tan solo motivo de diversión. Un día antes, pudiera haberla irritado aquella actitud, pero ahora resultaba una broma muy chocante, que solo daba lugar a la sospecha de que ocultaba algo planeado como una grata sorpresa para ella. Y la sorpresa la tuvo al día siguiente. Henry había dicho que se llegaría tan solo a saludar a los Bertram y que estaría de vuelta a los diez minutos; pero llevaba ya más de una hora fuera; y cuando su hermana, que había estado esperándole para pasear juntos por el jardín, le encontró al fin a la vuelta del camino, le gritó, llena de impaciencia:

-¡Mi querido Henry! ¿Dónde pudiste estar metido todo este tiempo?

Él solo pudo contestar que había estado departiendo con lady Bertram y con Fanny.

-¡Charlando con ellas una hora y media!- exclamó Fanny.

Pero esto no era más que el comienzo de la sorpresa.

-Sí, Mary- dijo él, cogiéndola del brazo; y se puso a pasear como sin saber dónde se hallaba-. No pude marcharme antes... ¡Fanny estaba deliciosa! Estoy completamente resuelto, Mary; mi decisión está tomada. ¿Te sorprenderá? No; tienes que haberte dado cuenta de que estoy decidido a casarme con Fanny Price.

La sorpresa fue entonces completa; porque, a despecho de cuanto pudiera esperarse de él, nunca se había infiltrado en la imaginación de su hermana la sospecha de que abrigara tales propósitos, y su semblante reflejó con tanta fidelidad el asombro que la invadía, que él se vio obligado a repetir lo dicho con más vehemencia y mayor formalidad. Su determinación, una vez admitida, no fue mal acogida. En la sorpresa había incluso satisfacción. El actual estado de ánimo de Mary la llevaba a alegrarse de emparentar con la familia Bertram y a no ver con desagrado que su hermano se casara un poco por debajo de sus posibilidades.

-Sí, Mary- fue la concluyente afirmación de Henry-, he picado con todas las de la ley. Tú sabes con qué frívolas intenciones comencé; pero aquí acabaron. No son pocos, y de ello me avanezco, los progresos que he hecho en su corazón; pero el mío está completamente determinado.

-¡Feliz, feliz muchacha!- exclamó Mary en cuanto pudo hablar-. ¡Qué partido para ella! Queridísimo Henry, éste tenía que ser mi primer sentimiento; pero el segundo, que he de expresarte con la misma sinceridad, es que apruebo tu elección con toda mi alma y que preveo tu felicidad tan cordialmente como la quiero y deseo. Tendrás una deliciosa mujercita, toda gratitud y devoción. Exactamente lo que tú mereces. ¡Qué asombroso casamiento para ella! La señora Norris habla con frecuencia de su buena suerte; ¿qué va a decir ahora? ¡Será la delicia de toda la familia! Y entre sus miembros cuenta ella con algunos verdaderos amigos. ¡Cuánto se alegrarán! Pero cuéntamelo todo. Cuenta, y no cabes. ¿Cuándo empezaste a pensar seriamente en ella?

Nada había más imposible que contestar aquella pregunta, aunque nada pudiera ser más agradable que escucharla. "Cómo se había apoderado de él la dulce plaga", no podía decirlo; y sin dejar que acabara de expresar por tercera vez, con ligera variación de palabras, la misma convicción de su ignorancia, su hermana le interrumpió, exclamando, con ánimo de averiguar:

-¡Ah, querido Henry, y esto es lo que te llevó a Londres! ¡Era éste el asunto a resolver! Prefería consultar con el almirante antes de decidirte.

Mansfield Park Jane AustenWhere stories live. Discover now