Encuentros del más allá (Mauro J.F.)

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I

—Tres... dos... uno... grabando —la mano del camarógrafo se movió veloz hacia abajo y se hizo el silencio. Un segundo después fue apartado por una voz pausada.

—Bienvenidos sean a una nueva de edición de... encuentros del más allá. Soy Rodrigo Clos y con mi equipo estamos aquí, en el famoso Jardín Japonés ubicado a las afueras de Montevideo. —Rodrigo extiende su mano todo alrededor y el camarógrafo la sigue filmando un paisaje de verde y celeste sin igual —. Un lugar hermoso durante las tardes, famoso por sus flores y plantas en el que toda la familia puede venir a pasar el día rodeada de la mejor naturaleza. Sin embargo —A conciencia el hablante se detiene, mira fijamente la cámara que ya había regresado a su posición y da un paso adelante —. Cuando cae la noche todo cambia y los cuidadores afirman haber visto, y escuchado, más de una vez...

—A esos negros de mierda —lo cortó la voz de Leo Steizner, el camarógrafo, quien apuntó con su cámara al suelo dando por terminada la toma.

—Qué decís pelotudo me cortaste la inspiración —se quejó atropelladamente Clos, suspirando y girándose en rededor siguiendo la mirada de Leo, quien observaba algo en la lejanía con el ceño fruncido.

A poco más de cinco metros pudo distinguir a dos personas, un hombre y una mujer, vestidos de manera bastante excéntrica que cuchicheaban sentados en un banco de madera bajo una columna de inmenso foco que durante el día permanecía apagado.

—Esos dos —dijo Leo por lo bajo —Te juro que estaban arrancando flores del cantero. Estoy seguro que los grabé —afirmó dando unos golpecitos a la cámara negra que sostenía —. Están robando a pleno sol. Hay que avisar a la gerencia o algo.

Clos observó con atención a los desconocidos. "¿Ladrones?" Pensó sintiendo una repulsión inmediata e inexplicable, como una corriente de electricidad que más bien lo quemaba por dentro. Odiaba a los ladrones.

A unos metros y sin percatarse de que era observado, el hombre adornado por un saco de lana muy amplió movía sus manos como si quisiera esconder algo dentro del mismo. Hablaba apenas despegando los labios y por la distancia no se le entendía nada.

La joven junto a él, de largo y lacio cabello castaño lanzaba miradas para un lado y para otro. Llevaba una camisa color piel y sobre ella un saco de lana blanca. Además tenía una falda a cuadros que cubría sus tobillos y unos zapatos de tamaño considerable y muy gastados.

—Voy a buscar un guardia —decía su camarógrafo y entonces Clos dejó de observar a la pareja para dirigirse a él.

—Tranquilo Boby —respondió sarcástico poniéndole una mano en el hombro. No quería problemas. —. Deja, deja que yo me encargo —Clos se dirigió de inmediato en dirección a la pareja, volviendo a observarlos justo en el preciso instante en que la muchacha fisgona lanzaba una mirada en su dirección y se topaba con los ojos del conductor.

La hora del Terror 4Where stories live. Discover now