•Capítulo 17: Es hora de hablar•

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—Lane Annie Foster, es hora de hablar y no pienso irme de aquí hasta que abras la bendita puerta, de lo contrario, tomaré otro tipo de medidas.

Rodé los ojos al oír una vez más su voz y decidí ignorarlo, ya me daba igual. Llevaba repitiendo lo mismo hace más de cuarenta minutos y aún no tomaba aquellas "medidas" que mencionaba tanto, lo que quería decir que en realidad no tenía ningún plan y lo hacía para asustarme, cosa que no estaba logrando porque lo único que me causaba era gracia.

Es un tonto.

—Sí —Murmuré, perdida en la pintura y ladeando la cabeza para observar mejor el dibujo que hacía— Ajá, lo que tú digas, Nathan.

Cuidadosamente, me incliné hacia el escritorio y entrecerré un poco los ojos para analizar bien mi trabajo, me gusta. Pasé el pincel —ahora con pintura verde— sobre la hoja y llené el espacio en blanco con precisión, procurando no salirme del límite de la línea.

—Estoy hablando en serio, Lane —Insistió él una vez más— ¿Crees que bromeo?

—Sí, Nate, lo que quieras —Respondí sin prestarle mucha atención.

¿Acaso no se cansaría? ¡Van Gogh! Yo a los cinco minutos ya me hubiese ido. Hace unos veinte minutos oí a tía Rosie reírse de él, preguntándole que qué me había hecho esta vez para que me enfadase y que hiciera lo posible para que lo perdonara.

Cambié de color, ahora tomando el celeste, y enjuagué el pincel para después volver a acercarme a la hoja. Fue entonces cuando la puerta de la habitación fue abierta de golpe y me asusté, lo que ocasionó que lanzara el pincel por algún lugar de la habitación.

Mierda.

—¡Hey! ¡Largo! ―Gruñí, poniéndome de pie rápidamente― ¡Respeta! ¿Conoces lo que es privacidad?

Sus ojos se posaron detrás de mí y reaccioné de inmediato, lanzándole una mirada fulminante para después girarme y correr el papel con manchas de pintura hacia un rincón del escritorio. Intenté proteger y cubrir mi dibujo con algo, aunque no lo logré, lo que aumentó aún más mis nervios.

No es que me avergonzara o no tuviese confianza en lo que hacía, porque la tenía, y mucha. Sólo no me gustaba que vieran mi trabajo de una manera tan desprevenida y sin terminar, me ponía incómoda y, de alguna u otra manera, lograba desesperarme. Los dibujos también son algo muy personal, muchas personas dejan sus sentimientos representados y plasmados en ellos... Papá siempre me decía que podíamos sentir miedo e incluso sentirnos avergonzados de algunas cosas, pero nunca de sentir.

Él cerró la puerta con seguro y me mostró unas llaves con una sonrisa triunfante posada en los labios, lo que me hizo entrecerrar los ojos. Se cruzó de brazos frente a la puerta, impidiéndome así el paso y yo lo miré confundida.

¿Es en serio?

—Dije que tomaría otras medidas y aquí estoy —Aclaró.

—De seguro no se te ocurrió nada y fuiste a pedirle ayuda a tu madre, ¿o me equivoco? —Me burlé, alzando una ceja— Eres lindo, Nate, pero tu cerebro no da para tanto.

—¡Eso no importa ahora! —Se quejó—. Vamos a hablar.

—No quiero hablar, me duele la boca —Respondí, girándome para ir en busca de mi pincel.

Cuando lo localicé casi debajo de la cama, me agaché para después tomarlo entre mis manos y suspirar aliviada, no soportaría perder otro. Giré nuevamente con la intención de volver al escritorio y me encontré con Nathan frente a mí, a sólo unos cuantos centímetros.

Un Dulce InviernoTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon