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Armin se encontraba sentado en la sala de su casa, mantenía su vista en un libro: Frankenstein de Mary W. Shellley; aquel lo comenzó hace unas semanas. Entre más leía, más sentía una identificación ajena, es decir: ¿cómo podía existir tanto vacío y rechazo?, ¿por qué se necesita necesariamente el amor? Comenzó hacer una reflexión profunda. Hasta unos meses atrás, él ignoraba por completo lo qué realmente era aquel sentimiento de amor. Creía qué lo que sentía por Mikasa era realmente el amor, pero no lo era, solo era cariño, y comprendió la diferencia. Ya qué nunca le dijo: te amo. 

  Sin embargo, su mente volvió a la idea inicial: Annie era una chica solitaria, quien únicamente había convivido con dos personas—hasta donde él sabía—, entonces Armin entendió qué hasta ahora ella, tanto como él, se habían ayudado mutuamente. Entonces eso, ¿era amor?

  Armin sonrío ligero, y asentó con la cabeza. 

  Escuchó el timbre de la casa, y ahí sintió un cosquilleo porque sabía quien era. Se levantó tranquilo, y abrió la puerta, ahí se encontraba Annie: lucía un vestido azul como sus ojos claros, que le llegaban hasta los tobillos, lo cual la hacía parecer alta.  

    —Hola—, levantó la mano un poco tímida. 

    —Hola—, respondió Armin. Él la abrazó y le dio un ligero beso en los labios. Annie quería besarlo más, pero su timidez hizo qué se quedará con las ganas. 

  Ella entró y miró las escaleras principales con fotografías en las paredes de estas, y el papel tapiz amarillo con flores, las cortinas de la sala qué se encontraba de lado izquierdo era igual de color azul, pero un tono más oscuro: como el océano pacífico.  

    —¿Quieres un té? ¿Café?—Preguntó tomando su bolso y su abrigo para acomodarlo. 

    —Café, por favor. 

    —Mis padres llegarán en unas horas. Quiero qué los conozcas, ellos igual anhelan conocerte—la guió hasta la cocina. 

  Annie miró como en cada rincón habían fotografías familiares, y una llamó su atención, así que fue a mirarla de cercas: en un cuadro tallado de madera, vio a Armin de tan sólo siete años con sus padres mirando la luz de su pastel. Sus ojos parecían brillantes ante aquella bela, y su madre tenía sus ojos. En su interior, recordó qué justamente ella recordaba haber tenido una fotografía así con sus padres, sin embargo aquella foto la perdió cuando era más niña. Desde aquel entonces olvidó el rostro de sus padres. 

    —Mi madre tiene muchas fotografías de mí cuando era pequeño—dijo Armin con pena. 

    —Tienes los ojos de tu madre—, suspiro. 

    —Todos lo dicen, pero en sí, son de mi padre. 

    —Armin—, Annie musitó. Annie no había pensado qué Armin jamás le había preguntado acerca de sus padres, y sintió las ganas de comentarlo, pero sus palabras se silenciaron. No quería deprimirlo, o deprimirse así misma.—Todos tienen razón. 

  Armin fue nuevamente por la cafetera para preparar el café, y sacar algunas galletas caseras qué siempre hacía su madre para regalar en la iglesia. 

    —Annie, ¿qué quieres qué te toqué?—Preguntó mientras servía el café. 

  Annie intimidada por sus palabras se ruborizó:—¿Qué?

    —Puedo tocarte el piano, la guitarra, y un poco la viola.—Miraba como el vapor del café llegaba hasta sus pulmones:—¿Cuál quieres?

    —¡Todos!—Respondió con emoción. 

Él soñador y la chica de la mirada vacía.Where stories live. Discover now