Flores rojas para Naoko (Alphard Star)

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I


Naoko Koizumi siempre había arrastrado la estela de la mala suerte a sus espaldas. Era la cuarta hija de una cuarta hermana, y había nacido un cuatro de abril a las cuatro de la tarde. Por esta razón, allá adonde iba todo el mundo procuraba mantenerse a una distancia prudencial de ella, temerosos de que la mano de la mala suerte alcanzase sus almas. Su nombre, siempre que alguien se veía en la obligación de mencionarlo, era pronunciado en apenas un susurro. Desde pequeña, sus compañeros de escuela la habían apodado con el sobrenombre de «Shi», y por mandato de sus madres jamás se acercaban a la chiquilla.

Por fortuna, Naoko siempre había sido una persona solitaria, y no le importaba el aislamiento que sufría; de hecho, le divertía el ser temida por una superstición. Sentía que tenía el control, que unas pocas palabras bastaban para conseguir aquello que quería. Acabó apropiándose el apodo de «Shi» y lo convirtió en su nombre.

Cuando Naoko cumplió diecisiete años, encontró cuatro regalos escondidos en un armario de su cuarto. «Feliz cumpleaños, Naoko», rezaba un papel escrito con tinta roja, justo al lado de cuatro higan, las flores rojas del infierno. Nunca había sido supersticiosa, pero no pudo menos que estremecerse al encontrar dos signos de muerte guardados en su armario: su nombre escrito con tinta escarlata y las cuatro flores rojas. Sin embargo, pasado el susto inicial, Naoko decidió no darle demasiadas vueltas al asunto, y tanto el papel como las flores acabaron en el cubo de la basura.

Pasó la noche en vela, dando vueltas en la cama, el estómago revuelto. Intranquila, decidió levantarse a beber un vaso de agua. El pasillo estaba oscuro, y tan solo la pequeña bombilla del recibidor permanecía encendida con su débil luz anaranjada, costumbre de sus padres por miedo a los ladrones.

Su respiración acelerada, el rápido latido de su corazón y el frío sudor que recorría su frente eran fruto del temor latente en su interior. De pronto, una sonrisa curvó sus labios. ¡Qué estúpida era! ¿Cómo podía tener tanto miedo por lo que debía de ser una broma de alguno de sus hermanos? Resultaba incomprensible para ella misma cómo la serena y astuta Naoko podía haberse alterado tanto por unas estúpidas letras y cuatro florecillas rojas. Tuvo ganas de echarse a reír, y, ahora más relajada, entró en la cocina y se sirvió un vaso de agua.

La sensación de calma huyó tan rápido como había venido en el momento en el que una gélida mano se apoyó en su hombro. Un grito quebró la garganta de la muchacha, grito que fue ahogado por unos dedos largos y delgados.

—¡Naoko! ¿Qué coño haces? —susurró una irritada voz femenina muy cerca de su oído—. Vas a despertar a mamá y a papá—. ¿Por qué estás despierta?

Los latidos de su corazón se calmaron cuando hubo comprobado que se trataba de Kyo, una de sus hermanas mayores.

—Es solo que... —sacudió la cabeza, mesándose nerviosamente un mechón de pelo— no podía dormir.

La hora del Terror 4Where stories live. Discover now