Capítulo 19

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Capítulo 19

Aurora Flecher

Podía escuchar a la perfección, aquel pequeño ruido que provocaban las gotas de agua al caer completamente abatidas en el piso, pero ellas, antes de caer, recorrían cada rincón de mi cuerpo. Las gotas se unían al espumoso y oloroso jabón, y juntos se encargaban de limpiar mi sucia y maltratada piel.

Pero, por más agua que mi pelo y cabeza recibían, eso no era un motivo suficientemente fuerte como para dejar de lado lo que continuamente pasaba por mi mente. Sí, tenía mucho en que pensar, demasiado diría yo, pero esto ocupaba, reclamaba y procuraba todo el espacio.

Pasé las manos por mi mojado cabello y luego, cerré los ojos como quien busca paz en medio de una extensa y peligrosa tormenta.

Salgo de la ducha y cuando voy a tomar la toalla que yacía a un lado de donde me encontraba, no llegué a tomar la toalla así que me cubrí con las manos. Pronto mis ojos me mostraron quien había abierto la puerta del baño sin pedir ningún tipo de permiso.

—¿Cómo te atreves abrir la puerta sin avisar? — grité — ¡Estoy aquí adentro!

Un Alexander sorprendido y apenado salió del lugar tan rápido como entró y desde el exterior dijo — Lo siento, pensé que habías salido — explicó mientras yo tomaba la toalla que anteriormente no había podido agarrar.

Salí de la pequeña estancia con la bolsa que Alexander me había dado y rápido me comencé a colocar la ropa interior. En la bolsa también había una chamarra gris y un pantalón largo de color negro y unos tennis.

¿De dónde habrá sacado esto?

Arrugué las cejas y sin pensarlo mucho me dediqué a pasar las respectivas telas por mi cuerpo.

Después de encontrarme completamente vestida, miré el platillo con las frutas y fui hasta él para terminar de comer lo que quedaba. El agrio de las piñas hacía que me dieran ganas de cerrar los ojos, eso de alguna u otra forma me acordaba a mi hijo.

Pronto el blanco platillo se encontró vacío, mientras que mi estomago era todo lo contrario.

Me dirigí a la puerta que estaba a unos metros de mí, la abrí y salí del cuarto.

La casa era de madera y por lo visto estaba muy bien cuidada, o eso era lo que me parecía a mí. Bajé las escaleras marrones y observé cada detalle que había en la pequeña sala de estar.

—Debo salir — escuché la grave voz del hombre que hace unas horas curó mis heridas.

—¿A dónde? — pregunté preocupada.

—Necesito volver por mi auto al pueblo — dijo — Ahí hay ciertas cosas que necesito y que no pude traer porque te llevaba en brazos — explicó.

—¿Y por qué no vinimos hasta aquí en él? — pregunté nuevamente.

—Los caminos para llegar son tan estrechos que un vehículo no tendría ni la más mínima oportunidad de entrar.

Mis ojos se dirigieron a sus labios.

Labios rojos.

—Así que mientras yo no esté por favor no salgas ni te acerques a las ventanas — pidió.

Suaves.

—En la mesa de allá — señaló algo detrás de mí — Hay un celular, cualquier cosa me llamas.

Blandos.

—Si te llega a dar hambre, en la cocina hay comida, así que puedes tomarla sin problema — siguió hablando, mientras que yo no podía dejar de mirar sus...

No podía respirar bien.

—¿Te gustaría dejar de mirarme los labios y prestarles atención a mis palabras? — inquirió en un tono burlón.

Apreté los labios y me maldije interiormente.

—No te estaba mirando los labios — dije sin poder mirarlo a los ojos.

Alexander se acercó a mí, tomo mi rostro entre sus manos y me obligó a mirarlo.

Mi cuerpo reaccionó completamente solo y alcé la cabeza, quedando nosotros dos tan cerca, tanto que no existía el espacio personal.

—¿Qué haces? — pregunté.

Sus ojos y los míos colisionaron como en años anteriores, haciéndome saber que el nerviosísimo había entrado en mi sistema y que escalofríos recorrían mi espalda.

Pestañas negras y largas, pupilas dilatadas e iris más azules que nunca.

—Más tarde cambiaré esos vendajes — susurró y luego me soltó.

¿Sabes de esa sensación que aparece cuando estás soñando y te despiertas de repente porque sientes que te caerás y te estrellaras contra el frío y solido piso? ¿Sí? Eso experimenté cuando sus manos me dejaron, y eso no es lo peor, lo peor es que no sé la razón por la que me sentí de esa forma.

Y ese sentimiento me hizo recordar aquella vez en la que me subí a un avión con mi hijo siendo un bebé.

Dejé que mi cabeza chocara con la parte de arriba de asiento, mientras veía el techo blanco del avión.

Mi pequeño hijo yacía dormido entre mis brazos con las manos completamente unidas.

El avión aún no había despegado y eso me tenía algo ansiosa porque ya me quería ir.

Llevé los ojos hacia la ventanilla y el corazón casi se me detuvo cuando vi al padre de mi hijo mirándome desde la lejanía.

Las últimas palabras que nos dijimos todavía seguían en mi mente: Adiós.

Cierro los ojos pensando.

Si no fuera de esas personas a las que les gusta analizar y pensar tranquilamente las cosas, estoy segura de que mis recuerdos fuesen los jueces de la vida de cada una de las personas que están en mi vida, ellos fuesen los que decidieran si es verdaderamente conveniente, el perdón, el olvido, o quién sabe, las segundas oportunidades. Pero, soy de las personas que se mencionan al principio.

Se me hace tan difícil olvidar y sospecho que me pasa lo mismo con esa palabra tan mencionada a través del tiempo, esa que estamos cansados de escuchar, sí, es la que ronda nuestras mentes, esa es: Perdonar.

Tenía el corazón hecho añicos, el alma partida en dos, y por eso, debía entender que alejarme junto a mi hijo era lo mejor. Dejaría que el tiempo se encargara de todo aquello que quería y luchaba por apresarme, dejaría que él pusiera las cosas en su debido orden, porque yo no podía hacerlo.

Tal vez éramos aptos el uno para el otro, en otra vida, en otros tiempos, en otras épocas, pero definitivamente no en esta.

Tal vez sí exista un "nosotros" pero no en este universo. 

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