CAPITULO XXXVII

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Una vez ausente Mr. Crawford, el primer objetivo de sir Thomas fue que se le echara de menos; y concibió este grandes esperanzas de que su sobrina encontrase un vacío en la pérdida de aquellas atenciones que antes había considerado, o imaginado como un mal. Ahora sabía lo que era tener importancia, lo había gustado en la forma más halagadora; y él esperaba que la pérdida de aquella admiración, el hundirse otra vez en la nada, despertaría en el espíritu de Fanny unas muy saludables añoranzas. La observaba con esta idea, pero apenas podía decir con qué provecho. Difícil se le hacía apreciar si había en su ánimo alguna mutación. Ella era siempre tan dulce y reservada que sus emociones escapaban a sir Thomas. No la comprendía; de ello se daba perfecta cuenta. Y por tanto acudió a Edmund para saber hasta qué punto le afectaba la situación y si era más o menos feliz que antes.

Edmund no apreciaba en ella síntoma alguno de pesar, y consideró a su padre un tanto irrazonable por suponer que tres o cuatro días bastarían para ello.

Lo que principalmente sorprendía a Edmund era que su prima no echara de menos de un modo más evidente, a la hermana de Henry, a la compañera y amiga que tanto había significado para ella. Le extrañaba que Fanny hablara tan poco de ella y tan poco tuviera que decir, espontáneamente, en cuanto a su pena por la separación.

¡Ay! Aquella hermana, aquella amiga y compañera, era el principal tormento para su tranquilidad. Si ella hubiera podido considerar el destino de Mary tan desligado de Mansfield como estaba decidida a que lo fuera el de su hermano; si le hubiera cabido la esperanza de que ella tardaría en volver tanto como muy inclinada estaba a creer que tardaría Henry, se hubiera alegrado de corazón, sin duda. Pero cuanto más recordaba y observaba, tanto más profundo era su convencimiento de que todo seguiría ahora un curso más favorable que nunca para el casamiento de Edmund con miss Crawford. Por parte de él, la inclinación era más fuerte; por la de ella, menos equívoca. Los prejuicios, los escrúpulos de Edmund basados en su integridad, parecían todos desechados..., nadie podía saber cómo; las dudas y vacilaciones de Mary, motivadas por su ambición, se habían igualmente superado, y también sin razón aparente. Solo cabía imputarlo a un creciente afecto. Los buenos sentimientos de él y los malos de ella se rendían al amor, y este amor tendría que unirlos. Él iría a Londres en cuanto dejara resuelto algún asunto relativo a Thornton Lacey..., quizá dentro de unos días. Hablaba de su viaje, le gustaba comentarlo; y una vez se reuniera con ella... Fanny no podía dudar del resto. La aceptación de parte de Mary era tan segura como la declaración de Edmund; y, no obstante, prevalecían en aquella unos principios deplorables que hacían el proyecto penosísimo para Fanny, independientemente (ella creía que independientemente) de sus propios sentimientos.

En la misma conversación sostenida recientemente entre ambas, miss Crawford, a pesar de ciertas demostraciones de ternura y de su mucha amabilidad personal, siguió siendo miss Crawford, siguió mostrando una mente extraviada, y aturdida, y sin sospechar en absoluto que fuese así; ofuscada, y figurándose que irradiaba luz. Podía amara a Edmund, pero no le merecía por ningún otro sentimiento. Fanny apenas creía que pudiera unirles un segundo sentimiento afín; y los sabios más experimentados la perdonarían por considerar las posibilidades de un futuro mejoramiento de miss Crawford como una esperanza casi inútil, por creer que si la influencia de Edmund, en aquella época de enamoramiento, de tan poco había servido para desembrollar su juicio y centrar sus ideas, acabaría él por rendirse y agotar toda su valía al lado de aquella esposa, en unos años de matrimonio.

La experiencia hubiese previsto algo mejor para cualquier pareja de las mismas circunstancias, y la imparcialidad no hubiera negado en miss Crawford la participación de esa naturaleza común a todas las mujeres que habría de llevarla a adoptar, como propias, las opiniones del hombre que ella quería y respetaba. Pero como aquella era la convicción de Fanny, mucho sufría por tal motivo y nunca podía hablar sin pena de miss Crawford.

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