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Todo en la vida se trata de hacer elecciones, algunas buenas, otras malas y unas tantas imposibles de calificar como una u otra, porque así como la vida son decisiones, también es una extensa escala de grises que pocas veces llega a ser negro total o blanco impoluto. Las decisiones poco a poco modelan a las personas que somos, sin embargo, creo con firmeza que, al igual que los errores que cometemos, no nos definen. Al final, lo que habla por nosotros es la manera en que nos sobreponemos a ellas, porque si tomas una decisión, será mejor que estés listo para aceptar con la frente en alto sus consecuencias.

Yo, a la mañana siguiente, desperté con las consecuencias de mi rabia. Con el peor dolor de cabeza que hubiese experimentado en la vida hasta aquel momento. Era tan agudo e intenso que sentí que mi cerebro explotaría dentro de mi cráneo, reduciéndome a un licuado de sesos, recuerdos y sentimientos demasiado patéticos como para afrontarlos frente al espejo sin sentir un deje de vergüenza por mí mismo. Tanto que fue inevitable no echarme a llorar, sosteniendo mi cabeza entre las manos y escondiendo el rostro en una almohada impregnada de un aroma a humedad y polvo; sin poder aplacar ni el sufrimiento ni la miseria dentro del pecho.

Me tomó un buen rato darme cuenta de dónde estaba, pues al principio, debido a que mis sentidos seguían atontados, fue complicado caer en cuenta de que no era en el hotel, sobre el colchón suave y entre las sábanas perfumadas de una suite. En aquel decadente sitio no había ventanal abierto con vistas espléndidas, ni termostato que aplacase el clima de afuera. Dentro de aquella pequeña habitación flotaba un olor a moho intenso, tanto que pude imaginarme las esporas entrando por mi nariz y viajando hasta mis pulmones. El techo, que en algún momento fue blanco, estaba teñido de negro por la humedad; y la minúscula ventana a estaba tan sucia que el sol apenas era capaz de colarse entre la gruesa capa de mugre amarillenta adherida al cristal.

Todavía recuerdo el chillido metálico de los viejos resortes del colchón cediendo bajo mi peso en el momento en que me incorporé, cuidadoso de no desatar otra oleada de dolor punzante en mi cerebro. Me tomó mucho esfuerzo tratar de recordar lo que hice la noche anterior, no obstante, comencé a formar mis sospechas en el momento en que fui consciente de mi desnudez y del motel de mala muerte al que había ido a parar. Al voltearme para ver la hora en el reloj sobre la destartalada mesita de noche a un lado de la cama, pasaba bastante del mediodía, pero lo que llamó mi atención fue un pequeño trozo de papel. Lo tomé con cuidado y lo repasé un segundo con la mirada. Los trazos en él tenían escrito «Logan», seguido de un número de teléfono.

―Logan... ―murmuré el nombre, como si aquello fuese la llave al cajón de las memorias borrosas de la noche anterior. Sorprendentemente lo fue.

En el instante en que la última sílaba de su nombre salió de mi boca, empecé a rememorar las cosas que había hecho horas antes; aunque, mejor dicho, solo se trató de pequeños momentos independientes los unos de los otros. El sentimiento fue muy parecido a la noche en la que me emborraché en Thrill Titanium, pero, de cualquier forma, llevaba consigo matices muy distintos. Evoqué quién era el dueño de aquel conjunto de letras que nada significaban para mí, o al menos quién creía yo que era: un tipo alto y delgado. Estaba seguro de haberle conocido en el bar, siendo atraído por el largo cabello rubio hasta el pecho y sus sonoras risotadas.

Hice un esfuerzo por tratar de llevar mis memorias más allá, y segundo tras segundo fueron revelándose ante mí más detalles sobre nuestro encuentro. Nada es más claro para mí ahora de lo que fue entonces. Tragos, sonrisas y después un baño. Fue ahí donde recordé que nos habíamos metido la coca de Jackson, supuse que justo aquello era el causante de tan profundo malestar en mi cabeza. Después un automóvil, quise creer que se trataba del suyo. Noté el fantasma de su cabello entre mis manos, o sus dedos apretándose con fuerza alrededor de mi garganta. El cuello me dolía casi tanto como tratar de pasar saliva o el resto del cuerpo. En cuanto bajé la mirada para examinarme a mí mismo, hallé en mi abdomen y pecho diversos cardenales de un llamativo color que danzaba entre el rojo y el púrpura; también una línea roja asomando por mis costillas, se trataba de un rasguño que venía desde mi espalda, y ardía tanto como mi consciencia.

Al final te quedas | DISPONIBLE GRATISDonde viven las historias. Descúbrelo ahora