⛪20.⛪

52 2 0
                                    

C A P I T U L O 20.

—Laura, despierta —sentí que me tomaron con cuidado de los hombros para sacudirme y abrí los ojos.

No dije nada, sólo me levanté del regazo de Felipe y noté que estábamos solos en el auto, los demás estaban afuera, frente a una inmensa casa con pinta de ser muy vieja. Lo miré y refregué mis ojos para poder ver mejor.

Ambos bajamos del auto, estábamos en una fila, los ancianos, Matías, yo y Felipe. Sentí su mano rozar la mía, yo sentía mis manos congeladas pero su piel estaba tibia y me sentí tentada a tomarla, pero luego me di cuenta de la presencia del chico de cabello color chocolate y alejé la idea.

—Bienvenidos a nuestro hogar —dijo la mujer y el hombre se acercó a la puerta para abrirla.

Se veían amables pero creo que no terminaban de convencerme, era una sensación rara la que me causaba el sonido de sus voces y el tono de sus palabras, pero preferí callar. Últimamente, callando me evitaba más problemas.

Los chicos entraron primero y yo de última, antes de colocar un paso dentro de la casa, miré toda la calle y vi más casas en la otra acera, e incluso en la misma en dónde estaba ésta, pero no sé por qué presentía algo malo en el pecho.

—No teníamos visitas desde hace mucho tiempo —dijo de repente el anciano, y se giró hacia nosotros cuando cerré la puerta—, me recuerdan a mis hijos cuando eran unos adolescentes.

—¿Qué les sucedió? —pregunté de repente, rompiendo mi voto de silencio y los chicos voltearon a verme, pero no bajé la mirada ante el anciano.

—El mayor, sufrió un accidente en avión y murió hace ya casi nueve años, y la menor desapareció de la nada, nunca supimos nada más de ella. —dijo con nostalgia, pero hubo algo que no me convenció.

Asentí cómo si nada hubiera pasado y seguimos hasta la cocina, nos sentamos en el comedor y la anciana comenzó a cocinar. El anciano se decidió a ayudarla pero mientras cortaba verduras, nos interrogó.

—¿Qué hacían tres jóvenes cómo ustedes, en plena lluvia de noche, solos y sin maletas? —preguntó, cómo si fuera la pregunta más normal del mundo.

Matías se acomodó en su silla dispuesto a hablar pero interferí. —Íbamos a visitar a unos familiares, pero tuvimos un problema y cómo sólo llevábamos un bolso pequeño, decidimos irnos lo más rápido posible.

—¿De tan lejos? —indagó con duda.

—De tan lejos —aseguré—. Se suponía que sólo sería una noche, pero vea usted que ni una noche pudimos quedarnos —me encogí de hombros restándole importancia.

—Entiendo —dijo por último.

Nos sirvieron la cena y agradecimos tanta hospitalidad, dejé mis dudas a un lado por un momento, no habían hecho nada que nos hiciera dudar de verdad, así que es injusto hacer juicios sin evidencias. Pedí permiso para levantarme con la excusa de que necesitaba un poco de aire y salí al jardín.

Solté un largo suspiro cuando estuve afuera y miré a mi alrededor, en el jardín había una pequeña casa en el árbol y enseguida la curiosidad me picó. Habían escaleras clavadas en el grande y viejo árbol, así que con cuidado subí escalón por escalón y cuando llegué a la puerta, vi que tenía un candado en forma de corazón, pero estaba roto.

Me extrañó el estado del candado, pero lo ignoré retirándolo y entrando a la pequeña casita.

Era amarilla con azul y habían pequeños muebles, un closet, peluches por todos lados y mucho, mucho polvo. Tosí al tomar un osito de peluche todo polvoriento y viejo. En definitiva éste lugar tenía más años que yo.

El Templo © [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora