𝙲𝚊𝚙𝚒́𝚝𝚞𝚕𝚘 𝚀𝚞𝚒𝚗𝚌𝚎.

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Un par de ojos color gris despertaban lentamente, con pesadez.
No tardaron en encontrarse con la mirada angustiada de otros ojos de un azul profundo.

—Mei... Despertaste— habló la otra chica con un tono suave pero preocupado.

—Supongo que lo hice...— rió suavemente.

—¿Cómo te sientes?— preguntó con una mano sobre su mejilla

—Mejor...— suspiró— ¿Dónde estamos?— interrogó tomando la mano de su contraria.

—Estamos en un cuarto oculto de la casa...No sé si lo recuerdes, pero tuviste un ataque de pánico y Matías me dijo que podía traerte aquí— acarició su cabello.

—Lo recuerdo...¿Podemos regresar?— susurró tratando de ponerse en pie.

—Supongo que sí, si eso quieres— la ayudó a levantarse— Pero no te separes de mí ¿De acuerdo?

—Sí...— contestó aún metida en su propia mente.

Ambas chicas se dirigieron de nuevo a la reunión, en donde su pequeño grupo de amigos las recibieron preocupados.

—Mei, Dios mío ¿Estás bien? ¿Te sientes mejor?— Charlotte fue la primera en hablar.

—Sí, seguro, gracias por preguntar...— respondió seria, mirando al chico de cabello negro que llevaba su collar.

Las horas pasaban como minutos para la albina, quien no despegaba su mirada del chico que había irrumpido en su casa, en su vida.

— ¿Mei? ¿Me estás escuchando?— preguntó la rubia al ver la mirada perdida de su amiga.

—Oh...ehm, claro...

—¿Entonces?

—Eh.. necesito tu ayuda para algo.

—Uh...no estábamos hablando de eso, pero dime.

—¿Ves a ese chico de ahí? Al de pelo negro.

—Oh, sí.

— ¿Ves el collar que tiene puesto?

—Que raro...es igual al que Malina te dió.

—Es porque ES ese mismo. Entró a mi casa, y lo tomó...

—¿Necesitas mi ayuda para...?

—Necesito...agh! No lo sé...Necesito...necesito que se aleje de nosotras, que nos deje ser felices...

—Hmmm— la rubia (que ahora era más bien castaña), posicionó su mano derecha en su mentón— Tengo una idea — posteriormente la tomó de la muñeca y la llevó a un rincón de la sala.— Mira, en unos minutos Matías va a ir por una bocina y en unas horas más acostumbramos a cantar unas cuantas canciones; por supuesto quiénes ya están tomados lo hacen más divertido.

—¿Cuál es tu punto?

—¿Sabes cantar?

—Uh...no

—Meh, no le hace...necesitas dedicarle una canción, pedirle que sea tu pareja. Espero que eso lo haga recapacitar y las deje...o por lo menos lo apague un poco y deje de intentar recuperar a Malina.

—Oh...¿Va en serio?

—Mas en serio que nada el día de hoy.

—Bien, lo haré.

• • •

La música sonaba y el ambiente era mucho más relajado, los setenta y tantos presentes se habían dividido en grupos, cada uno perteneciente a su respectivo pueblo.

Ebony jugaba con sus pulgares, nerviosa, poniendo atención a todo lo que decían sus amigos.

—Entonces...Supongo que hay más jóvenes en los otros pueblos ¿Cierto?— rió la albina.

—Seh— Respondió Matías alargando la única vocal.

—Opal...— Mei tocó el hombro de la oji-azul con la intención de llamar su atención, sin embargo la mencionada no respondió— Malina...¿Estás bien?— la mayor la miró con una sonrisa nerviosa— ¿Qué pasa?

—Nada, nada— guiñó riendo con nerviosismo

—¿Segura? Necesito que me digas si algo está mal...

—Segura...Sólo; necesito hacer algo, discúlpame— le dió un beso en la mejilla y se levantó rápidamente para después salir de aquel lugar.

Habían pasado ya veinte minutos y Malina aún no había vuelto, Mei empezaba a preocuparse.

—Hey chicos...¿Qué tal si vamos afuera? Necesito algo de aire— Sugirió Matías.

—Me parece buena idea— respondió Alyssa.

El grupo de cinco chicos se dirigió al exterior, seguidos de otros tres grupos, a los cuales después siguieron todos los demás, por ende la reunión pasó a ser afuera.

—¡Mei, Mei! — una voz de chica resonó desde la distancia

—¿Malina?— caminó un poco para poder ver mejor— ¡Estúpida, me tenías preocupada!— la abrazó.

—Lo siento, pero ahora necesito que vengas conmigo ¿Sí? Por favor.

—Claro...— Malina la tomó de la muñeca y con un farol como guía, la llevó por un camino entre los árboles.

—Tendrás que seguir sola desde aquí, ¿Sí? Toma— le entregó un papel con algo escrito y el farol que llevaba ella

—Pero espera...¿Cómo vas a ir tú?...— Habló muy tarde, ya se había ido.

Sin más se dispuso a leer lo que había en el papel, la inscripción rezaba.

"Mei, mi rayo de sol...Sé que recuerdas aquel colgante que te dí, y sé quien lo tenía este día; sin embargo...ese dije no era lo único que tenía para darte...Ahora dime, la noche no puede existir sin el día ¿Verdad? Busca la luna, ella te dirá el camino"

Frunció el seño confundida, para después mirar al cielo el cual estaba de lleno nublado, y sin una idea de lo que tenía que hacer movió el farol frente a ella. Casi inmediatamente sus ojos captaron un fuerte destello, proviniente de un árbol.

Se dirigió hacia él.

Se agachó para ver con más claridad lo que emitía aquel rayo de luz, una vez que estuvo lo suficientemente cerca, se dió cuenta de lo que Malina había querido decir.

Había una cadena con un colgante en forma de luna ahí, dentro de una bolsita de tela la cual estaba amarrada a una especie de pulsera trenzada con hilos de diferentes colores.

Una pulsera demasiado larga para ser solamente eso.

Caminó mientras seguía el camino que aquel conjunto de hilos marcaban.
Pasó por varios claros del bosque, encontrando en ellos fotos de ambas, poemas, pulseras y al final un par de aretes, uno con forma de sol y otro con forma de luna.

Siguió lo que parecía ser el último tramo de ese hilo.

Al final ella encontró un espacio iluminado, en el centro había una casa de campaña, cuya entrada quedaba viendo hacia el horizonte, dando una vista perfecta de las montañas, incluyendo el pequeño poblado y los relieves detrás de.

Escuchó un par de pasos detrás suyo, y al voltearse observó a la chica que más quería mirar en ese momento; detrás suyo a sus tres otros amigos, sosteniendo cada uno una cartulina que en conjunto decían

"¿Serías mi bú?"

Algo que había aprendido en su estancia ahí, es que las personas no se referían a una pareja como novio o novia, si no que cada quien ponía un apodo que le gustara para referirse a ello.

La castaña de ojos azules se dirigió a ella con un ramo de rosas blancas; extendió su mano para tomar la de Mei y preguntó con firmeza.

—¿Serías mi bú?

Los ojos de Ebony se llenaron de lágrimas, y con una sonrisa enorme, llorando de felicidad, respondió.

—Claro que sí— para después unir ambas bocas en un beso lento y amoroso.

Sunlight    •Malina   Weissman•Where stories live. Discover now