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Mayo, 25


Las arcadas estremecen mi cuerpo somnoliento y a la rapidez de la luz me levanto de la cama quintado todas las cobijas que me cubren. El frío mármol bajo mis pies es totalmente ignorado por mi cerebro, cuando en lo único que se concentra es en no vaciar mi estómago vacío en el piso.

Al llegar al baño voy directo al retrete, levanto la tapa y tan pronto como quito mi mano de mis labios y abro la boca, el vómito sale a borbotones. El líquido accido quema mi garganta provocando que la sensación sea cada vez peor.

Pierdo la cuenta de las arcadas al contar la tercera, y toda mi atención se centra en el jodido dolor que se instala en mis sienes. Una vez que mi estómago ya no puede devolver nada más, dejo caer mi trasero sobre el piso, mientras los latidos de mi corazón vuelven a su ritmo normal e intento que el dolor en mi cabeza también se vaya.

Pero esto último no sucede, mi cabeza parece querer reventar de un momento a otro. Cuando finalmente me siento más descansada, me levanto del suelo con ayuda de mis manos y bajo la cadena del retrete, seguidamente la tapa del mismo.

A pasos cortos me acerco al lavado y evaluó mi reflejo en él: el embarazo está empezando a notarse, y no hablo del vientre abultado, pues aunque sí mínimamente se puede ver un cambio en él, uno que sólo puedes notar si te fijas bien, también puedo ver el cambio en mis mejillas, las cuales se han abultado más de lo normal haciéndome ver qué estoy subiendo de peso, aún cuando apenas y como lo necesario. Mis pechos también se han agrandado, asegurando al igual que el resto de los síntomas que el bebé está allí, que crece y que pinta ser muy activo a largo plazo.

Mis ojos se quedan fijos por unos segundos en mi pequeñito y casi inexistentes vientre abultado e inevitablemente sonrío al imaginarlo en mis brazos. En mis brazos y lejos, muy lejos de aquí.

Ansío conocerlo, saber que será, cómo será su rostro, su cabello, su nariz, manitas, piecitos. Ansío tenerlo ya, y al mismo tiempo quiero pausar su crecimiento y darle replay una vez que estemos lejos, para disfrutarlo mejor, para entregarme completamente a adorarlo y cuidarlo. Para que su padre y el resto de personas malas que nos rodean no sepa jamás de su existencia.

Porque me preocupa, me preocupa que con apenas casi un mes ya mi cuerpo este mordeandose a los cambios del embarazo, entonces no quiero ni imaginar lo obvio que será al segundo mes. Es por ello que debo partir antes de que mi propio cuerpo me delate. Sí no es que Carmen lo hace antes, claro está.

Y es que, ahora más que nunca estoy segura de que no sabe nada, pues, no me ha enfrentado, no me ha dicho nada. Pero sus miradas de solayo eran como un cartel sobre su cabeza que decía: “Lo sospecho Ámbar, en el fondo sé que esperas un hijo”

Eso, y el evidente y rápido cambio de mi cuerpo estaban obligándome a actuar de forma rápida. No podía perder tiempo.

Un sorpresivo toque en la puerta de la habitación me hace dar un salto en mi lugar. Frunzo el ceño si despegar ahora mis ojos de mi reflejo. Mi corazón se acelera una vez más con ansiedad, con nervios y curiosidad.

Es domingo por la mañana, no hay nadie en casa más que Carmen y yo, pero desde que regresó al apartamento ni siquiera ha intentando acercarse a la habitación, de hecho trasladó sus cosas de su habitación en esta planta y ahora tengo entendido que duerme en una de las habitaciones del piso principal.

Un segundo e igual toque suave, me hace hace reaccionar y con rapidez tomo mi cepillo de dientes y le aplicó la crema dental antes de empezar a lavar mis dientes y lengua. Mientras trato de hacer lo propio a la velocidad de la luz, mi mente sigue maquinando quien carajos puede ser.

Mil pedazos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora