•Capítulo 25: ¿Quieres...?•

10.1K 793 839
                                    

•NATE•

—Así que llegó su mejor amigo —comentó el chico de manera divertida para luego soltar una gran carcajada al aire—. ¡Bro, qué mal!

Blanqueé los ojos al oírlo hablar y negué, rendido. Steve me sonreía alegre desde el otro lado de la pantalla mientras bebía de su caja de jugo, haciendo adrede y con el único propósito de fastidiarme un desagradable y molesto sonido. Por lo que era yo, seguramente tenía una expresión de «odio a todo el mundo» plasmada en el rostro.

—¿Puedes explicarme por qué le haces tanto daño a tu cabello? —cuestioné para cambiar de tema, entrecerrando los ojos en su dirección al ver el nuevo color que llevaba— No cabe duda en que eres Steve escoba andante.

—No hablábamos de mi cabello, al carajo eso, ¡estamos hablando de que llegó el mejor amigo de Lane! —canturreó burlón— Ay, esposo, no quiero romper tus ilusiones, pero...

—Cierra la boca —gruñí.

Steve fingió sellarla y carcajeó una vez más, divertido. El chico comenzó a jugar con su usual gorra de lana entre sus manos y aproveché ese momento para acomodarme mejor sobre la cama. Posé una vez más mi mirada en el teléfono frente a mí ―el que descansaba en la mesita de noche― y suspiré.

—Hey, ¿qué hay con lo de la universidad? ¿Cómo va todo? ¿Ya te contactaron?

La universidad.

La pregunta de mi amigo hizo volver toda la angustia que había olvidado durante unos días y aquel dolor punzante no tardó en hacerse presente en mi pecho. Sentí las manos sudar y tragué con fuerza, bajando la mirada.

Sabía que debía mantenerme positivo, sabía que debía confiar en mí, sabía que tenía que ser paciente. Pero demonios, los días pasaban y yo aún no conseguía respuesta... Los días pasaban y yo cada vez más perdía la esperanza.

—No hay respuesta aún —musité desanimado, pasándome las manos por el rostro con frustración— No sé qué mierda haré con mi vida, Steve.

Todavía seguía con ese constante miedo y no había noche que no pensara en ello. La simple idea de quedar solo en medio de la nada me volvía loco y no sabía cómo reaccionar. Estaba viendo pasar la vida delante de mis ojos y, mientras todos avanzaban con sus metas y sueños fijos, yo iba quedándome atrás, sumergido en mí mismo y creándome problemas de los cuales no estaba seguro poder encontrar solución.

—¿No has pensado en subir covers a internet? —sugirió Steve, sobándose la barbilla de forma pensativa— Yo digo que te iría muy bien, ¡yo seré tu primer fan!

Negué, soltando una risa por lo bajo.

—Ya sé por qué eres mi mejor amigo, eh ―sonreí ligeramente― Siempre estás para apoyarme en todo, gracias —murmuré agradecido, dejando escapar un pequeño suspiro de mis labios—. Y sí pero no...

—¿Sí pero no? —repitió él, dudoso.

Lo había pensado, miles de veces para ser honesto. Desde que era un niño, cantar, tocar instrumentos y componer canciones había sido algo que me apasionaba muchísimo. Recuerdo que en una ocasión me grabé cantando, luego observé el video y me quedé procesando la pequeña información por varios minutos, hasta que finalmente me desanimé y decidí no compartirlo con nadie más que conmigo mismo. Steve fue uno de los primeros en saber y darse cuenta de lo mucho que amaba la música, de lo feliz que me ponía cada vez que aprendía algo nuevo relacionado a eso, de lo bien que me hacía sentir.

Así que, gracias a mi mejor amigo, me atreví a compartirlo con mi familia.

Fue desde entonces que sentí más libertad en casa y dejé el miedo de lado. Podía cantar sin que nadie me mirase con cara de sorpresa, podía encerrarme en mi habitación durante horas con una libreta en mano para escribir y nadie me molestaría, podía soltar gritos de frustración al intentar aprender a tocar un nuevo instrumento y mi familia sabría que se trataba de ello.

Un Dulce InviernoOù les histoires vivent. Découvrez maintenant