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Mayo, 18

Había olvidado todo, mi mente parecía haberse quedado en blanco excepto por la voz del fiscal repitiendo una y otra vez las palabras que acabaron con todo mi maldito mundo. Me sentía horriblemente mal, ahogada, sofocada, enojada... Triste, muy triste y decepcionada.

Mi mente no ha parado de dar vueltas desde el momento exacto en que pude entender claramente lo sucedido años atrás. ¿Como pudo ser? ¿Que demonios pasó? ¿Como mierda terminé casada con el hijo de puta que en una noche acabo con todo lo que tenía?... ¿Como pudo burlarse de mí de esta forma?

En segundos ví mi mundo caerse, todo lo que creí que había construido, toda la felicidad que probé gracias a él, todo, absolutamente todo, se vino abajo. ¡Mató a mi familia! ¡A mamá! ¡A papá!... A Jean.

De mis ojos no paraban de salir lágrimas pesadas y calientes, y es que el dolor que estaba sintiendo era inexplicable, era tortuoso y asfixiante. Con cada pensamiento o imagen que mi cerebro creaba para mí, podía ver claramente como el mundo en el que había vivido todos estos años, se quebraba en un millón de pedacitos.

No entendía muchas cosas y eso me frustraba aún más, pero de lo que estaba segura era de que Damián sabía perfectamente quien era yo, él no tenía dudas y aún así me secuestró, me obligó a estar con él hasta que yo misma quise quedarme, no tuvo ni un poco de remordimiento por lo que había hecho, no pensó en nadie más que él cuando sabiendo perfectamente quien era yo, no se molestó en decirme la verdad, o por lo menos alejarme de él y todo lo que representaba.

Hizo que me enamorara de él, me hizo compartir la cama con él, que nos casaramos, que le diera una hija, todo esto lo hizo sabiendo que era el maldito asesino de mi familia.

Una hija, una hija del hombre que me arrebató a mi familia, una hija y un bebé que crece en mi vientre de ese hijo de puta.

—¡Es mi hija! ¡Es mi hija! ¡Son mis hijos! ¡Míos!— me grito a mí misma, cuando los malos pensamientos hacía mis bebés surcaron mi atormentada cabeza.

No podía de ninguna manera odiarlos, no a mi niña, no a mi bebé. Ellos eran todo lo que tenía, lo único que verdaderamente tenía, e irónicamente también les pertenecían a él.

No supe en que momento me subí a mi auto, no soy consciente ni siquiera de como carajos llegué al edificio. Sólo podía pensar en algo, sólo una cosa estaba fija en mi mente: tenía que irme, quería irme lo más lejos que pudiera, a un lugar tan desconocido que ni porqué él utilizara todas sus influencias, pudiera encontrarme jamás.

Sólo debía venir aquí y tomar los documentos de mi hija y míos, debía pasar por Mía al colegio y luego marcharme de la ciudad antes de que él pudiera encontrarnos. Tenía que irme lo antes posible, antes de que él intentara mínimamente acercarse a mí, tenía que alejarme porqué simplemente yo no podía concebir un escenario de lo que sucedería sí nuevamente lo tuviera frente a mí.

Mi mente estaba en estado de shock, todos mis sentimientos y pensamientos coherentes habían colapsado, en este preciso instante actuaba por inercia, por lo que el sentimiento predominante me ordenara a hacer.

¿Qué sentía? Era la pregunta que venía haciéndome desde el momento número uno en que las palabras de Kyle Tomsopns explotó totalmente la burbuja de mentiras en la que Damián Webster me había encerrado. ¿Qué sentía? Quizás lo sabía perfectamente, pero muy en el fondo no quería aceptarlo, no podía aceptarlo.

Mi mundo en su totalidad había colisionado, todo lo que creí conocer ahora era desconocido, tan desconocido que de solo pensarlo me daba pánico, en menos de dos segundos la vida una vez más me dejó en jaque, perdida en el limbo.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora