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❀ Capítulo largo, amores. Pónganse cómodos. ¡No olviden votar y comentar, porfis! Adoro leerlos ❀

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Mis dedos golpeaban la madera de la mesa de forma coordinada, siguiendo un ritmo que mi mente había creado para distraerme del tic tac del reloj. La maldita aguja avanzaba tan lenta, como si se estuviera empeñando en torturarme con su golpeteo constante y su paso lento como el infierno.

Eran las ocho de la noche y todavía esperaba, sentada junto a la mesa del comedor a que se hicieran las ocho y media. Mi madre no había dicho nada respecto a la hora, tampoco había puesto ningún tipo de reglamento, lo que agradecía ya que le quitaba un gran peso al asunto.

Arranqué un hilo colgante de mi short, los bordes rotos y gastados dejaban colgando algunos por mis piernas. La blusa que llevaba puesta dentro del short —la cual mi madre había insistido en que me pusiera—, estaba tan cerca de fundirse con mi piel que apenas me dejaba respirar con comodidad. No tenía mangas y era completamente negra, sumado a que levantaba mis pechos de tal manera que noté que eran un poco más grandes de lo que parecía bajo las grandes prendas que solía usar.

Mi cabello estaba recogido en una coleta alta y había algunos rizos colgando a los costados de mi rostro. Lo último que terminaba de describir mi conjunto eran las zapatillas negras con cordones que me daban un aspecto más despreocupado.

Era sábado por la noche, y unos días atrás había invitado a los chicos a una salida grupal. Con "los chicos" me refería a James, Max, Chris y Jeb. Del último se encargó Max, el pelirrojo me dijo que lo amenazó con ponerme ebria y hacerme subir al escenario desnuda con tal de que se plante en el lugar.

Habíamos decidido ir a un bar nuevo en la ciudad, uno bastante famoso entre universitarios y adolescentes de la zona. Sería la primera vez para Jeb y para mí en un bar así, o por lo menos de forma legal.

Tomé mi celular para distraerme y abrí la galería. Una foto de Jeb inundó la pantalla, él estaba sentado de brazos cruzados sobre el sillón de mi casa, con la cabeza levemente hacia atrás, en una pose que lo hacía ver encantador, y al costado se veía parte de mi cabello que había salido por accidente al tomarle la foto a escondidas.

Reí y acaricié la foto con la mano, deseando ver a mi mejor amigo cuanto antes y abrazarlo hasta el día siguiente. Lo extrañaba tanto que llegué a sentir un vacío en el pecho, no sabía por qué nos habíamos distanciado en esos días, pero lo odiaba, lo odiaba tanto que estaba dispuesta a hacer lo que sea para que vuelva todo a la normalidad.

El timbre sonó interrumpiendo mis pensamientos. Miré al reloj, que marcaba las ocho y media, y fruncí el ceño confundida por la rapidez en la que se me había pasado la media hora.

Me levanté de la silla y caminé hasta la puerta, luego giré el pomo y la abrí, encontrándome con dos personas frente a mí.

Max, quien estaba delante de mí sonriendo con emoción, vestía una camiseta pegada al cuerpo de color azul marino y unos pantalones negros rotos en la parte de las rodillas, junto a unas zapatillas negras.

Mi vista al instante se posó en su acompañante, y se me escapó un suspiro.

Jeb miraba el suelo con una mano acariciando su nuca. Vestía una camisa blanca que marcaba su figura, con los primeros botones de ésta desabrochados, mostrando el comienzo de su pecho. En la parte de abajo llevaba puestos unos jeans claros súper ajustados, con algunas roturas a lo largo de los muslos, y unas zapatillas blancas que hacían juego con la camisa.

—Hola Age —Me saludó Max, alegre. Pero yo estaba tan concentrada en el rubio que apenas reparé en su presencia.

—Hola Jeb —El rubio alzó la mirada sorprendido. Si creía que iba a pasar desapercibido tan fácil estaba muy, pero muy equivocado. Jeb me dio una mirada de arriba a abajo con total descaro y volvió a clavar sus orbes celestes sobre los míos color caca.

La Flor De LirioWhere stories live. Discover now