12: La ley del fuego

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Dos días después, las cosas seguían siendo iguales. Mi día se dividía en cinco simples pasos repetitivos: despertar, desayunar, ignorar a Hassan -actuar que lo ignoraba-, ducharme y dormir.

Ese día me había levantado de lo más irritable. La ducha fría que me di por la mañana no sirvió de nada. Cuando bajé a desayunar, Hassan no estaba. Por lo general, él era el primero en levantarse. Se sentaba en la mesa con un cuenco de cereales de colores y un vaso de jugo de uva. Jamás me había gustado el jugo de uva. Era como un engaño; sabe a vino suave, pero no importa cuánto bebas, jamás sentirás un mínimo mareo. Tal vez podía conseguir un mosto: seguro que a él le gustaría. Pero ese día no, no estaba. No me fijé en su habitación al levantarme.

Me empiné la botella de leche y metí la mano en la caja de cereales para meterme un puñado a la boca.

-Coge un cuenco -me regañó Hassan, haciéndome dar un bote. Alzó la mano frente a mí y saco un cuenco. Me arrebató la caja y, luego de llenarse el tazón hasta la mitad, me lo devolvió. Luego me arrebató la leche, se sirvió un poco y se sentó en el mismo asiento de siempre.

Quise preguntarle por qué había tardado en bajar, pero no quería hablarle. Mi dura ley del hielo del resto de mi vida no iba a ser quebrantada.

Le di la espalda y me tumbé en el sofá, mirando la oscura pantalla de televisión. Seguí el cable que debía darle vida, pero estaba desconectado justo debajo de un enchufe atornillado. Cuando regresé los ojos a la pantalla, pude ver el rostro de Hassan mirándome a través de ella. No aparté los ojos de inmediato, pero, en cuanto lo hice, me levanté y me puse a husmear los libros de la biblioteca. Sabía que seguía ahí, detrás de mí, pero trataba de ignorarlo.

Cogí un libro y me volteé, pero él ya no estaba. Vi sus pies desapareciendo escaleras arriba, y se me ocurrió una idea. Tal vez sí sentía lástima por su estilo de vida, pero también tenía lástima por la mía. Quizá aquel fuese un sitio muy acomodado, pero eso a mí no me importaba. Había nacido en cuna de oro, por lo que el dinero me asqueaba. Había algo que nada de eso podía darme; la libertad. Quizá si hubiese estado con Levi las cosas serían diferentes. Pero estaba sola, aburrida y encerrada. Solo podía ver la luz del sol a través de un cristal blindado. No podía hablar con nadie, lo que era posible en el internado, pero no ahí, aislada, como había dicho Bethany. Extrañaba Las Vegas como nunca, a Levi, a las luces nocturnas, al frío de Nevada, a la sensación de soledad en compañía de extraños en plena calle. Todo eso parecía muy lejano ahora, como si mi eternidad estuviese marcada en aquel dúplex de mierda con aquel niñato reprimido.

Cogí más libros y los apilé al pie de la escalera. Dejé los libreros casi vacíos y me puse a trabajar en el suelo. Coloqué cada libro de forma vertical creando filas irregulares, en forma de espiral. Luego de una hora o más, acabé con el último libro al pie de una mesa baja en el salón. Me puse en pie y miré mi obra de arte; los libros parecían brotar del suelo de una manera artística. Anduve con cuidado, pisando entre los libros, hasta llegar a la puerta del apartamento, donde me senté mirando fijamente hacia las escaleras.

Una hora después, la espalda empezaba a dolerme. En la planta baja del dúplex no había ventanas, así que no podía saber cuánto tiempo había pasado ni qué hora era. Mis párpados empezaron a pesar. Me aburría como una ostra. No tenía nada mejor que hacer, así que las tentaciones de levantarme fueron mínimas. Pero sabía que cuando lo hiciera, iba a tener cinco centímetros menos de trasero, lo que me hizo sopesar la idea de abortar mi plan. Tal vez la broma no valía restarle volumen a mi culo, pero lo que había perdido ya no había manera de recuperarlo, así que me quedé ahí, esperando.

Solo transcurrieron lo que pudieron ser quince minutos cuando vi los pies encalcetinados de Hassan bajando por las escaleras metálicas mágicas. No alcé la vista para ver su rostro, pero ensombrecí una sonrisa que hizo que se detuviera.

1. NIÑA MAL: Hecha en Las Vegas (Abi Lí) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora