Capítulo 28

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Capítulo 28

Aurora Flecher

Abrí la boca medianamente, y me quedé observando de forma atenta las imágenes que me presentaba aquel aparato electrónico.

¿Podría tratarse esto de algún error?

—¿Estás segura de que estas son las fotos que te entregaron? — inquirí.

La esperanza que habitaba en mí era pequeña, pero la tenía, y por alguna razón yo me aferraba a ella como si fuese lo único que podría salvarme la vida.

—Sí— afirmó Johanna.

—¡Ana! — la voz de mi hijo se hizo notar.

—Ya vengo señora — me dijo la chica.

¿Por qué será que el pasado se esfuerza por no ser olvidado?

Me voy a mi habitación y termino de sacar algunas maletas del closet, mientras las preguntas taladran mi mente:

¿Por qué él insiste en quedarse siendo protagonista de una historia, cuyos personajes quieren dejar el agua fluir?

Frunzo el ceño.

Me paro en el medio de la habitación, y miro cada uno de algunos espacios vacíos, y es como ver los cuatro últimos años de mi vida pasar por delante de mis ojos. Sonrío cuando recuerdo la primera vez que decoré esta habitación por primera vez.

Johanna entra a la habitación y ríe cuando me mira — Hace dos noches llegó algo para usted, pero por distintas razones no pude entregárselo, así que lo puse debajo de la cama — la miré extraño.

—¿Qué lo pusiste dónde? — me carcajee — Es la primera vez que escucho una cosa así — confieso — ¿Qué es?

—El paquete vino totalmente sellado, por lo que no sabría responderle.

—¡Muy bien! —dije — Vamos a ver lo que hay por aquí — me voy hasta el piso y traslado mi vista hacia el fondo oscuro que se encuentra debajo de mi cama, y frunzo el ceño al ver lo grande que es aquel paquete. Busco en mi memoria y hasta donde recuerdo, nunca pedí algo así. Extiendo mi mano, y halo aquella cosa que parece ser un cuadro.

Johanna me prestó algo de ayuda, y en pocos segundos tuve el paquete sellado frente a mí. La curiosidad causaba estragos en todo mi ser, y como era de esperarse no tuve más opción que comenzar a quitar la cinta transparente que veía por todos lados. A medida que Johanna y yo quitábamos los papeles y la transparente cinta, mi rostro se nublaba, mi mente enviaba las alertas a cada uno de los rincones de mi cuerpo, y mi corazón latía más deprisa que nunca.

—Señora, ¡es hermoso! — gritó la chica a mi lado.

No eso no era hermoso. Era aterrador.

—Y mire, lo pintó aquel chico que se hizo conocido hace unos años: Evans Paniagua. Una amiga viajó a Estado Unidos hace 6 años y me trajo una pintora de él, y es sumamente maravillosa.

Quedé perpleja y sin aire.

Johanna acariciaba con delicadeza aquel cuadro, donde aparecía mi rostro.

—Recuerdo que, en una de mis investigaciones, leí que era dominicano. — susurró perdida entre los trazos.

¿Qué? ¿A caso escuché mal?

—¿Cómo? — fruncí el ceño.

—Sí— afirmó sin tener ni idea de lo que pasaba por mi mente.

—Pensé que era argentino— dije sintiéndome tonta como en años anteriores.

La Sombra del Magnate © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora