Capítulo 17

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Capítulo 17

Alexander Walton

Me alejé de aquel lugar con Aurora en brazos.

Miré su rostro y acaricié su mejilla al ver que sus ojos se mantenían cerrados, sus labios pálidos, secos y quebrados figuraban ante mí, en una temible línea recta. Su aporcelanada y cremosa piel se encontraba manchada y lastimada. Se veía tan frágil como un ramo de rosas sin agua.

Elevé la cabeza y entorné los ojos, el sol se alejaba poco a poco, dándole lugar a un espacio constituido por diversos colores, entre ellos, rojo, azul, blanco, anaranjado, y gris. Las nubes se dispersaban lentamente, no tenían prisa, el rojo en el cielo se sumía junto al rosa viejo y al anaranjado, parecía que libraban una batalla, por cual se hacía notar más.

Las hojas de los árboles se mantenían de aquí a allá por la fría brisa, los charcos eran difíciles de ignorar, al igual que el olor a tierra.

La mujer en mis brazos y yo llegamos a la parte más deshabitada y alejada del pueblo. Parte donde abundaba una inmensa vegetación y que al retirarse la luz y dejar a su opuesto, las cosas se tornaban mucho más peligrosas. Ahí percibía el ululato de los búhos, el cantar de los pájaros, parloteos y graznidos de los cuervos.

A pesar de que la noche contaba con un buen viento, el calor no abandonaba mi cuerpo. Las gotas de sudor se mantenían firmes en mi frente y el dolor en los hombros y brazos eran insistentes.

Llevaba más de una hora caminando y me preocupaba que Aurora no despertara. Dejé de mover mis piernas y me senté en una roca de gran tamaño. Acomodé a la madre de mi hijo en mis brazos y con una de mis manos acaricié su mejilla y luego, revisé sus signos vitales.

—Aurora — la llamé.

No podía ver muy bien su rostro debido a la oscuridad. La luz de la luna no ayudaba mucho.

—¿Aurora? — fruncí el ceño cuando la llamé por segunda vez.

Suspiré después de escuchar un quejido de su parte.

Me levanté y seguí el camino.

Si la memoria no me fallaba, estábamos muy cerca de nuestro destino. Paso tras paso, mis zapatos se enfrentaban al barro, la suciedad y lo que parecía ser estiércol, y cuando creí que las cosas no podían ser más asquerosas, la luna con su luz me mostró un horrible, sucio y pantanoso rio que debía cruzar.

Agarré a Aurora, me la eché al hombro y con la mano libre sostuve el arma que descansaba en mi cintura, entrecerré los ojos. No estábamos solos y el ver una blanca luz a unos metros, me lo confirmaba.

Avancé y llevé los mis pies hacia el rio, ignoré la desagradable sensación y caminé entre las asquerosas y fétidas aguas. Gruñí cuando uno de mis pies cayó en algo pastoso y que por más que me movía no quería soltarme.

Cuidaba por que la mujer que tenia encima no se ensuciara ni se mejorara, daba gracias en silencio por que el agua solo llegaba más arriba de mis pantorrillas, casi rozando mis muslos.

Tensé la mandíbula cuando escuché una masculina voz tan cerca como los árboles que me rodeaban.

—¡Denme todo lo que traigan! — cerré los ojos de oír el acento alemán.

Abrí mis ojos y miré hacia donde se encontraba el hombre.

El mal olor de las aguas del rio no eran lo suficientemente fuertes como para opacar el olor a licor barato.

—¿No escuchan? — preguntó arrastrando las palabras.

Con la poca luz que brindaba la luna, pude darme cuenta de que el desconocido llevaba una botella en una mano y en la otra un arma de fuego.

La Sombra del Magnate © #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora