⛪21.⛪

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C A P I T U L O   21.

Laura. 

Nos encontrábamos manejando en bicicleta a altas horas de la noche, por la obscura y ventosa noche; la carretera estaba desolada y todo estaba muy obscuro a excepción de la luz de la luna. Íbamos a paso apresurado, con una gran desesperación inundando nuestros sentidos, deseando lo más pronto posible. 

Felipe iba delante, yo iba detrás, y Matías de último los tres pedaleando al mismo ritmo y con la misma intensidad, las nubes comenzaron a juntarse y la lluvia no tardó en hacerse presente, provocando que bajáramos la aceleración, si no queríamos tener un accidente. 

La lluvia aumentó el doble y eso empeoró el hecho de que la brisa y el frío nocturno estaba calándonos los huesos. Un empapado Felipe se detuvo, dejando caer la bicicleta a un lado lado y con extrañez, lo invité posicionándome a su lado. 

—¿Por qué te detuviste? —posé una mano en su hombro.

No respondió, sólo señaló el cartel frente a nosotros que anteriormente no noté debido a la lluvia. Matías encendió una linterna e iluminó el cartel que decía "Usted está saliendo de Rumanía".

—¿De dónde...? —Matías rodó los ojos con fastidio y yo fruncí los labios. 

—La tomé de la casa de los ancianos —admitió y lo miré con reproche —, en mi defensa, no creo que robarles una linterna les afecte tanto. 

Volví hacia Felipe y me miró con nerviosismo. 

—¿Segura que quieres salir de aquí? —preguntó, y me pareció lo más ridículo que había escuchado. 

«¿De verdad me preguntó eso?»

Le di una mala mirada y tomé la bici, me monté en ella y pedaleé. Pensé por un momento que me seguirían, pero no lo hicieron, y la ira comenzó a apoderarse de mí, ¿me acompañarían hasta aquí, de verdad? 

Las grandes gotas de agua que caían del cielo, obstaculizaban mi vista y solté el volante por un segundo para limpiarme los ojos, pero fue un grave error. 

—¡Laura! —el grito desgarrador de Matías me hizo temblar de miedo, y cuando volví mi vista al frente, sentí un impacto tan fuerte que ni siquiera pude gritar. 

Un auto me había golpeado, empujando a lo lejos la bicicleta y a mí del otro lado de la carretera. No sentía mis piernas, estaban dormidas. Intenté incorporarme para palparlas y ver si mi cuerpo estaba tan mal, pero mi sistema no reaccionaba por ningún motivo. 

El olor desagradable y repelente de la sangre no tardó nada en hacerse presente, las lágrimas brotaron de mis ojos, pero no creo que por el dolor que se instaló en mi cuerpo, sino por la desesperación de no poder moverme, y que mi cuerpo no acatara las órdenes de mi cerebro. 

Mis ojos comenzaron a cerrarse, sentía los párpados muy pesados y aunque me negaba a quedarme dormida, era incesante la punzada que sentía en mi cabeza y que sólo se calmaba cada que cerraba los ojos por cortos segundos. 

—¡No te duermas! —rugió Matías cuando llegó hacia mí, me tomó del cuello con cuidado intentando levantarme lo más que pudo mientras Felipe tenía la linterna apuntando hacia mis piernas. 

—Su pierna y muñeca derecha se han roto —susurró Felipe mirando al castaño con preocupación. 

Por dentro gritaba con desesperación, con agonía y con dolor. «¿Roto?» Por fuera parecía más un maniquí, una muñeca de trapo, más que una persona. No podía hablar por más que quisiera y me muriera por hacerlo. Llegó un punto en el que no pude resistir más, y me quedé dormida. 

El Templo © [✔]Where stories live. Discover now