La verdad no contada

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La enfermería podía llegar a ser un lugar muy oscuro de noche y ni siquiera las mantas y calefacción conseguían mantener el calor de su cuerpo.

—¿Dónde está? —escuchó claramente en la entrada del lugar, reconociendo al instante de quién se trataba.

—La última camilla...

Los pasos apresurados resonaron y pronto la cortina que se encontraba alrededor de su camilla se abrió, dejándolo frente a la persona que no deseaba que supiera de su estado.

—Abel...

El Hufflepuff siguió escondido debajo de las mantas, negándose a darle la cara a ella.

No podía o él terminaría perdiendo.

—Te dije que iba a avisarle, Abel —habló Hugo y él solo atinó a morderse el labio levemente sin saber qué hacer para salir de esa situación—. Lo lamento, pero creo fervientemente que es lo correcto.

—Vete —le dijo Abel y el Gryffindor miró a la Ravenclaw.

Aria suspiró y adquirió una seriedad que muy raras veces poseía. Le dedicó una sonrisa tranquilizadora al pelirrojo y Hugo se encogió de hombros con tristeza antes de dejar a ambos hermanos para que hablaran.

La mitad veela encendió varias esferas que iluminaron solo el espacio en donde se encontraban, sin perturbar el sueño de los demás pacientes de madame Pomfrey.

Abel... Hugo solo estaba preocupado por ti, no debiste hablarle tan fríamente.

—Te trajo aquí.

—Después de haber guardado nuevamente tu secreto por dos días enteros —le recordó con desaprobación—. Así que no deberías actuar así si en realidad lograste mantenerlo en silencio —se cruzó de brazos con paciencia mientras tomaba asiento a un lado de la cama—. Al final, fui yo la que sola se dio cuenta. ¿En serio esperabas que no preguntara por ti después de no verte por dos días?

—Sí...

—Eres mi hermano y siempre voy a procurar mantenerme informada sobre tu bienestar. —Abel se removió un poco en su sitio—. Fue fácil atar cabos sueltos y con la actitud extraña de Hugo solo logré confirmar mis sospechas —estiró su mano derecha y bajó la manta hasta que los cabellos castaños quedaron a la vista. Los acarició con cariño y calidez, logrando que él se destensara del todo—. Abi, soy tu hermana y siempre voy a estar para ti, así que háblame y dime porqué... —tomó aire—. ¿Por qué volviste a usar ese collar?

Abel destapó por completo su rostro, sosteniendo el cristal rojizo con protección, mirando a Aria como si fuera su enemiga.

Y ella solo pudo entristecerse por eso.

—No te lo vas a llevar...

—No voy a hacerlo —aclaró antes de que él entendiera mal la situación—. Solo quiero que hablemos respecto a él y el impacto que aparentemente está teniendo en tu salud.

—No es su culpa —miró el cristal—. No lo entiendes, Aria, esto está fuera del asunto del collar.

—Por favor, sé sincero conmigo, quiero ayudarte.

Mi Hermosa Veela y La Melodía PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora