Prólogo

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—¿Cómo se supone que lleguemos? —dijo ella, al notar que el ascensor no tenía un botón «4».

Quien los acompañaba, un especialista en cuestiones paranormales, presionó el botón que los llevaba al piso 5.

—Muchos edificios no tienen un piso 4, otros, como este, lo tienen oculto. Solo podemos acceder a él por el 5, bajando unas escaleras también ocultas.

Ambos los miraron con cierto descontento, les interesaba estudiar las creencias japonesas relacionadas con lo paranormal, no experimentarlas en carne propia. Habían contactado con Shiro a través de un conocido en la universidad, era natural de Kioto pero vivía en Hokkaidō hacía muchos años.

—En el piso 5 hubiese estado bien. ¿A dónde nos llevas? —reprochó él.

—No sean miedosos, el hotel es relativamente nuevo, les aseguro que el piso 4 está en condiciones óptimas... y libre de yūrei.

—¡Ja! Muy gracioso.

Shiro rio. Las ruinas circulares de la casa colegio en Hokkaido eran famosas por su actividad paranormal, y un destino bastante buscado por turistas, curiosos y estudiosos. Les había dicho, en tono de broma, que si pasaban mucho tiempo allí algún yūrei volvería con ellos.

—Mañana volveremos durante la mañana, no es recomendable pasar la noche en ese colegio —aclaró Shiro, al tiempo que quitaba el candado de una puerta junto al armario de escobas.

Un viento gélido brotó desde la profundidades del piso 4, silbante. Las escaleras estaban tenuemente iluminadas por unos foquitos rojos, lo suficiente como para develar el sendero y nada más.

—Esto no pinta bien —dijo él—, preferiríamos quedarnos en otro lugar, aquí no hay nadie.

—Oh, sí que lo hay —aclaró Shiro—, estaré con ustedes, en el mismo piso—. Su sonrisita suave y su mirada apenas perceptible, lejos de calmar a los jóvenes, los tensionaba más.

Shiro les generaba confianza, era un hombre amable y tranquilo, pero parecía complacido con el entorno macabro de una forma que los otros dos no apreciaban.

—No se ve nada —dijo el visitante. Al final de las escaleras, el pasillo estaba completamente velado por la oscuridad.

Entonces, Shiro encendió una linterna.

—Por aquí —indicó el japonés, y los guió en lo que parecía una entrada a la nada misma. —Ustedes, shi.

—Debe ser un chiste... —se quejó ella.

«Shi» significa «cuatro» en japonés, y también «muerte». Dada esta homonimia, el número cuatro es un número supersticioso, de mala suerte. Pero aquel lugar había llevado la superstición al extremo escondiendo un piso completo. Shiro, en su afán por darle dramatismo a la experiencia, había reservado para ellos la habitación cuatro del piso cuatro, él se quedaría cerca, en la número nueve.

—Maldito Shiro —se quejó el muchacho cuando, al encender la luz de la habitación, notó que no tenía ventanas. Estaban completamente aislados en el shi.



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La hora del Terror 4Où les histoires vivent. Découvrez maintenant