CAPITULO XXVII

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Al llegar a casa, Fanny subió enseguida para depositar aquella inesperada adquisición, ese bien dudoso de la gargantilla, en alguna caja favorita del cuarto del este que contenía todos sus pequeños tesoros; pero al abrir la puerta, cuál no sería su sorpresa al encontrar allí a su primo Edmund, escribiendo en su mesa. Aquel espectáculo, que nunca se le había ofrecido antes, resultó para ella tan extraordinario como grato.

-Fanny- dijo él al instante, abandonando el asiento y la pluma para ir a su encuentro con algo en la mano-, te ruego que me perdones por hallarme aquí. Acudí en tu busca, y después de aguardar un poco con la esperanza de verte llegar, hice uso de tu tintero para exponer el motivo de mi visita. Ahí encontrarás el comienzo de un billete dirigido a ti; pero ahora puedo explicarte personalmente mi intención, que es, simplemente, rogarte que aceptes esta pequeña bagatela...una cadena para la cruz de William. Debía tenerla hace una semana, pero hubo un retraso debido a que mi hermano no llegó a la ciudad hasta unos días más tarde de lo que esperaba; y ahora acabo de recoger el paquetito en Northampton. Espero que la cadenilla te guste, Fanny. Procuré tener en cuenta la simplicidad de tu gusto; aunque de todos modos sé que apreciarás mis intenciones y lo considerarás, como así es, una prueba de cariño de uno de tus más antiguos amigos.

Y apenas terminó estas palabras se alejó precipitadamente, antes de que Fanny, abrumada por mil sensaciones de pena y de alegría, pudiese decir nada; pero espoleada por un poderoso deseo, gritó enseguida:

-¡Edmund, espera un momento...aguarda, por favor!

Él se dio vuelta.

-No intentaré darte las gracias-prosiguió ella, hablando con gran agitación-; mi gratitud está fuera de toda duda. Siento mucho más de lo que podría expresar. Tu bondad al acordarte de mí de esta forma, escapa a...

-Si esto es cuanto tienes que decirme, Fanny...-la atajó él, sonriendo y alejándose de nuevo.

-No, no, no es esto. Deseaba consultarte.

Casi inconscientemente ella había desenvuelto el paquete que Edmund acababa de poner en sus manos; y al encontrarse ante una auténtica cadenilla de oro sin adornos, perfectamente sencilla, con el bello marco de un estuche de joyería, no pudo evitar un estallido de entusiasmo:

-¡Oh esta sí que es bonita! ¡Es lo más acertado, exactamente lo que deseaba! Es el único adorno que siempre tuve el deseo de poseer. Combinaría perfectamente con la cruz. Deben llevarse juntas y así será. Ha llegado, además, en un momento tan oportuno... ¡Oh, Edmund, no sabes tú con cuánta oportunidad!

-Querida Fanny, pones demasiado sentimiento en estas cosas. Me hace muy feliz que te guste la cadenilla y que haya llegado a tiempo para mañana; pero tu agradecimiento está muy fuera de lugar. Créeme, no hay para mí en el mundo satisfacción mayor que la de contribuir a la tuya. Si, con seguridad puedo afirmar que no existe para mí placer más completo, más puro, más perfecto.

Ante tales expresiones de afecto, Fanny hubiese podido permanecer una hora sin añadir una palabra más. Pero Edmund, después de aguardar un momento, la obligó a que su pensamiento descendiera de su vuelo por las regiones celestes, diciendo:

-Pero, ¿qué es lo que quieres consultarme?

Se trataba de la gargantilla, que ahora ansiaba devolver a toda costa, y esperaba que él aprobase su proceder. Le contó la historia de su reciente visita...y entonces su embeleso hubo de tocar a su fin; porque Edmund quedó tan impresionado por el relato, tan encantado por lo que Mary Crawford había hecho, tan complacido por aquella coincidencia de conducta entre los dos, que Fanny tuvo que reconocer el poder superior, sobre el espíritu de Edmund, de otro placer, aunque no fuera tan perfecto. Pasaron unos minutos antes de que Fanny pudiera centrar la atención de su primo sobre su plan expuesto, u obtener alguna respuesta a su demanda de opinión; él estaba sumido en un ensueño de tiernas reflexiones, y sólo de vez en cuando pronunciaba algunas frases de encomio; pero cuando despertó y entendió, se opuso con gran decisión a lo que ella pretendía.

Mansfield Park Jane AustenWhere stories live. Discover now