Capítulo 38: Los Gonzáles

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— Te esperaremos Dante

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— Te esperaremos Dante.

— ¿Ah ? —los contemplé con el ceño fruncido, aquellas sombras que se me hacían familiares me analizaban cómo sí supiesen todo el remolino por el que ahora mismo estaba pasando mí mente— Maythe lo siento... — un paso enfrente y esas sombras se esfumaron.

— Dante... —susurros— El amor no es para tí.

— ¡Porfavor! —caí de rodillas contra aquel piso frío de mármol blanco y me apoyé contra mis antebrazos, tratando en vano de controlar la fuerza de mí respiración— ¡Sé que yo soy el principal culpable de todo!

— Dante... —más susurros, molestos y agobiantes susurros. Me sentía esquizofrénico, ni siquiera sabía de donde provenían, sólo que me estaba volviendo loco.

Llevé mis brazos a mis rodillas y me balanceé de un lado a otro tratando de encontrar paz, la culpa de un delito que aún no comprendía me perseguía.

— ¡Joder! ¡¿Qué es lo que quieren?!

— Mírate —una risita femenina invadió los huecos vacíos de mí cerebro, taladrandome. Elevé la cabeza y tembloroso observé cómo Giovanna se reía de mí miserable existencia— El perfecto Dante Shepard ya no es tan perfecto...

— ¡Lárgate! —grité desgarrando mis cuerdas vocales sintiendo cómo el dolor de la agonía recorría en líquido negro por mis venas mezclándose con mí sangre.

— Dante...

— ¡LARGO! —abrí mis ojos de ipsofacto y me levanté de un salto, quedando sentado sobre lo que al parecer era una cama de hospital. Apenas logré enfocar a mí alrededor y me encontré con el semblante preocupado de mí único mejor amigo.

— ¿Dante?

Ambos nos observamos en silencio y siendo consciente de que el único que podría apoyarme ahora mismo era Harry, dejé de mirarlo para centrarme en un punto inexistente de la pared blanquecina. Harry apartó la mirada pensando que no le dirigiría la palabra —como hace unos días— pero todo cambió cuando escuchó el sollozo varonil de un hombre que ya no sabía de que forma más escapar de su propia consciencia.

— Harry... —gemí de dolor, mí amigo estaba perfectamente consciente que apesar del dolor físico, mí llanto se debía a que estaba perdido en algún hueco oscuro de mí mente; tratando inútilmente de hallar una salida.

El día que besé a un Extraño Donde viven las historias. Descúbrelo ahora