Takayama (Stephanie Sarmiento)

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I. Todo por Amor

Japón, Takayama, 20 de marzo de 2020

Los copos de nieve ya no caen silenciosamente en la fría tierra ni adornan las hojas de los árboles con su pura belleza, sus mantos blancos se derritieron, al igual que los congelados ríos. Las noches heladas ya no son acompañadas por tus cálidos besos y el frío de mis huesos se refugia en tus recuerdos, tus abrazos y tus caricias.

El invierno se marchó, pero dejó tu cuerpo descompuesto en tu habitación. Tu piel cadavérica que en un momento fue mía, tus ojos sin vida que un día me miraron por primera vez; tus labios fríos que me volvían loco y tus manos bañadas en sangre que me acariciaban con dulzura.

¡Vuelve, Akira!, ¡vuelve, por favor! Te necesito aquí y ahora, amada mía. Te buscaré, estés donde estés y nos volveremos a encontrar, mi amor.

La muerte no nos separará jamás.

-Hiroshi Takeda

[...]

La ciudad de Takayama estaba a pocos días de celebrar el Festival de Primavera, más conocido como Sannō Matsuri. Las carrozas de colores y sus magníficos bordados estaban listas para recorrer las calles, hombres y mujeres preparaban sus trajes tradicionales y la comida sería un gran festín para todos los habitantes. Hiroshi Takeda contaba los días para ver a su dulce amada que, hace unos meses, se suicidó. Murió sola, sin que alguien le pudiera llorar en esos días.

Akira Yukimura se cortó las venas. Su cadáver fue encontrado días después por el mismo Hiroshi, que al ver a su amada ser carcomida por las larvas que se desplazaban dentro de su boca hasta sus ojos y nariz que sobresalían, le revolvió el estómago. Las moscas iban de un lado al otro, posándose en su pálida piel y sus heridas abiertas.
Hiroshi abrazó con fuerzas al amor de su vida, pese a que su olor nauseabundo y desagradable aspecto le harían vomitar en cualquier momento, sin embargo, aún seguía siendo la chica que amaba con locura.

Mientras la abrazaba, lloraba, con sollozos altos y estridentes, y al mismo tiempo gritaba con desesperación. Los insectos eran los únicos testigos de uno de los peores sentimientos del ser humano, la tristeza de un corazón roto.

Hiroshi sacudió ligeramente la cabeza para salir de esos espantosos recuerdos. Se vistió con su judogi, pensando que ese uniforme de judo, que usaba en sus entrenamientos, sería especial para esa ocasión, y salió de su casa para encontrarse con sus amigos cerca del Santuario Hida-sannogu Hie Shrine.

Al llegar ahí, las calles rebosaban de actividad. La música era acompañada por los desfiles, las marionetas bailaban al ritmo de las flautas y tambores, había espectáculos de fuego y todo ese día era de algarabía y alegría. Los olores y colores eran incontables y tanto entusiasmo le hacía sonreír inconscientemente. El bullicio le daba vida al festival, sin embargo, lo que se llevaba el protagonismo eran las carrozas yatai que, con sus colores rojizos y dorados, llamaban la atención de toda la multitud con su belleza. Asimismo, su decoración era acompañada con espléndidos ornamentos.

La hora del Terror 4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora