Prólogo

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Cuando comencé a leer La subjetividad de la belleza, lo primero que llamó mi atención es la delicadeza con la que está narrada. Porque si hay una palabra que describe la forma en la que Raven Yoru nos transporta al mundo que ha creado en esta novela, esa es delicadeza. Pero también calidez. La calidez que percibes cuando estás leyendo y sientes a los personajes como parte de ti casi desde el principio. Sientes sus inseguridades y anhelos, su felicidad o su tristeza como tuya. Lo segundo que me fascinó es cómo Raven representa o visibiliza a las personas con discapacidad. Como persona con una discapacidad orgánica, que a su vez le ha generado una discapacidad física, me entristece ver cómo en la mayoría de la literatura se nos muestra siempre desde una visión de personas grises, tristes, o como ejemplos a seguir. Y no como lo que realmente somos: personas que como el resto, intentamos vivir la vida lo mejor que podemos. Para la mayoría de nosotros, nuestra discapacidad no tiene mayor importancia que la que tiene nuestro color de ojos o de cabello. Es un rasgo más de quienes somos, pero no el todo. Por eso, o al menos en mi caso, queremos vernos representados más allá de nuestra discapacidad o discapacidades. En La subjetividad de la belleza, esto sucede. Samuel es mucho más que su discapacidad visual. De su mano y de la de Elías, vivimos cómo es enfrentarse al descubrimiento del primer amor, no ese que nos hace cosquillas sino el que nos agita como lo haría un terremoto, y también al descubrimiento de nuestra sexualidad cuando todo a nuestro alrededor aún es confuso. Cuando el mundo apenas está comenzando a abrirnos los brazos.

Sin duda, es una historia que merecía ser contada. Y, por supuesto, merece ser leída. A mí ya me ha robado el corazón. Estoy segura de que a ti te sucederá lo mismo.

Mer González.

La subjetividad de la bellezaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora