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Light despertó de mal humor al escuchar el sonido de la alarma de su móvil. Estiró su brazo derecho, en un vago intento de apagarlo. Por desgracia, estaba más lejos de lo que pensaba.

Abrió los ojos. Se estuvo acostumbrando a la luz unos segundos, antes de hacer amago de levantarse. Entonces se dio cuenta de que tenía a un pequeño L, más mayor que la última vez que lo había visto, durmiendo literalmente sobre su pecho. Lo apartó con cuidado y lo tumbó en el colchón, para luego levantarse en busca de su estúpido móvil.

No paraba de sonar una y otra vez y eso no ayudaba al dolor de cabeza que el castaño tenía ya de por sí.

Apagó la alarma y miró la hora. Las siete de la mañana. Su padre y el resto de policías llegarían ahí antes de las ocho, ya que era de mala educación llegar tarde.

Le echó un vistazo al niño que estaba durmiendo plácidamente en su cama, con su camiseta amarilla y un pañal puesto. Eran pocas veces las que L se dignaba a dormir aunque fuera un rato, así que por una vez que lo estaba haciendo, Light pensó que lo mejor sería dejarle descansar un rato más.

Sin pensarlo demasiado se cambió de ropa, poniéndose una camisa blanca y un pantalón vaquero negro. Se soltó un par de botones de la camisa, antes de ir al baño a hacer sus necesidades básicas.

Después de eso, bajó a desayunar con extraña tranquilidad. Ya se había acostumbrado demasiado a tener la compañía del otro hombre a todas horas, sobretodo durante los desayunos, que solían estar completamente solos por un buen rato. Era extraño desayunar sin él.

Lo primero que hizo nada más llegar a la cocina fue buscar algo que le ayudara con el dolor de cabeza. Al fin encontró un cajón lleno de medicinas, demasiado al alcance de los niños para su gusto.

Este Watari. L podría hacerse daño con esto.

Light cogió un paracetamol y se propuso esconder mejor el resto de medicinas. Cogió unos cuantos trapos y los dejó encima de estas, de modo que no eran visibles a simple vista.

Luego Light, orgulloso de sí mismo, se tomó la pastilla con un vaso de agua. Se sirvió unas tostadas con mantequilla junto a un café para mantenerse despierto y se puso a recoger un poco el lugar, pues el día anterior lo había dejado todo perdido.

Una vez desayunado, y con todo pulcramente ordenado, Light decidió subir con el detective. Miró su reloj, las siete y media pasadas. El resto llegarían en seguida y Ryuzaki aún no había ni desayunado.

Cogió una porción de tarta de fresa del frigorífico y le llenó un vaso de leche antes de subir de nuevo al décimo noveno piso. Light sonrió, Ryuzaki parecía un pequeño y hermoso príncipe mientras dormía.

Ahora que lo pensaba, nunca había visto dormir al Ryuzaki adulto. ¿Se vería igual de adorable que su versión pequeña?

Seguro que sí.

Dejó la comida en la mesilla y se sentó en la cama de lado. Luego le agitó levemente el hombro a Ryuzaki.

- Ryuzaki... - Le llamó suavemente. Light sonrió cuando le vio abrir los ojos cansado - Hola, buenos días. ¿Has dormido bien?

- Suficiente... - Dijo, levantándose y frotándose su ojo derecho - Light.

El castaño abrió los ojos de la impresión y sonrió más ampliamente.

- Oh por Dios, ¡sabes pronunciar bien  mi nombre! - El pelinegro asintió lentamente, como si fuera obvio - Esto es genial. Ah, te he traído el desayuno.

Ryuzaki paseó su mirada por la tarta que había traído el castaño y que se encontraba solo a unos metros de él.

- Gracias. Pero... Primero, primero creo que tengo que hacer pis. - Admitió con algo de vergüenza.

48 horas - LawlightWhere stories live. Discover now